– ?Voluntarios? -pregunto.
Se ofrecieron cinco hombres. El mayor determino que comandaria el
Los prisioneros se levantaron al alba y formaron en el patio de los barracones tiritando de frio. Un oficial aleman dividio a los portugueses en dos grupos, de un lado los oficiales, del otro los soldados. La mayoria, con aspecto miserable, parecian vagabundos y pordioseros. Afonso y Matias se vieron asi separados, hermanos de armas divididos por la jerarquia y por el destino. Se buscaron con los ojos, se despidieron con una sena a la distancia, en silencio se desearon mutuamente buena suerte y siguieron caminos diferentes.
La columna del capitan marcho hasta Fournes, los arcenes de la carretera estaban plagados de civiles franceses que miraban, callados, taciturnos, a los prisioneros de guerra. Algunos hacian senas con panes o se acercaban con escudillas de caldo, pero enseguida unos lanceros a caballo, que formaban la escolta de la columna, intervenian, interponiendose entre los civiles y los prisioneros, impidiendo el contacto, ahuyentando a la multitud.
Al final de la manana, la columna entro en Lille por la Porte de Bethune, al sur de la gran ciudad, y se interno por la Rue d'Isly, la cual, mas adelante, despues de la Place de Tourcoing, se transformaba en el Boulevard Vauban. Unos soldados alemanes montaron cordones de seguridad en todo lo ancho de la avenida, impidiendo tambien que los civiles entrasen en contacto con los prisioneros. Los habitantes del pueblo llenaban las aceras, mirando con tristeza a los soldados capturados. Algunos arrojaban panes o chorizos a la columna, otros lloraban amargamente, con la mano en la boca, lloraban con tal emocion que Afonso se sintio conmovido y lloro tambien. En algunos puntos, el cordon de los soldados estaba roto, supuestamente por falta de efectivos, y algunos civiles arriesgaban algunas palabras, lanzadas con carino, arrojadas como flores.
La mujer vacilo, sorprendida. No sabia que habia portugueses combatiendo por Francia. Era joven, pero su rostro parecia prematuramente envejecido, no era facil la vida bajo la ocupacion enemiga. Viendo desfilar a los soldados vencidos frente a ella, lamentando su derrota pero deseando confortarlos, se ilumino con una sonrisa triste. Casi corriendo por la acera, en un conmovedor esfuerzo por acompanar la marcha de los prisioneros, la francesa lanzo besos al aire en direccion a Afonso.
– Merci, le Portugal.
Cuando los prisioneros cruzaron la Rue Colbert, los civiles que llenaban las aceras empezaron a cantar.
Ou t'en vas-tu, soldat de Frunce,
tout equipe, pret au combat?
Ou t'en vas-tu, petit soldat?
C'est comme il plait a la Patrie,
je n'ai qu'a suivre les tambours.
Gloire au drapeau, gloire au drapeau.
J'aimerais bien revoir la France,
mais bravement mourir est beau.
A Afonso la letra le parecio inadecuada, era una cancion para militares franceses que partian a la guerra, no para soldados portugueses que venian de ella en cautiverio. No obstante, el capitan entendio la intencion, sintio el calor humano que brotaba de aquellas voces, el orgullo que vibraba en el coro, la multitud agradecida, rindiendo homenaje a los extranjeros que combatieron por ella. El oficial portugues dejo de caminar encorvado, con los ojos fijos en el suelo, arrastrandose por el empedrado, abatido y cabizbajo, no era esa la postura que esperaban de el aquellos franceses. Alzo la cabeza, enderezo el tronco, atraveso la verdeante Esplanade y entro con altivez por la majestuosa Porte Royale, cruzando los muros fortificados de la Citadelle.
El tiroteo se reanudo a las ocho de la manana, pero esta vez los sitiados pudieron responder al fuego enemigo. Ya habia salido el sol, iluminando los campos calcinados de Lacouture y las posiciones donde los alemanes abrian fuego sin cesar. Las municiones se acabaron. Mascarenhas fue al refugio donde se albergaba el comandante del batallon britanico y pidio mas cartuchos.
Mascarenhas conto los cartuchos, eran dos mil. Los ultimos. Las municiones se distribuyeron entre los hombres que guarnecian las aspilleras, con la recomendacion de ser prudentes en el uso del gatillo y de solo disparar a blancos seguros. El mayor observo los terrenos circundantes y comprobo que habia alemanes por todas partes, el
Un hombre se acerco entonces con una bandera blanca en la mano izquierda. Mascarenhas lo observo con los prismaticos. El individuo llevaba un uniforme
Mascarenhas desarmo a los cien soldados de la Infanteria 13, mientras que los oficiales del 15 y del batallon ingles hacian lo mismo con sus integrantes. Las Lee-Enfield, las Lewis y las Vickers quedaron amontonadas en un rincon. Los hombres lloraban convulsivamente al formar en el interior del
– ?Estan disparando! -grito un soldado que intentaba a toda costa volver a entrar en el
Mascarenhas tambien vio, estupefacto e indignado, como los alemanes descargaban las armas en los prisioneros, pero intervino un oficial enemigo y se suspendio el fuego. Algunos hombres se revolcaban en el suelo, heridos. El oficial aleman, con una cinta blanca en el brazo y empunando una pistola, gritaba con sus soldados. Despues, hizo una sena a los sitiados para que saliesen, pero parecia mas preocupado por vigilar a sus soldados que a los portugueses y a los ingleses.
Los prisioneros recibieron la orden de marchar y avanzaron por la carretera rumbo al cautiverio. Los hombres de la Infanteria 13, tramontanos rudos y obstinados, gente de campo habituada a la vida dura en Boticas, en Alfandega, en Mogadouro, en Romeu y en Moncorvo, rusticos de modales bruscos y palabras toscas, alzaron las voces como ninos y empezaron, muy bajo, en un coro suave, a entonar el himno del batallon: