contra la tierra, dando vueltas y vueltas, era ahora una bola de fuego que se descoyuntaba, una masa ardiente que se despedazaba, un bloque de lava desparramandose por el suelo, incandescente. El silencio se abatio momentaneamente sobre las trincheras, los hombres estaban petrificados ante la escena. Cuando los restos en llamas del Albatros se inmovilizaron junto a las paredes de unas ruinas, se oyo una salva de aplausos desde las lineas portuguesas, eran los lanudos, no festejando la muerte del enemigo, sino homenajeandolo en su ultimo vuelo de valiente.
– El gringo supo confundirlo -comento el teniente Pinto, que dio media vuelta para proseguir la ronda.
– Lo confundio a el y tambien a nosotros -corrigio Afonso, con los ojos fijos en el suelo en busca de partes menos fangosas donde apoyar los pies-. Pensamos que se las piraria… y al final…
La actividad se reanudo en las trincheras. Una ametralladora alemana abrio fuego a la izquierda, su matraqueo era claramente audible, y la artilleria portuguesa respondio con dos disparos de un mortero pesado, por el sonido todos identificaron un calibre de quince centimetros, probablemente un mortero Hadfields. Los tres oficiales y el ordenanza se encogieron un poco mas en la linea B, pero, aparte de esa postura reflexiva, prosiguieron como si nada ocurriese.
– El boche no se esperaba que le iba a caer una bomba encima -considero Pinto-. Tuvo una muerte terrible…, estrellarse asi en el suelo.
– La alternativa era peor,
– ?En serio?
– No shit.
Sin dejar de comentar las incidencias del emocionante duelo aereo, aun mas dramatico que aquellos que solian presenciar todos los dias desde las lineas, llegaron a Rotten Row y giraron hacia el interior, cruzando la Rue Tilleloy y prosiguiendo por la Regent Street hasta la Rue du Bacquerot, desde donde dieron la vuelta hacia la derecha hasta Picantin Road. Luego regresaron al puesto, una vez traspuestas las redes de alambre de espinos. Picantin Post era un pequeno reducto de perfil elevado, con dos posiciones descubiertas para ametralladoras y un polvorin, ademas de tres refugios pequenos. Tenia capacidad para una guarnicion de cien hombres y lo defendian exteriormente tres refugios para ametralladoras pesadas Vickers, construidos en ladrillo y hierro y a prueba de estallidos, con aspilleras que daban a la carretera y a Picadilly Trench. Su importancia era enorme, puesto que defendia el acceso mas corto y directo de las primeras lineas hasta Laventie, razon por la cual era normal que se viesen alli bastantes hombres. Aun asi, Afonso vio a un estafeta que se encontraba sentado a la entrada del refugio de Picantin. Cuando los vio acercarse, el soldado se alzo de un salto e hizo el saludo militar.
– ?Capitan Afonso Brandao? -?Si?
– Con su permiso, mi capitan, el teniente coronel Mardel desea hablar con usted.
Eugenio Mardel era uno de los oficiales mas importantes de la Brigada del Mino, el hombre que asumia el comando de la brigada siempre que se ausentaba el comandante. Si Mardel lo habia llamado, razono Afonso, era porque habia novedades, y de las grandes.
– ?Donde esta el teniente coronel?
– En Laventie, mi capitan.
Afonso entro en el refugio, cogio la maquina de escribir y la puso sobre la caja que le servia de mesa, se sento en el banco, coloco dos hojas con papel de calco en el medio para hacer una copia y redacto apresuradamente el informe de su compania sobre las ultimas veinticuatro horas en el sector de Fauquissart. Sabia que Mardel querria ver el documento y no deseaba disgustarlo. La redaccion del texto obedecia a un formato previamente establecido y el capitan solo necesito media hora para acabarlo. Cuando termino de mecanografiar el texto, releyo todo, hizo dos pequenas correcciones con la pluma, firmo, doblo el documento, lo guardo en el bolsillo de la chaqueta y salio.
– Vamos -dijo al abandonar el refugio-. Pinto, sustituyeme en el puesto. Hasta luego, Tim.
– Cheerio, old bean.
No era el dolor en los musculos lo que molestaba a Matias, sino el cansancio y, sobre todo, la indisposicion general que lo dejaban postrado. El cabo se quedo apoyado en el parapeto y aspiro con fuerza el Woodbine que tenia en sus manos, se trataba del mas barato de los cigarrillos ingleses, aunque era francamente util para dejarlo satisfecho. Sintio el humo invadirle los pulmones, intento relajar la espalda y echo el humo despacio, liberando un agrio soplo gris.
– ?Como crees que ha quedado el cuerpo de ese tipo? -pregunto Baltazar, sentado junto a el mientras limpiaba la Lee-Enfield.
– ?Quien? ?El tipo del aeroplano? -Si.
– Debe de estar destrozado, ?no?
Matias sintio la acidez del vomito aun presente en la garganta y volvio a dar una calada del Woodbine en un intento de quitarse aquel sabor agrio de la boca. La noche no habia sido facil. Tres dias antes, habian abatido a un hombre del 8 en la Tierra de Nadie, junto a Bertha Trench, durante una patrulla nocturna, y sus companeros huyeron desordenadamente, dejandolo atras. En las noches siguientes se organizaron patrullas para localizarlo, pero no llegaron a detectarlo al fin hasta la madrugada anterior. Matias integro esta ultima patrulla y fue el olor nauseabundo de un cadaver en proceso de putrefaccion, un hedor que le recordaba la pestilencia que soltaban las patatas podridas, lo que lo atrajo al lugar donde se encontraba el cuerpo del hombre perdido. Lo encontro dentro de un hoyo, semihundido en aguas fetidas, a la izquierda del sector portugues, ya en el area patrullada habitualmente por los ingleses estacionados en Fleurbaix. «Despues de que lo hirieran, debe de haberse desorientado y arrastrado hasta aqui -razono Matias, que reconstruyo mentalmente el recorrido del soldado moribundo-. No es de sorprender que las patrullas no lo hayan encontrado, esta muy lejos del sitio donde se produjo la escaramuza.» El cabo se inclino sobre el cadaver para levantarlo, pero suspendio el ademan al oir un ruido y sentir actividad sobre sus pies. Le llevo un momento darse cuenta de que eran ratas arrancando pedazos de carne del muerto. El olor era fuerte, inmundo, repugnante. Ahuyento a los roedores con la culata del fusil, se coloco la Lee-Enfield en bandolera y, venciendo el asco, cogio el cuerpo, lo sintio tieso y endurecido, camino unas decenas de metros en la oscuridad, siempre intentando contener la respiracion, no pudo, el peso del cadaver lo hizo jadear, la pestilencia invadio sus fosas nasales, sintio que se le revolvia el estomago, dejo caer al muerto, se inclino hacia delante y vomito. El ruido atrajo la atencion del resto de la patrulla. Con susurros apenas contenidos, los demas soldados fueron a ayudarlo a transportar el cuerpo por el camino de barro hasta las lineas portuguesas. Dijeron la contrasena al centinela y entraron en la linea del frente portugues, aliviados. Depositaron el cadaver en el suelo y se sentaron en el parapeto, derrengados y jadeantes, a recobrar el aliento. Minutos despues, uno de los hombres se levanto y fue en busca de los camilleros, dejando a los otros descansando. En un determinado momento, ya recuperados, los gano la curiosidad de conocer el rostro del muerto que habian rescatado en la Tierra de Nadie. Encendieron una linterna y Matias observo de reojo la figura extendida en la base de la trinchera. El cadaver estaba hinchado, su piel de un color amarillo grisaceo, un brazo vuelto hacia arriba, tieso, congelado en aquella posicion, con los ojos vidriosos y revirados hacia arriba, tenia partes de los labios y de las mejillas arrancadas, supuestamente por las ratas, que dejaban a la vista los dientes, el propio comienzo de la calavera. El cabo vomito por segunda vez.
– No estara peor que el tipo que fuiste a buscar -comento Baltazar.
Matias lo miro sin comprender.
– ?Quien?
– ?El boche del aeroplano, diablos! -exclamo el Viejo, fastidiado por la expresion ausente del amigo-. Acaba de morir, no debe oler tan mal como el otro, ?no? -observo su Lee-Enfield, ya limpia y aceitada-. Bien, la verdad es que, si esta despedazado en el suelo, debe de tener las tripas fuera. Y las tripas huelen a mierda, ?no?
El cabo miro el parapeto con la mirada perdida en el infinito y acabo el Woodbine. Apago el cigarrillo en el barro y arrojo la colilla lejos.
– ?Sabes cual fue el primer muerto que vi, Baltazar?
– ?Hum?