carniceria, que mandasen a otros, que ya habian hecho mas que suficiente, que en realidad querian volver a Portugal, que se fuesen todos a freir esparragos y a otros sitios peores, en fin, usted se lo puede imaginar. Pero el comando no tolero semejante desobediencia. Al dia siguiente, el 17 de octubre de 1918, nunca mas me olvidare de esa fecha, ese dia decidieron actuar en serio. Llamaron a la Infanteria 23, cercaron a los revoltosos y, ?pumba!, los ametrallaron.
Se hizo una pausa.
– ?Que? -murmuro Afonso, incredulo-. ?Que?
– Los mataron a tiros de ametralladora.
La ultima visita de Afonso a Braga sirvio para ajustar las cuentas pendientes del pasado. El capitan dimisionario nunca mas volvio a hablar con el teniente Pinto. Cuando se cruzaba por casualidad con el en los pasillos del cuartel, miraba para otro lado, no le perdonaba el haberse fugado en el momento mas dificil de la compania el 9 de abril, cuando se produjo el cerco de Picantin Post.
La verdad, sin embargo, es que solo habia realmente una persona con la que Afonso deseaba reencontrarse. El problema es que desconocia su paradero. Hizo varias averiguaciones y la oportunidad acabo surgiendo dos dias antes de regresar a Rio Maior, cuando el alferez que trabajaba en la oficina del cuartel descubrio un documento que registraba el domicilio del hombre que buscaba; estaba en un sitio llamado Palmeira, un lugar remoto al norte de Braga. Sin perder tiempo, el capitan pidio un caballo y fue cabalgando hasta alli. Se interno por los caminos de tierra y llego a la direccion que habia garrapateado en un papel.
– ?Aqui vive Matias Silva? -pregunto Afonso, inclinandose sin apearse.
Una vieja nativa del Mino, que se apoyaba encorvada en un baston, con la piel llena de arrugas en torno a sus ojos azules, con un panuelo negro cubriendole la cabeza, senalo temblorosa la casa contigua.
– Matias vive alli, senor.
Afonso miro la casa de piedra que le indicaba. La parecia una version, al estilo del Mino, de los edificios ruinosos de Carrachana: era evidente que compartia con el antiguo cabo el mismo origen humilde. Se apeo, amarro el caballo a un arbol y dio unos pasos por el camino de cabras hasta llegar frente a la casa. La puerta de madera tosca estaba entreabierta y el capitan entro, vacilante.
– ?Hay alguien aqui? -llamo.
Oyo el sonido de un cubierto que golpeaba en un plato de porcelana y una tos ronca. Miro hacia el lugar de donde llegaba el ruido. Un enorme bulto se encontraba en la penumbra, sentado a la mesa e inclinado sobre una escudilla. No se le veia el rostro, pero Afonso lo reconocio. El bulto se quedo momentaneamente paralizado y, al cabo de un largo y silencioso segundo, se levanto con lentitud.
– Capitan.
Los dos hombres se acercaron y se plantaron el uno frente al otro, un poco sin saber que hacer. No se veian desde hacia cuatro anos, desde que los alemanes los habian separado en Illies. Se abrazaron por fin. Se abrazaron con fuerza, como hermanos, como viejos amigos distanciados por las circunstancias de la vida, como companeros de viaje que se reencontraban despues de una larga y dificil jornada.
– Sientese aqui, sientese aqui-dijo Matias, guiando a Afonso hasta la mesa. El capitan se acomodo y el antiguo cabo fue a buscar otro plato de sopa-. Es una sopita estupenda, mi capitan. Si Baltazar estuviese aqui, diria «que categoria». -Tosio-. La ha hecho mi mujer, Francisca, pruebela.
Afonso bebio una cucharada y guino el ojo.
– Esta muy buena.
– ?A que esta buena? Mi Francisca es una gran cocinera, claro que si. Es una pena que no este aqui, fue a lavar la ropa al rio y a ponerla a secar. Pero ya vuelve. -Tosio-. Ella era mi novia, ?sabe? Cuando volvi de Alemania, pense: Matias, la moza es seria y honesta, no es ninguna tarambana, no es ligera de cascos, es buena de verdad, casate con ella, anda.
Volvio a toser, esta vez durante un buen rato.
– Esa tos no es buena -noto Afonso con preocupacion.
