– ?Voluntarios? -pregunto.

Se ofrecieron cinco hombres. El mayor determino que comandaria el raid el militar de mas alta graduacion, el cabo Macedo. Abrieron la puerta y la patrulla se deslizo por la oscuridad con la mision de ir a registrar una casa proxima. El edificio estaba situado en la linea de tiro de las aspilleras del blockhaus, por lo que los alemanes no se habian aun atrevido a ocuparlo o incluso a inspeccionarlo. A las siete de la manana, el bombardeo contra el reducto de Lacouture se suspendio y regreso la patrulla, que se anticipo al amanecer. Los hombres trajeron comida y la ofrecieron a los oficiales: era pan y queso.

Los prisioneros se levantaron al alba y formaron en el patio de los barracones tiritando de frio. Un oficial aleman dividio a los portugueses en dos grupos, de un lado los oficiales, del otro los soldados. La mayoria, con aspecto miserable, parecian vagabundos y pordioseros. Afonso y Matias se vieron asi separados, hermanos de armas divididos por la jerarquia y por el destino. Se buscaron con los ojos, se despidieron con una sena a la distancia, en silencio se desearon mutuamente buena suerte y siguieron caminos diferentes.

La columna del capitan marcho hasta Fournes, los arcenes de la carretera estaban plagados de civiles franceses que miraban, callados, taciturnos, a los prisioneros de guerra. Algunos hacian senas con panes o se acercaban con escudillas de caldo, pero enseguida unos lanceros a caballo, que formaban la escolta de la columna, intervenian, interponiendose entre los civiles y los prisioneros, impidiendo el contacto, ahuyentando a la multitud.

Al final de la manana, la columna entro en Lille por la Porte de Bethune, al sur de la gran ciudad, y se interno por la Rue d'Isly, la cual, mas adelante, despues de la Place de Tourcoing, se transformaba en el Boulevard Vauban. Unos soldados alemanes montaron cordones de seguridad en todo lo ancho de la avenida, impidiendo tambien que los civiles entrasen en contacto con los prisioneros. Los habitantes del pueblo llenaban las aceras, mirando con tristeza a los soldados capturados. Algunos arrojaban panes o chorizos a la columna, otros lloraban amargamente, con la mano en la boca, lloraban con tal emocion que Afonso se sintio conmovido y lloro tambien. En algunos puntos, el cordon de los soldados estaba roto, supuestamente por falta de efectivos, y algunos civiles arriesgaban algunas palabras, lanzadas con carino, arrojadas como flores.

– T'es anglais? -pregunto una mujer joven, mirando a Afonso con intensidad.

– Non -dijo el capitan, meneando la cabeza sin dejar de caminar-. Je suis portugais.

La mujer vacilo, sorprendida. No sabia que habia portugueses combatiendo por Francia. Era joven, pero su rostro parecia prematuramente envejecido, no era facil la vida bajo la ocupacion enemiga. Viendo desfilar a los soldados vencidos frente a ella, lamentando su derrota pero deseando confortarlos, se ilumino con una sonrisa triste. Casi corriendo por la acera, en un conmovedor esfuerzo por acompanar la marcha de los prisioneros, la francesa lanzo besos al aire en direccion a Afonso.

– Merci, le Portugal.

Cuando los prisioneros cruzaron la Rue Colbert, los civiles que llenaban las aceras empezaron a cantar. La Marseillaise estaba prohibida por las autoridades ocupantes, pero los franceses tenian otras opciones para animar a los prisioneros y desafiar a sus carceleros. Las voces se elevaron a coro, desafinadas, desafiantes, con las miradas fijas en los hombres derrotados que marchaban miserablemente por el suelo adoquinado del Boulevard Vauban:

Ou t'en vas-tu, soldat de Frunce,

tout equipe, pret au combat?

Ou t'en vas-tu, petit soldat?

C'est comme il plait a la Patrie,

je n'ai qu'a suivre les tambours.

Gloire au drapeau, gloire au drapeau.

J'aimerais bien revoir la France,

mais bravement mourir est beau.

A Afonso la letra le parecio inadecuada, era una cancion para militares franceses que partian a la guerra, no para soldados portugueses que venian de ella en cautiverio. No obstante, el capitan entendio la intencion, sintio el calor humano que brotaba de aquellas voces, el orgullo que vibraba en el coro, la multitud agradecida, rindiendo homenaje a los extranjeros que combatieron por ella. El oficial portugues dejo de caminar encorvado, con los ojos fijos en el suelo, arrastrandose por el empedrado, abatido y cabizbajo, no era esa la postura que esperaban de el aquellos franceses. Alzo la cabeza, enderezo el tronco, atraveso la verdeante Esplanade y entro con altivez por la majestuosa Porte Royale, cruzando los muros fortificados de la Citadelle.

El tiroteo se reanudo a las ocho de la manana, pero esta vez los sitiados pudieron responder al fuego enemigo. Ya habia salido el sol, iluminando los campos calcinados de Lacouture y las posiciones donde los alemanes abrian fuego sin cesar. Las municiones se acabaron. Mascarenhas fue al refugio donde se albergaba el comandante del batallon britanico y pidio mas cartuchos.

– Take it -dijo el mayor ingles, senalando unas cajas de municiones-. Les derniers, compris? Les derniers.

Mascarenhas conto los cartuchos, eran dos mil. Los ultimos. Las municiones se distribuyeron entre los hombres que guarnecian las aspilleras, con la recomendacion de ser prudentes en el uso del gatillo y de solo disparar a blancos seguros. El mayor observo los terrenos circundantes y comprobo que habia alemanes por todas partes, el blockhaus se encontraba totalmente cercado. A las once de la manana, se agotaron las municiones, cada fusil quedo convertido en una bayoneta y reducido a dos o tres balas, guardadas para usarlas en caso de extrema necesidad.

Un hombre se acerco entonces con una bandera blanca en la mano izquierda. Mascarenhas lo observo con los prismaticos. El individuo llevaba un uniforme kakhi, era un soldado britanico. Se abrieron las puertas del blockhaus para dar paso al hombre. Se trataba de un camillero ingles aprisionado por los alemanes que venia con un mensaje del enemigo. Entrego el mensaje al mayor ingles, que se reunio a puertas cerradas con los comandantes de la Infanteria 13 y de la Infanteria 15. La reunion termino media hora mas tarde, y el comandante del 13 llamo a los hombres y anuncio que el comando del reducto habia decidido que se rendirian. Ya no habia municiones y el enemigo, dandose cuenta de que el fuego del blockhaus estaba casi interrumpido, amenazaba con hacer volar todo por los aires. El camillero salio con la respuesta de los sitiados y volvio mas tarde con las instrucciones de los alemanes.

Mascarenhas desarmo a los cien soldados de la Infanteria 13, mientras que los oficiales del 15 y del batallon ingles hacian lo mismo con sus integrantes. Las Lee-Enfield, las Lewis y las Vickers quedaron amontonadas en un rincon. Los hombres lloraban convulsivamente al formar en el interior del blockhaus. Tambien lloraron cuando se abrieron las puertas y salieron fuera del refugio para entregarse al enemigo. El mayor se quedo a la zaga del grupo y fue de los ultimos en abandonar el reducto. De repente, oyo armas que abrian fuego y vio retroceder a los hombres que iban delante, presas del panico, en un tropel acongojado, con los brazos levantados en senal de rendicion, pero tambien de desesperacion.

– ?Estan disparando! -grito un soldado que intentaba a toda costa volver a entrar en el blockhaus-. Nos estan matando.

Mascarenhas tambien vio, estupefacto e indignado, como los alemanes descargaban las armas en los prisioneros, pero intervino un oficial enemigo y se suspendio el fuego. Algunos hombres se revolcaban en el suelo, heridos. El oficial aleman, con una cinta blanca en el brazo y empunando una pistola, gritaba con sus soldados. Despues, hizo una sena a los sitiados para que saliesen, pero parecia mas preocupado por vigilar a sus soldados que a los portugueses y a los ingleses.

Los prisioneros recibieron la orden de marchar y avanzaron por la carretera rumbo al cautiverio. Los hombres de la Infanteria 13, tramontanos rudos y obstinados, gente de campo habituada a la vida dura en Boticas, en Alfandega, en Mogadouro, en Romeu y en Moncorvo, rusticos de modales bruscos y palabras toscas, alzaron las voces como ninos y empezaron, muy bajo, en un coro suave, a entonar el himno del batallon:

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