se repitiera con Afonso, un mensajero desconocido con un telegrama negro que le destruyese la vida. La sola idea la lleno de ansiedad, de inquietud. Casi corrio hasta la puerta, con el corazon acelerado, presa del sobresalto.
Al llegar a la entrada, se detuvo bajo la dovela y suspiro de alivio, lo vio sentado en un escalon, con la gorra en las manos, los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia atras como para recibir mejor el aire fresco de la manana, dejandose mecer por el dulce aleteo de los colibries y por el canoro gorjeo de las alondras que revoloteaban entre los tilos del jardin. Murmuro con los ojos cerrados una breve plegaria de agradecimiento y corrio finalmente hacia el, lo abrazo y lo beso, dividida entre el alivio de verlo sano y salvo y el deber de mantener una postura respetable en el perimetro hospitalario.
– T'es bien?
El dijo que si con un gesto de la cabeza. Sintio la delicada fragancia de Chypre y sonrio, era el perfume que le habia regalado en Paris. La francesa le acaricio el pelo y, desprendiendose despacio, lo cogio de la mano y lo atrajo hacia ella.
Afonso se dejo llevar, deslizandose por la puerta de entrada guiado por Agnes. El suave aroma de Chypre desaparecio de inmediato y, a cambio, el capitan noto el olor a eter y a desinfectante flotando en el aire. El hospital le resultaba feo y frio, hecho de largos corredores de chapa de zinc acanalada, todo metalico y negro, pintado con brea. El suelo, de madera encerada o barnizada, crujio al pisarlo; la luz entraba a raudales por ventanas abiertas en pestana en la chapa de zinc. Los muebles eran de hierro y cristal, en un estilo
– Hoy es dia de evacuacion -explico ella-. Vamos a mandar pacientes al hospital de Hendaya, por eso esta todo un poco caotico.
– Tal vez sea mejor que venga a visitar el hospital otro dia…
– No, quedate. Hasta dentro de dos horas no apareceran los camiones para llevarse a los pacientes a la estacion.
– ?Estacion?
– Si, claro. Hendaya queda junto a la frontera espanola.
– Pero eso esta lejos.
Llegaron a una puerta y ella le solto la mano.
– Esta es mi enfermeria -anuncio con intensidad-. Todos los pacientes que estan aqui son tuberculosos. - Levanto el indice-. Ahora presta atencion. En esta enfermeria, yo no soy tu Agnes, soy la enfermera que no solo ayuda a los enfermos, sino que tambien alimenta sus suenos, sus fantasias, sobre todo su voluntad de ponerse buenos. Por tanto, nada de intimidades delante de los enfermos, ?has oido?
– Bien…
– ?Has oido?
– Pues… si.
Hecha la advertencia, y aparentemente satisfecha con la respuesta, algo titubeante, empujo la puerta y entro en la enfermeria con Afonso tras ella. Era una sala grande y bien iluminada, con camas dispuestas en fila, una al lado de la otra, de uno a otro extremo, con un pasillo en el eje central de la enfermeria. Agnes siguio por ese pasillo, con el capitan a su lado, casi apoyado en ella. El aire se llenaba de toses, toses persistentes en unos casos, toses secas en otros, algunos con pequenas palanganas en la mesilla de noche para expectorar alli, unos pocos gimiendo debilmente. La enfermera francesa, con actitud muy profesional, indico a un paciente que dormia a la izquierda.
– Este esta muy debil, tiene fiebre constantemente, no se si se salvara. -Senalo al del lado derecho, que tosia casi sin parar-. Aquel esta un poco mejor, pero tambien se lo ve desfalleciente. -El siguiente de la izquierda, con una pierna escayolada-. Este es un caso curioso. Fue a la sala de traumatologia, una esquirla casi le quito la pierna. Cuando estaba casi recuperado, pillo una tuberculosis. Resiste.
– Sirva el pure -insistio el paciente.
– ?Ah, si?
– No te pongas celoso,
Al capitan no le gusto, pero se quedo callado. Sabia que era inevitable que su francesa, guapa como era, atrajese piropos en un mundo de hombres hambrientos de hembras. Le costo mas aun ver que eso ocurria delante de el, pero se contuvo, no tenia mas remedio, seria absurdo ir a abofetear al paciente atrevido.
– Lo que no faltan por aqui son pillos -anadio ella, despues de una breve pausa. Saco del bolsillo un papel bien doblado y se lo mostro a Afonso-. Mira esto. Es una carta que me entrego un paciente hace dias para mandarle a su hermano -sonrio-. El muchacho insistio en escribir en frances para que en su pueblo viesen que habla bien, quiere impresionar-. Agnes le extendio la carta al capitan-. Leela,
Afonso desdoblo el papel. La carta estaba escrita con letras irregulares, las lineas torcidas, pero el contenido era extrano.
France, 2-2-1918
Ma chere frere:
Te participe que mua parle tre bien le france.
Ha bocu de madamuaseles joli.
Mange tujur cornbif e une cigarrete aljur.
Gringos tre simpatiques, mua achete a un angle un par de botes ate le genu avec cordons e mua done a lui une garrafe de pieles.
Mua eme alor un madamuasele e apre la guerra fini partir Portugal avec mua fiance. Les mules du Parque bone sante.
Bocu de sovenires de ta frere,
Jose Papagaio
Con expresion divertida, Afonso devolvio la carta, que Agnes guardo enseguida en el bolsillo.
– Hasta parece inventada -comento el capitan.
La enfermera siguio caminando por el pasillo central de la enfermeria y, ya en el final, se detuvo y fue a observar a un paciente acostado en la cama de la izquierda. Le puso la mano en la frente y le acaricio el pelo. La sonrisa que brillaba en sus labios se deshizo. El soldado respiraba con dificultad, jadeante y cansado, con los ojos mortecinos entre ojeras profundas y oscuras, la piel seca como un pergamino, los pomulos salientes en el rostro delgado y macilento, parecia una momia. Afonso observo la bacinilla colocada en la mesilla de noche y comprobo que el recipiente estaba sucio, con expectoraciones y restos de sangre. La enfermera miro resignadamente al capitan.
– No se salva,
Despues de darle de beber al paciente moribundo, Agnes salio de la enfermeria con el oficial siempre atras.