Habia reconocido aquella tos y sabia que no era buen augurio. Matias se habia puesto morado de tanto toser, pero logro recobrar el aliento.
– Son la mierda de los gases, capitan. -Tosio nuevamente-. Los boches me siguen matando con los gases que me metieron en el cuerpo. Hasta siento el liquido corriendo por aqui dentro, en el pecho. -Respiro hondo, para demostrar lo que decia y, en efecto, los pulmones parecian silbar-. Los gases estan haciendo lo que las ametralladoras y las «calabazas» no lograron en las trincheras, estan acabando conmigo. -Sonrio con tristeza-. Era extrana aquella vida en las trincheras, ?no? La muerte nos perseguia todos los dias, nos olia, nos rozaba, pero ?sabe?, yo siempre conserve las ganas de vivir.
– Usted era un optimista -considero Afonso-. Habia algunos que pensaban que se iban a morir, se pasaban la vida esperando la desgracia, todo los doblegaba, vivian invadidos de malos presentimientos, eran autenticas aves agoreras.
– Manitas era asi…
– Y despues estaban los otros, los tipos como usted, aquellos que volvian grandes las cosas mas minusculas, saboreaban una pausa, buscaban la felicidad en las pequenas cosas, en un trozo de pan, en un ruisenor que cantaba, en un rayo de sol capaz de vencer aquel sombrio manto de nubes grises.
Un nuevo acceso de tos lleno la sala. Matias respiro hondo y trago saliva.
– Bueno, solo era posible vivir alli si lograbamos ignorar lo que aquello tenia de malo, si lograbamos levantar un muro que nos aislase de toda aquella desgracia. -Matias tosio-. ?Se acuerda, mi capitan, de la indiferencia con que mirabamos a un muerto o un cuerpo mutilado? Ese era el muro que nos protegia. Tanto nos agotamos sufriendo por nosotros que ya no podiamos sufrir por ellos. Esa era la verdad, los muertos se nos hicieron indiferentes.
– Excepto los companeros -acoto Afonso.
– Excepto los companeros -confirmo el antiguo cabo, que tosio-. Los companeros eran lo mejor de toda aquella mierda. Solo ellos contaban. -Tosio de nuevo-. ?Que patria ni que hostias! Yo luchaba por mis companeros. Manducabamos juntos, dormiamos juntos, sufriamos juntos, eramos amigos, hermanos, todo. Fue en la guerra donde conoci verdaderamente a los hombres, los conoci en serio, en lo bueno y en lo malo, pero sobre todo en lo bueno, en la ayuda mutua, en la amistad, en las pequenas cosas y en los grandes gestos. -Bajo la cabeza-. El problema venia cuando se morian, eso se hacia insoportable.
– Miro a Afonso-. ?Sabe que hice una peregrinacion por el Mino para visitar a las familias de los companeros de mi peloton, de los companeros caidos en Francia? Es verdad, lo hice. Fue duro, fue francamente tremendo. Fui a Barcelos a hablar con la madre de Vicente,
– ?Por que hiciste eso?
Matias suspiro.
– Remordimientos, creo yo -dijo-. ?Sabe que suelo sonar con los companeros? Lo curioso es que nunca estan muertos. Sueno que hacemos las cosas de costumbre, salimos a matar ratones, a hacer drenajes, a contar anecdotas, todos siempre juntos. Cuando pasan dos semanas sin sonar con ellos, los echo de menos y quiero sonar otra vez. -Tosio-. Extrano, ?no?
– Esa es la guerra que sigue en nuestra cabeza.
– Tal vez. Pero, en medio de todo esto, mi capitan, hay algo que no comprendo, que no acepto. -Tosio una vez mas-. ?Sabe que es?
– ?Que?
– No entiendo por que he sobrevivido. No entiendo, no concibo por que razon han muerto todos ellos y yo he seguido vivo. ?Que he hecho yo de especial para estar vivo? ?Cual es el sentido de que haya logrado escapar? ?Por que yo? No lo entiendo, no lo entiendo. -Bajo la voz-. Me siento culpable, angustiado, anhelante, es como si los hubiera traicionado, como si los hubiese abandonado, como si no los mereciese. Ellos lucharon hasta la muerte y yo me rendi, no tuve valor para ir hasta el final, sobrevivi sin salvarlos, me maldigo todos los dias por eso.
– Yo tambien pienso en ello muchas veces -confeso Afonso-. Pero la verdad es que, en aquel momento, en