Una granada alcanzo el blockhaus, e hizo estremecer el edificio. Todos se callaron. Cayo un poco de polvo, pero no tuvo mayores consecuencias.

– A mi lo que mas me agobia es el hambre -exclamo un soldado.

Mascarenhas sonrio.

– Si pudieses encargar un plato, ?cual elegirias?

– ?Mi mayor, que pregunta para hacer en este momento!

– ? Que importa, muchacho? No tenemos comida, pero nada nos impide sonar con ella, ?no?

– Ah, mi mayor, yo me chuparia los dedos con una buena feijoada a la tramontana, carajo, una de las que sabe hacer mi madre…

– ?De donde eres tu?

– Soy de Bisalhaes, mi mayor, justo alli al lado de Vila Real.

– Ya lo se, ya lo se -repuso Mascarenhas-. La tierra de los barros negros.

El mayor sabia que no habia nada que le gustase mas a un soldado que hablar de comida y sonar con su tierra. Esos eran dos temas que sin duda despertaban el interes de cualquier hombre, ademas de las mujeres, claro. Dadas las circunstancias, hablar sobre esos asuntos era el mejor modo de mantenerlos distraidos y animados. Se volvio, por ello, hacia otro soldado.

– Y tu, ?de donde eres?

– Yo soy de Lamas de Olo, mi mayor.

– ?Donde queda?

– En Tras-os-Montes, mi mayor.

– Hombre, eso ya lo se, aqui todos somos de Tras-os-Montes. Pero ?donde queda ese pueblo?

– Lamas de Olo esta cerca de Alvao, mi mayor. Entre el Tamega y el Corgo.

– ?Y es bonito?

– ?Si es bonito? ? Es un paraiso, mi mayor, un paraiso! Ahi se vive en medio de la sierra, uno puede darse unos banos en las Fisgas de Ermelo, pasear hasta el Alto das Caravelas, salir de caza, comer perdiz con uvas, faisan con castanas…, yo que se. -El hombre suspiro-. Ah, mi mayor, como lo echo de menos…

– No me hableis de comida, caramba, no me hableis de papeo -interrumpio el primer soldado-. ?Con el hambre que tengo, hasta la mierda del cornobif me sabria a cabrito asado!

Una nueva explosion interrumpio el dialogo, era un Minenwerfer que habia dado en el blockhaus con estruendo. El resplandor de la explosion ilumino las aspilleras, ahora que la noche habia caido y toda la luz brillaba con mas fuerza.

El soldado aleman apunto al teniente portugues con el Mauser y grito:

– Die Jacke her!

El teniente se quedo absorto, sin entender que queria el hombre.

– Dele la gabardina -le dijo Afonso-. Quiere la gabardina.

Atolondrado, el teniente se quito la gabardina, el aleman se quedo con ella y se marcho.

– Ahora esto -se quejo el teniente-. Ahora me han birlado la gabardina, fijaos…

Nadie dijo nada, las ordenes insistian en guardar silencio. El grupo prosiguio la marcha y los guardias se desentendian de los soldados que robaban a los prisioneros. Rodearon el Bois du Biez, la posicion alemana tantas veces bombardeada por la artilleria portuguesa, y observaron con curiosidad los solidos bunkeres instalados en el bosque y los muchos canones que se encontraban dispersos por alli: un autentico mar. No se veian cuerpos de hombres, pero habia en abundancia cadaveres de caballos, victimas inocentes de los bombardeos portugueses. Prosiguieron el camino por la Fauquissart Road y llegaron a Aubert. La poblacion estaba aniquilada, las casas reducidas a ruinas, parecia Neuve Chapelle.

Despues de Aubert siguieron hasta Illies, donde los llevaron hasta unos barracones montados en un perimetro protegido por alambre de espinos. Al cabo de una hora, les sirvieron la cena, pan de centeno con una salchicha y un poco de mantequilla. Fue su primer contacto con los bratwurst. Para beber, los guardias distribuyeron agua. Cuando los prisioneros acabaron su frugal menu, recibieron la visita de un general de aspecto bonachon.

– Guten Abend. Willkommen in Illies -los saludo el oficial-. Mein name ist General Albert Zeitz. -Los portugueses lo miraron con cara de quien no entiende nada. El general se puso a hablar en el chapurrado frances de las trincheras-. Moi general Zeitz. Allemands bonnes. Portugais promenade aujourd'hui a Lille. Compris?

Un mayor portugues levanto el brazo y el general le hizo una sena para que hablase.

– Compris. Portugais canses, promenade pas bonne. Dormir bonne. Compris?

El general asintio. No sabia que demonios queria decir «canses», nunca habia oido semejante palabra, pero admitio que se trataba de una expresion sofisticada, rebuscada, acaso propia de un frances de calidad literaria. Lo que importaba, penso, es que las demas palabras le resultaban familiares. Sonrio con franqueza, satisfecho por poder comunicarse con tanta fluidez con los prisioneros, y no le costo, por eso, ceder a su voluntad.

– Compris -concedio, magnanimo.

Algunos hombres dormian acostados sobre el cemento. El bombardeo contra el blockhaus habia parado, pero todos se sentian debiles, sonolientos, afectados por el cansancio y el hambre.

– En este momento daria cualquier cosa por el corned-beef y las mermeladas de los gringos -se desahogo el alferez Viegas, que se sentia debil y hambriento.

– Todos tenemos hambre, Viegas -dijo Mascarenhas- pero tenemos que aguantar, puede ser que lleguen refuerzos.

El alferez inclino la cabeza.

– ?Cree realmente en eso, mayor?

Mascarenhas suspiro.

– Creo que es posible.

– Posible es, mayor -admitio Viegas con una mueca de la boca-. Pero mire que esto esta mal. Solo se ven boches ahi fuera, los aeroplanos son todos de ellos y el sonido de la artilleria se esta alejando, da la impresion de que ellos siguen avanzando y nuestra primera linea retrocede.

El mayor se acerco a una aspillera, vigilada por un centinela del 15. Mas alla de la pequena abertura, la oscuridad era total.

– Si, ahi fuera hay un movimiento tremendo -dijo, llamando al alferez con un gesto de la mano-. Ven aqui, ven aqui. ?Quieres oir esto?

Se callaron y se quedaron atentos. En el exterior, a la distancia, se oia sonido de motores.

– Son camiones, mayor.

– Si. Los tipos estan reforzando las lineas y nosotros no somos mas que un estorbo, una espina que les ha quedado clavada en la espalda.

De repente, estallaron unas cuantas de detonaciones y el blockhaus volvio a recibir sucesivamente el impacto de varias granadas. El refugio temblo hasta los cimientos y todos los soldados se despertaron, asustados por el fragor infernal del bombardeo. El reloj de pulsera de Mascarenhas, un Longines plateado, senalaba las cuatro de la manana. Algunos hombres se sentian tan cansados que volvieron a dormirse, incluso bajo el estruendo de aquellas explosiones, pero la mayoria permanecio vigilante.

– ?Gas! -grito una voz dando la voz de alerta.

Se colocaron las mascaras deprisa, los dientes apretaron la boquilla, una pinza metalica bloqueo la nariz para imponer la respiracion por la boca, las cintas elasticas ajustaron la tela de la mascara al rostro. Se quedaron asi veinte minutos, con una gran molestia, les faltaba el aire, la respiracion se hacia pesada y ruidosa. Cuando se quitaron las mascaras, primero un hombre, despues los demas, el aire recupero la circulacion normal, la nariz solo sintio el eterno olor a polvora al que se habian habituado en zona de guerra.

El hambre, entretanto, empezo a apretar. A pesar de que el edificio seguia siendo atacado por la artilleria enemiga, crujiendo terriblemente a cada impacto de granada, Mascarenhas decidio ordenar que saliera una patrulla para evaluar la situacion y, entonces, buscar alimentos.

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