por el dramaturgo divino, aunque el proposito de la muerte nos parezca gratuito. Su verdadero sentido sigue siendo desconocido para nosotros.

– Los designios del Senor son insondables -sentencio el padre Alvaro.

Afonso lo miro con expresion meditativa.

– Esa es posiblemente la unica gran verdad que la Iglesia ensena, padre Alvaro. Todo tiene un proposito, creo yo, pero ese proposito se nos escapa. -Bajo la cabeza-. La alternativa seria simplemente insoportable. La de que las cosas ocurren porque ocurren, sin sentido ni razon. Eso seria insoportable.

Afonso echo en falta al padre Nunes, penso que tal vez su antiguo maestro seria capaz de comprenderlo realmente. Se callo. La tarde se prolongo, silenciosa y languida. El padre Alvaro se despidio al anochecer, se marcho intranquilo e inquieto, pero Carolina se quedo. Ese dia y los dias siguientes. Afonso se volco hacia ella en busca del equilibrio, de la salvacion. No tenia capacidad para seguir sus razonamientos, pero le ofrecia consuelo emocional. Carolina le daba la mano en los momentos mas dificiles, llegaba incluso a abrazarlo cuando lo sentia desesperado, perdido, vacio. Le dio fuerzas y calor humano, lo ayudo a enfrentar los fantasmas del pasado, los recuerdos de Agnes, el dolor por la perdida, los remordimientos y el sentimiento de culpa, la furia y la rebeldia por la partida que le habia impuesto el destino, la desesperacion por ser aquel un camino sin retorno. Fragil, Afonso se aferro a aquella boya, se refugio en aquel puerto seguro, solto sus emociones y abrio su alma. El se le abrio tanto que, casi sin quererlo, mansamente, fue abriendole tambien el corazon.

Carolina y Afonso se casaron en el verano de 1920, en una boda sencilla celebrada en la pequena iglesia de Rio Maior. Oficio la misa el anciano padre Alvaro, tio de Carolina y protector de Afonso en Braga, un entusiasta maestro de ceremonias muy compenetrado con su papel, ya que insistia en otorgar a aquel casamiento una solemnidad y grandiosidad que lo volverian inolvidable.

Sin embargo, uno de los contrayentes apenas lo oia. De pie en el altar, frente al sacerdote que oficiaba la misa en latin, el capitan se paso gran parte del tiempo abstraido de lo que ocurria a su alrededor, con la mente vagando por el pasado como un vagabundo perdido, buscando a Agnes, imaginandola a su lado, fingiendo que aquella no era la pequena iglesia de Rio Maior sino la gran catedral de Amiens: la ensonacion se hizo tan nitida que hasta creyo captar un acento frances en el latin del sacerdote. Durante algunos instantes, sin embargo, regresaba a la realidad e intuia vagamente la monstruosidad de su traicion, percibia que entregaba su cuerpo incompleto a aquella mujer, le faltaba el alma y el corazon, ambos rehenes del amor de otra. Comprendia la falsedad de ese momento, la doblez de aquella situacion, sus sentimientos se encontraban lejos de alli, se casaba con una y dificilmente pasaba una hora sin pensar en la otra. Se arrepentia y le apetecia huir, salir de la iglesia y correr, abandonar el altar y buscar refugio en el utero acogedor de la habitacion de Carrachana. En un supremo esfuerzo por distraerse, la mente deprisa se sumergia en su sueno, en su fantasia, en el camino imaginario por donde avanzaba presa de un delirio febril, un sendero hecho de recuerdos y sensaciones, de remembranzas de tiempos felices y de deseos sin satisfacer.

En el momento de la verdad, cuando el padre Alvaro le formulo la pregunta sacramental, Afonso dijo que si. A su lado estaba Carolina y, al oirlo decir «si», supuso que se lo decia a ella, no sabia que se lo estaba diciendo a la otra que ya no podia estar alli, el fantasma que seria para siempre su sombra.

Se instalaron en una casa junto a la Praca do Comercio, en Rio Maior, por detras de la vieja Casa Comercial de Jose Ferreira Lopes. Dona Isilda inicio a Afonso en la gestion de la Casa Pereira. Lo llevo a las fabricas adonde iba a buscar la mercancia, se lo presento a los abastecedores, le explico las cuentas y le revelo las tecnicas de venta. Le enseno como exhibir los productos, como recibir a los clientes, como evaluar a los empleados, como decidir cuando se debe o no se debe conceder credito a un cliente, cuanto credito y durante cuanto tiempo.

– Un comerciante no tiene corazon -le repitio ella-. La prioridad es defender el negocio, eso es lo que cuenta. Las decisiones no las dicta la piedad, sino la racionalidad.

Afonso se acaricio el bigote, meditando en estas palabras, dudando de si tendria estomago para poner en practica lo que, dicho en palabras, parecia tan facil.

– Pero, dona Isilda, a veces encontramos situaciones humanas…

– Que las resuelva la Iglesia -interrumpio la suegra-. Si eres piadoso y concedes credito a todo el mundo que no puede pagar, si mantienes en la tienda a empleados incompetentes, todo porque esas personas te dan pena, te quedaras rapidamente en la ruina. Si eso ocurre, muchacho, has perjudicado a todos. Te has perjudicado a ti mismo, a tu familia, a tus buenos empleados y a tus buenos clientes. -Hizo una pausa y lo miro fijamente a los ojos-. ?Y sabes cual es la gran ironia? ?Lo sabes? Que, en resumidas cuentas, los malos empleados y los malos clientes se quedaran como se habrian quedado si los hubieses enfrentado antes, unos sin empleo y otros sin credito, porque la casa ha entrado en bancarrota. La piedad no les ha servido ni siquiera a ellos. Ni siquiera a ellos.

– Pero negarle credito a quien lo necesita y despedir a quien necesita trabajar para vivir es una crueldad -dijo el capitan-. No se si sere capaz de hacerlo.

Isilda suspiro.

– Imagina, Afonso, imaginate que estas en la guerra y una bala te hiere la pierna. Vas al hospital y los medicos comprueban que tienes gangrena. Al comprobar esa situacion, los medicos solo tienen dos opciones: o te cortan la pierna y te salvan la vida, o dejan que todo quede como esta, porque les da pena cortar la pierna. En este caso, mueres. Mueres tu y, gran ironia, muere la propia pierna. Ahora imaginate que tu cuerpo es la Casa Pereira, el medico eres tu y la pierna gangrenada es un mal dependiente o un mal cliente. Si cortas la pierna, salvas el cuerpo. Si no la cortas, el cuerpo muere y la pierna tambien. ?Que haces, eh? ?Que haces?

– Bien…

– ?Que haces?

– Pues… supongo que tengo que salvar el cuerpo, ? no?

– Buen muchacho. -Alzo el dedo-. No te olvides, Afonso. Un comerciante no tiene corazon; la prioridad es defender el negocio.

No fue facil la adaptacion, pero Afonso se habituo gradualmente a las exigencias de la funcion, a la imposibilidad de agradar a todos, a la necesidad de enfrentarse a inevitables rupturas, a la prioridad de defender lo colectivo sobre lo individual. Al final de cuentas, ?no era eso lo que habia hecho durante la guerra? Reparo en una curiosa ironia, la de que, en los momentos criticos, a pesar de que lo colectivo recibia el beneficio de sus decisiones, era lo individual lo que atraia la simpatia general. Si despedia a un empleado inepto, por ejemplo, todos lo lamentaban, lo acusaban de no tener corazon y de ser inhumano, nadie entendia que sus actos estaban guiados por el bien de la mayoria. Lo colectivo era abstracto, lo individual concreto, las personas se identificaban con el individuo, no con el grupo. Pensandolo bien, se dijo, la muerte de su ordenanza en Pincantin habia sido una tragedia, pero la muerte de cuatrocientos hombres en toda la batalla no era mas que una mera estadistica. Lo colectivo era mas importante, reflexiono, aunque fuese con el individuo con quien realmente se identificaban las personas.

El capitan comenzo dividiendo su vida entre el negocio de la familia y la carrera militar. Pasaba mucho tiempo viajando entre Braga y Rio Maior, hasta que llego a la conclusion de que no podia seguir asi. Considero incluso la posibilidad de pedir traslado al cuartel de Santarem, pero, al cabo de dos anos de persistentes conversaciones, dona Isilda lo convencio de que habia una opcion mejor.

– Tienes que abandonar la vida militar, Afonso -le dijo-. ?Cuanto tiempo hace que te lo estoy diciendo, eh? Un negocio es como un matrimonio: requiere exclusividad

Capitulo 5

Harapos blancos y esponjosos, como tiras de algodon rasgado, se cernian inmoviles en el azul profundo del cielo, eran cirros matinales, nubes altas y majestuosas que senalaban la suave llegada de la primavera de 1922. Afonso atraveso el Campo do Conde Agrolongo con los sentidos bien despiertos, registrando cada instante, embriagado por todas las sensaciones de aquella manana, queria guardar dentro de si el momento de la

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