extraordinaria con la que antes fantaseaban, sino de sostenerla simplemente para que fuese una mera figura normal; tendrian que contentarse ahora con mucho menos de lo que antes ambicionaran. El choque los dejo conmovidos y, en la dolorosa convalecencia de la brutal caida en la realidad, rodeados por las trizas del sueno destruido, no les quedo espacio para volver a reconstruir el ser primordial dividido por Zeus. Asumieron la tarea de ayudar a su hija con obstinada resignacion, evitando verbalizar entre ellos la desilusion que los corroia, como si el mero acto de poner en palabras lo que sentian tuviese el poder de agravar la situacion. Reprimieron, por ello, la rebelion muda que fustigaba sus entranas, se convirtieron en actores de una pieza de disimulaciones, sangraban por dentro y sonreian por fuera. El, mas que ella, vio que el mundo se desmoronaba, era como si sus suenos fuesen un castillo de arena y la realidad una ola desaforada. Por el camino, se perdio la intimidad, sumergida bajo la marea de las dificultades cotidianas, sofocada por el subito corte de las lineas de comunicacion, estrangulada por el golpe que les habia asestado la frustracion de las expectativas cuando se dieron cuenta de que su hija jamas seria como los otros ninos.

Encerrado en casa, enfrentado con los recuerdos de su matrimonio destrozado, Tomas se mostraba ahora firmemente convencido de que tenia que recuperar esa intimidad y aceptar esa realidad si queria tener algun vislumbre, aunque fuera muy remoto, de volver a construir la vida con Constanza.

Cuando sono el telefono, Tomas pulso de inmediato el boton verde, siempre con la esperanza de que aquella fuese la llamada que tanto deseaba de Constanza, hacia casi una semana que la esperaba, una sola, aunque mas no fuese, pero tuvo una nueva decepcion.

– Hi, Tom -lo saludo Moliarti.

– Hola, Nelson -repuso Tomas con un tono pesado, consiguiendo disimular a duras penas su desilusion.

– Hace mucho tiempo que no llama para dar noticias, hombre. ?Que pasa?

El portugues lanzo con la lengua un chasquido resignado.

– La cosa no esta facil -se disculpo-. El profesor Toscano ha dejado un acertijo que me esta costando mucho descifrar.

– Pero la fundacion le ha pagado el viaje a Genova y a Sevilla. Seguramente habra avanzado algo, ?no?

– Si, sin duda -reconocio. El estadounidense tenia razon en protestar por la falta de novedades en la investigacion y Tomas se maldijo por haber dejado que el trabajo quedase relegado a segundo plano, por no decir incluso casi abandonado-. He consultado documentos preciosos y he traido copias de todos los que me parecieron relevantes. Pero mi problema, en este momento, es entrar en la caja fuerte del profesor Toscano. Ahora bien, para hacerlo, tengo que resolver este acertijo complicado que dejo y que, supuestamente, me dara la clave del codigo.

– ?Usted no puede hacer un… como se dice? Eh… ?un break in?

– ?Forzar la caja fuerte? -Tomas se rio, divertido con la mentalidad practica de los estadounidenses-. No puede ser, la viuda no lo permitiria.

– Fuck her!-exclamo Moliarti-. ?Por que no hace el break in a escondidas?

– Oh, Nelson, usted esta loco. Yo soy un profesor universitario, no un chorizo. Si usted quiere forzar la caja fuerte sin autorizacion de la viuda, vaya al Cais do Sodre y contrate a un profesional para que le haga ese trabajo. Yo no lo hare.

Moliarti suspiro del otro lado de la linea.

– Okay, okay. Olvidelo. Pero necesito que me entregue un briefing.

– Claro -asintio Tomas y miro de reojo su documentacion, desparramada sobre la mesita de la sala-. ?Nos encontramos manana?

– De acuerdo.

– ?Donde? Voy al hotel, ?vale?

– No, en el hotel no. Yo estaba pensando en ir a almorzar al restaurante Casa da Aguia. ?Sabe donde queda?

– ?La Casa da Aguia? ?No esta en el Castelo de Sao Jorge?

– Exacto. Nos vemos a la una de la tarde, sharp. Okay?

Con todos los problemas que se habian acumulado ultimamente en su vida, distrayendolo del trabajo, Tomas descuido la lectura de Michel Foucault. La llamada de Moliarti tuvo el merito de hacer volver al primer puesto de sus prioridades la resolucion del acertijo de Toscano, por lo que centro de nuevo su atencion en la lectura de Vigiar e punir. Ya iba por las ultimas paginas, por lo que pudo terminarlo esa misma noche. Cerro el volumen y se quedo contemplandolo; se sentia abatido una vez mas, a pesar del enorme esfuerzo que hizo para concentrarse en los detalles, por no haber logrado detectar ninguna pista que lo llevase a responder a la enigmatica pregunta formulada por el difunto historiador. Sabiendo que no tenia la opcion de desistir y que existia un premio suculento al final del camino, en caso de que lograse llevar a buen termino la investigacion, se puso una chaqueta y salio de casa; habia mas libros que consultar y mucho trabajo aun por delante.

Se dirigio al centro comercial y fue a la libreria, en busca de nuevos titulos de Michel Foucault. Encontro un ejemplar de Les mots et les chases y lo cogio, esperanzado en descubrir alli la solucion del enigma. Antes de pasar por caja, no obstante, decidio aprovechar que estaba alli para recorrer la libreria, que siempre era una forma de relajar el cuerpo y despejar la mente, escapando, aunque solo fuera por unos momentos, de la tension nerviosa acumulada durante la ultima semana. Consulto la seccion de historia y se quedo hojeando un largo rato el clasico de Samuel Noah Kramer, La historia comienza en Sumer; ya lo habia leido en la facultad, pero le gustaria tenerlo en la estanteria de la sala, al lado de la edicion de la Gulbenkian de O livro, de Douglas McMurtrie, y de los varios volumenes de la Historia de la vida privada, otro de sus favoritos.

Paso despues a la seccion de literatura, no siempre una de sus pasiones, salvo en lo que se referia a la novela historica, lo unico que consideraba de interes en el terreno de la ficcion, como historiador que era. Encontro dos obras de Amin Maalouf que hojeo con atencion; una era La roca de Tanios; la otra, Samarcanda. Habia conocido a Maalouf cuando leyo Los jardines de luz, una notable reconstruccion ficticia de la vida de Mani, el hombre de la Mesopotamia que fundo el maniqueismo. Se sintio tentado de comprar las dos novelas del autor libanes, pero controlo el impulso, su vida era demasiado complicada para andar ahora perdiendo el tiempo con la literatura. Aun asi, se quedo en aquella seccion y se entretuvo consultando los titulos. Paso sus dedos por obras tan diferentes como Nacion criolla, de Jose Eduardo Agualusa, y Pantaleon y las visitadoras, de Mario Vargas Llosa. El escritor peruano lo condujo hasta la autora chilena Isabel Allende, de modo que se encontro enseguida hojeando la Hija de la fortuna. En la estanteria siguiente, su mirada se detuvo en un titulo enigmatico, en una hermosa cubierta, El dios de las pequenas cosas, de Arundhati Roy, pero solo volvio a sonreir cuando vio El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Gran libro, penso; dificil, pero interesante. A fin de cuentas, jamas nadie habia ahondado de aquel modo en la mentalidad medieval.

Al lado del clasico se encontraba la ultima obra del mismo autor, El pendulo de Foucault. Tomas hizo una mueca con la boca; alli habia andado otro empecinado mas a las vueltas con Foucault. Que suerte la de Eco, considero, esbozando una sonrisa complice; no tuvo que soportar al filosofo Michel Foucault, sino mas bien al fisico Leon Foucault, sin duda mucho mas accesible. Si mal no recordaba, Leon fue el hombre que, en el siglo xix, demostro el movimiento de rotacion de la Tierra mediante un pendulo, que se encuentra ahora expuesto en el Observatorio de Artes y Oficios, en Paris. Mirando la cubierta del libro, sin embargo, tres palabras resaltaron a los ojos de Tomas. Eco, pendulo, Foucault. Alzo las cejas y se quedo paralizado durante un momento eterno, mirando intensamente las mismas palabras que clamaban en la cubierta.

Eco, pendulo, Foucault.

Llevo su mano al bolsillo interior de la chaqueta, saco la cartera con un gesto precipitado, febril, excitado, y saco, entre los billetes de quinientos y de mil escudos, la pequena hoja donde habia copiado el acertijo de Toscano. La pregunta del historiador estaba alli, interrogandolo con todo el esplendor de un enigma que ya habia comenzado a creer irresoluble:

Вы читаете El codice 632
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату