despedida. Prestaba atencion al musical gorjeo de las golondrinas recien llegadas, sentia el aroma perfumado de los pinos flotando en la brisa fresca de la manana, era un vientecito leve y puro que le acariciaba el rostro con amabilidad y soplaba con blandura sobre los arboles, cuyas ramas se agitaban con un murmullo delicado, arrullador, susurrante. Lanzo una larga y nostalgica mirada sobre el amplio frente blanco del cuartel del Populo, sabia que aquella era probablemente la ultima vez que visitaba el edificio donde se habia hecho oficial.

El capitan se dirigio al cuartel para presentar los papeles y despedirse de los companeros que habian compartido con el la guerra. Conversando en las escalinatas o en el comedor, los veteranos seguian refiriendose a los acontecimientos del 9 de abril, contaban historias, reconstruian episodios, recordaban a companeros caidos, hacian balance. Lo curioso es que los recuerdos parecian concentrarse solo en lo pintoresco de la guerra, relegando a un conveniente olvido justamente todo aquello que habia hecho algo terrible de aquella experiencia. No habia en el Populo quien no sintiese orgullo por la cruz de guerra de primera clase que habia distinguido a la Infanteria 8 por su comportamiento en la gran batalla, o no considerase justa la Orden Militar de la Torre y Espada que se le habia concedido dos anos antes a la ciudad de Lille por el apoyo que sus habitantes prestaron a los reclusos portugueses, alimentandolos y ayudandolos a escondidas de los ocupantes.

Afonso se detuvo varias veces, saludando aqui y aculla, subio las amplias escalinatas cruzadas del patio central y se acerco languidamente a la ventanilla de la oficina.

– Muy buenos dias -saludo, observando el interior.

Un alferez se inclinaba sobre la mesa mecanografiando documentos. El hombre alzo la cabeza y se levanto cuando vio a su superior jerarquico.

– Buenos dias, mi capitan -dijo, haciendo el tipico saludo militar, avanzo unos pasos y se acerco a la ventanilla-. ?Puedo ayudarlo?

Afonso miro a su alrededor y fijo la vista en el alferez.

– ?Que tengo que hacer para salir del Ejercito?

– ?Como?

– Quiero salir del Ejercito. ?Que tengo que hacer?

El alferez vacilo.

– Bien…, pues… tiene que rellenar unos documentos y elevar una instancia al senor comandante.

– ?Y cuales son los terminos de la instancia?

– Tengo aqui un borrador, ?quiere verlo?

– Pasemelo, por favor.

El alferez fue hasta un cajon, saco un folio y se lo entrego.

– Aqui esta. Pero, por favor, capitan, devuelvamelo despues, es la unica copia que tengo.

– Quedese tranquilo.

El alferez afino la voz con un «hum, hum» arrastrado.

– Debe saber que el senor comandante puede rechazar su peticion…

– Quedese tranquilo -sonrio Afonso-. Hablare con el comandante y no tendra razones para oponerse. Despues de lo que he pasado en Flandes, era lo que me faltaba.

El capitan dimisionario rellenaba los documentos en el pasillo del primer piso del cuartel, sentado en un banco junto a la ventanilla de la oficina, cuando sintio que un bulto se plantaba frente a el.

– ?Y, capitan? Escribiendole una carta a una demoiselle, ?no?

Alzo la cabeza y reconocio al ahora coronel Eugenio Mardel, el hombre que habia comandado la Brigada del Mino durante la gran batalla. Se levanto de golpe, recibiendolo con una amplia sonrisa.

– Mi comandante -exclamo, haciendo el saludo militar-. Benditos los ojos que lo ven.

Mardel extendio la mano informalmente.

– ?Como se encuentra, capitan? ?Y? ?Como fue su paso por Alemania? ?Los boches lo trataron bien?

Se dieron un vigoroso apreton de manos.

– Cinco estrellas, mi comandante. Cinco estrellas. Hasta distribuian caviar de aperitivo y champagne para aplacar la sed.

Mardel se rio.

– Me lo imaginaba.

– ?Que esta haciendo aqui, senor comandante, en el Populo?

– Mire, he venido a visitar los regimientos de la brigada, una especie de paseo nostalgico, ?entiende?

– Ah, muy bien, muy bien.

– ?Ya ha almorzado?

– No, aun no. Pero confieso que ya tengo bastante hambre…

– Entonces, venga conmigo. ? Hay por aqui algun sitio que valga la pena?

– Tenemos el restaurante del hotel, al otro lado de la plaza.

– ?Se come bien?

– Mejor que en las trincheras, mi comandante.

Abandonaron las instalaciones del Populo y fueron a almorzar juntos al restaurante del Grande Hotel Maia, justo enfrente del cuartel, al otro lado del Campo del Conde Agrolongo. Pidieron unos filetes de higado a la moda de Braga y se sumergieron en los recuerdos del pasado. Por peticion de Mardel, Afonso le conto todo lo que le habia ocurrido desde el dia de la batalla. Cuando concluyo el relato, el coronel se mantuvo silencioso, con la mirada ausente.

– ?En que piensa, mi comandante?

Mardel carraspeo.

– Me pregunto si todo esto habra merecido la pena -dijo-. Hemos cumplido con nuestro deber, es cierto, pero ?habra servido para algo?

Afonso lo miro a los ojos.

– La guerra la hacen los jovenes, que se matan para la gloria de los viejos. Para los jovenes, esta claro que no ha merecido la pena. Para los viejos…

La frase quedo suspendida y fue Mardel quien la concluyo.

– Para los viejos quedan glorias que no se merecen -dijo-. Lo se. -Hizo una mueca-. Mire, capitan Brandao, solo fueron condecorados seis batallones por su arrojo en el combate durante el 9 de abril. En ese numero se contaban nuestros cuatro batallones de la Brigada del Mino, ademas de los dos batallones tramontanos, la Infanteria 10, de Braga 1193, que combatio a la derecha de Ferme du Bois, y la Infanteria 13, de Vila Real, que resistio en Lacouture.

– El segundo comandante del 13, el mayor Mascarenhas, es amigo mio desde la epoca de la Escuela del Ejercito.

– ? Ah, si? Pues, mire, su amigo fue un valiente.

– Lo se.

– Bien, todo esto para decirle que solo combatieron los soldados del Mino y los tramontanos. Los restantes batallones, incluidos todos los de la Brigada de Lisboa, ademas de los del Algarve, del 3, y los del Alentejo, del 11 y del 17, huyeron del enemigo o se rindieron casi sin oponer resistencia. No han recibido, desde luego, ninguna distincion.

Afonso fruncio el ceno.

– Es curioso -comento con lentitud-. ?Acaso la gente del norte es mas valiente que la del sur?

– No estoy seguro de que esa sea la pregunta adecuada. Pienso que la verdadera cuestion es saber si la gente del campo es mas valiente que la de las ciudades. -Mardel se paso la mano por el pelo-. Capitan Brandao, ?sabe?, no hay guerrero mas temible que el agricultor. La gente del campo esta habituada a la dureza de la vida, al trabajo de la tierra, a las contrariedades que impone la naturaleza, y no se deja impresionar facilmente por las dificultades de la guerra. ?Son duros, son tremendos! Los finolis de las ciudades ya se sabe como son, lo que quieren es juerga y fado, mujeres y buena vida, ocio y comida en la mesa. Cuando la cosa esta que arde y la vida se pone dura, todos se las piran.

– Eso puede explicar el comportamiento de los lisboetas, no digo que no, pero ?los habitantes del Algarve, los del Alentejo?

– Reconozco que no encuentro explicacion para ellos. Me dicen que tienen una naturaleza mas indolente, pero dudo de que haya sido la indolencia la que los hizo poner pies en polvorosa. Incluso porque Wellington tenia

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