muy despiertos, nerviosos y expectantes, con los ojos danzando temerosamente en todas direcciones, las gargantas secas, la adrenalina contaminando su sangre, sin fuerza en las piernas, un temor invisible que les devoraba el animo debido al volcan de fuego que se extendia frente a ellos y hacia el cual iban a lanzarse. Afonso se sentia desgastado por el miedo, cansado de la espera, deseaba que todo empezase deprisa, no soportaba ya la angustia de saber que iba a combatir. Si ese momento era inevitable, penso, que llegase cuanto antes. Miro a Matias y se sorprendio por la actitud tranquila que mantenia el cabo, parecia que solo iba a dar un paseo hasta las lineas alemanas. El Canijo se agitaba nerviosamente, su cuerpo esmirriado se balanceaba en la penumbra como un pendulo, inquieto, con los ojos atribulados por el fulgor de la artilleria, recelosos, asustados por las sucesivas detonaciones que hacian trepidar el aire, como un gorrion que temblase frente a los depredadores. Baltazar tenia los parpados cerrados, seguramente rezaba, los labios agitandose en un leve murmullo dirigido a los cielos, con la mente en los hijos que habia dejado en Pitoes das Junias. El capitan giro la muneca y consulto por enesima vez su Patek Philippe de pulsera: las agujas fosforescentes indicaban ahora las cinco menos cinco.
– Faltan cinco minutos -dijo Afonso-. Vamos a beber un trago.
Los hombres desenroscaron las cantimploras, satisfechos por ocupar la mente, por distraerse del estruendo de las explosiones y de la irritante espera. Algunos bebieron el ron en sorbos sucesivos, afanosos, dejando que algunas gotas se escapasen por la comisura de los labios y se deslizaran hasta el menton; otros saborearon el alcohol con forzada lentitud, muy compenetrados, como si aquel fuese el ultimo trago de sus vidas, el postrero placer antes del estertor final. A cada sorbo hacian una pausa para expeler el calor que les subia desde el vientre hacia arriba; ante el miedo aun insaciable, bebian un sorbo ardiente mas.
– ?Aaaah! -exclamo Baltazar,
Se sintieron poco a poco mas calmados, tranquilos y relajados, el alcohol les subio rapidamente a la cabeza y domino su miedo, los dejo serenos, invadidos por un sentimiento de irrealidad, como si estuviesen en un sueno, el tiempo se dilato, los latidos del corazon se hicieron mas pausados y algunos llegaron a esbozar una sonrisa.
– Este piscolabis es fenomenal -comento Afonso, que le guino el ojo a Matias.
– ?Vamos a por ellos, mi capitan, vamos a por ellos! -repuso el enorme cabo, frotandose las manos de impaciencia, lo que mas lo abrumaba era esperar-. Tenemos que hacerles pagar lo que hicieron anteayer.
Matias,
– ?Estas tonto o que? -intervino Vicente, mirando a Matias-. Esto acabara mal. Muy mal, seguro.
– Manitas, basta ya, no seas agorero.
Afonso volvio a consultar el reloj. Faltaban dos minutos. Un sargento de la Infanteria 21 se acerco a los hombres del 8.
– Mi capitan, conviene que tomemos posicion.
El oficial asintio con la cabeza, hizo una sena al sargento Rosa y el pequeno grupo del 8 escalo el parapeto. Tanteando el terreno, los hombres se instalaron junto a la alambrada. El sargento del 21 se unio a ellos e indico un punto invisible en la oscuridad.
– No se olviden, vayan por alli -dijo-. El alambre ya esta todo cortado y la via abierta.
– ?Por alli? -pregunto Afonso, con temor a equivocarse.
– Si, por alli. Buena suerte.
El sargento volvio a la trinchera, contento por no formar parte de la fuerza de ataque. Afonso se quedo firme en el suelo fangoso, con los ojos fijos en el reloj de aviador que Tim le habia regalado para Navidad. Sonrio al acordarse de que aquellos mismos relojes de pulsera fueron durante anos considerados meras piezas de joyeria, adornos semejantes a pulseras solo apropiados para mujeres. Si sus hermanos lo viesen alli, con aquella figura, penso, lo llamarian maricon. Pero la verdad es que la guerra habia demostrado que esta era la forma mas practica de llevar un reloj, y alli estaba el, con un tosco Patek Philippe suizo, aun mas feo por la rejilla de metal que protegia la esfera del impacto de las esquirlas. Suspiro y senalo el tiempo.
– Un minuto.
La aguja de los segundos inicio la ultima vuelta, avanzando inexorablemente, algunos hombres rezaban bajito, con los ojos cerrados, los canones rugian, la aguja de los segundos comenzo a subir, tictac tras tictac, punto a punto hacia arriba. Vicente cerro los ojos, Abel suspiro hondo, Matias estiro los brazos, Balta- zar hizo la senal de la cruz, Rosa se mantuvo rigido. La aguja subio aun mas y alcanzo la cuspide, el fatidico 12.
– ?Vamos! -ordeno Afonso.
El grupo del 8 se incorporo desde el barro y empezo a correr, primero con prudencia, buscando el camino abierto entre el alambre; despues, mas rapido, mas rapido, todos a la carrera por la Tierra de Nadie, a oscuras, con las piernas flojas del pavor. El grupo intentaba llegar lo mas lejos posible antes de que los alemanes notasen su presencia, mas rapido, fuerza, fuerza. Los soldados seguian por el itinerario previamente estudiado, el terreno se inclinaba hacia arriba, resonaban los clics metalicos de las Lee-Enfield empunadas, de los cinturones, de las municiones, de las Mills, de las botas, junto con el resuello jadeante de los hombres afanosos. Algunos tropezaban en la oscuridad, las piernas siempre flojas, Afonso cayo en un charco invisible y se levanto enseguida, desmadejado, se pregunto mil veces que estaba haciendo alli, que disparate era aquel. Habia desaparecido el sopor del alcohol, aniquilado por la adrenalina fulminante, pero el sentido de irrealidad persistia, la sensacion de sueno aun los invadia a todos cuando sono el primer disparo de fusil, se oyeron gritos del lado aleman, era el alerta, sonaron mas tiros, cuatro, cinco, diez, veinte tiros, un cohete se elevo en Rally Trench y estallo en el aire, era un «Very Light» que iluminaba la Tierra de Nadie. La luz fantasmagorica del cohete lleno las trincheras como un pequeno sol, rescatando de la penumbra minusculas figuras en movimiento, se veia ahora a los soldados portugueses corriendo en direccion a las lineas enemigas, tropezando en hoyos, cayendo en crateres, tropezando con obstaculos, mas de cien hombres de la primera compania del 21 y un punado del 8 venian de Ferme du Bois y avanzaban al descubierto por la Tierra de Nadie en direccion al enemigo, a Rally Trench, a Sapper Trench, a Mitzi Trench, las lineas alemanas los aguardaban. Se lanzaron mas «Very Lights» al aire, los alemanes iluminaron el campo de batalla con soles sucesivos, la noche se hizo dia, los tiros aislados de las Mauser crecieron y se mezclaron con el estruendo de la artilleria, las Maxim se unieron a la orgia y comenzaron a retumbar por todas partes, volaban granadas y sonaron las primeras explosiones en la Tierra de Nadie. Y los portugueses siempre corriendo, corriendo, corriendo.
La primera linea alemana se les planto enfrente de manera inesperada, por detras de una ultima valla de grueso alambre de espinos.
– ?Alicates! -grito Afonso en cuanto llego junto a la alambrada con sus hombres.
Un soldado del 21 se acerco rapidamente y, con las manos protegidas por unos guantes muy gruesos, comenzo a cortar el alambre con urgencia, clic aqui, clic alla, clic, clic. Los alambres se retorcian, los espinos se balanceaban con maldad, intentando rasgar la piel de quien los mutilaba, pero el hombre los evitaba con pericia e iba abriendo camino, despacio, despacio, todos impacientes. El hombre del alicate parecia no acabar nunca, clic, clic, todos tumbados en el suelo, cada uno vigilando al enemigo, un ojo en los alemanes, el otro en el hombre del alicate, clic, clic, el alicate no paraba de cortar el alambre, el cielo se iluminaba con cohetes y en el suelo danzaban las sombras,
– Ya esta -anuncio por fin el soldado, banado en sudor en aquella madrugada helada.
Los portugueses se levantaron, penetraron temerosamente por el camino abierto por el alicate, algunos se rasgaron la piel con las puntas cortadas del alambre pero igual avanzaron, saltaron aprisa al hoyo de la primera linea enemiga, con los fusiles apuntados, los ojos atentos, buscando bultos amenazadores, la trinchera parecia desierta pero el aire siempre acababa cortado por zumbidos, silbidos, chistidos.
– ?Protejanse! -ordeno Afonso, sintiendo las balas zumbar a su alrededor como moscas.
Los hombres se arrimaron a las paredes. El capitan miro en torno y vio a soldados del 21 mezclados con su peloton del 8. Matias estiro la cabeza por encima del nivel del parapeto para entrever al enemigo, diviso resplandores de armas que disparaban y se acurruco enseguida.
– Estan en aquella direccion -indico entre resuellos, senalando con la mano hacia la derecha.