celebre de Lille, a la par, claro, del recien fallecido Pasteur. Al fin y al cabo, la ciudad era pequena y todos se conocian. Otros clientes venian de la clase alta, incluso duenos de castillos y mansiones a quienes les gustaba ver sus bodegas ricamente pertrechadas, y Paul se volvio por ello visita frecuente de sus palacetes y casas solariegas.

El enologo trabo una especial amistad con el baron Jacques Redier, un cliente apreciador del metodo de abrir botellas a lo husar y con quien iba a caballo a cazar conejos en el bosque de Compiegne durante el verano. La baronesa Solange Redier era una mujer fragil y enfermiza, con quien se quedaba a veces la madre de Agnes haciendole compania, ayudandola a enfrentar los ataques de tos derivados de una tuberculosis lenta y en apariencia cronica, y que acababan en expectoraciones con restos de sangre. Las dos hijas permanecian en esos casos con su madre, mientras que Gaston y Francois participaban de las cacerias en Compiegne. En esas ocasiones, Agnes se sentia Florence Nightingale y no escatimaba esfuerzos para ayudar a la baronesa que fue, al fin y al cabo, su primera paciente.

– Su hija es una santa -comento la baronesa despues de un ataque de tos especialmente violento que le valio innumerables caricias de su pequena y esforzada enfermera.

– Si, es muy carinosa -coincidio Michelle, ella misma secretamente sorprendida por las atenciones con que su hija rodeaba a la anfitriona-. Siempre ha sido diferente de sus hermanos.

– La nina deberia ir a jugar, en vez de estar aqui aburriendose con nosotras -observo la baronesa Redier, sacudiendo el abanico-. A esa edad es un desperdicio que pierda el tiempo con una enferma como yo, ?no le parece?

– Oh, no se preocupe, baronesa, a mi hija Agnes le encanta estar entre los adultos. A veces, fijese, se queda horas sentada en un rincon, callada, escuchando nuestras conversaciones, como abstraida de si misma. Me confunde un poco, es un hecho, pero esa es su naturaleza, ?que quiere? Siente un gran placer estando entre los mayores.

– Pero ?no tiene amigas?

– Tiene a su hermana y a Mignonne.

– ?Es una vecina?

– No -sonrio Michelle-. Es la muneca.

Cuando los hombres volvian de la caceria, su alegria incontenible y su entusiasmo contagioso suscitaban gran curiosidad entre las dos hermanas. Contaban hazanas de caza, relataban persecuciones maravillosas: la liebre que costo tanto capturar, el faisan que se escapo, el jabali que rodearon a caballo; todo aquello parecia un excitante mundo de aventuras, un inagotable manantial de historias, un universo de emociones vibrantes que les estaba injustamente vedado. Claudette se aburria terriblemente en el Chateau Redier y convencio a su hermana para que se uniese a ella en una firme campana para persuadir a su padre de que las dejase ir con ellos. El recurrir a su hermana no era inocente, Claudette sabia que Paul sentia una debilidad especial por Agnes y se mostraba decidida a usarla en su provecho.

– Ni pensarlo, Claudette, la caza no es cosa de chicas -exclamo el padre cuando su hija mayor le manifesto su deseo.

– Oh, papa, dejanos ir.

– No puede ser, hija. Tenemos que andar a caballo, tenemos que galopar detras de los zorros, disparamos, es peligroso.

– Pero Gaston y Francois van.

– Es diferente, son chicos.

– Pero son mucho mas pequenos que nosotras, no es justo.

– Si, es verdad, pero ellos no salen en las cabalgatas con nosotros, eso si que no.

– ?Ah, no? ?Y adonde van ellos?

– Se quedan en los Etangs de Saint-Pierre con Marcel.

Marcel era el mayordomo del Chateau Redier, un hombre aspero que a los chicos les caia mal.

– ?Ah, si? ?Y nosotras no podemos quedarnos con ellos?

– No, hija, esto no es para chicas.

Claudette sintio que habia llegado el momento de jugar la ultima carta. Hizo una sena a Agnes y esta se acerco a su padre, poniendo boquita de pinon, con los ojos dulces y solicitantes, con el tono de voz irresistiblemente meloso.

– Oh, papa, se mignon, dejanos ir…

Paul miro a Agnes y trago saliva.

– Bien…, yo… -titubeo-. En fin…, eh…, ?por que no? -dijo con un suspiro, vencido-. Esta bien, esta bien. Manana os llevo.

Lo abrazaron, efusivas.

– ?Merci, papa!

– Ya, ya -dijo Paul, derritiendose en el abrazo-. Pero teneis que portaros bien, ?habeis oido?

Fue la unica vez que el padre consintio llevar a las dos chicas consigo. A la manana siguiente, un domingo gris y humedo, metio a los cuatro hijos en un coche, conducido por Marcel, y todos emprendieron la marcha por la carretera: coche, caballos y perros en medio de gran alboroto hasta el bosque. Cruzaron el rio Aisne y entraron en el Bois de Compiegne, pasando por entre los grandes robles hasta los Beaux Monts, desde donde se dirigieron hacia los Etangs de Saint-Pierre. Agnes y Claudette se quedaron alli sentadas junto a un lago rodeado de hayas, mientras que sus hermanos jugaban a la guerra entre los arbustos, bajo la mirada aburrida de Marcel. El padre galopaba con el baron Redier tras los perros y las liebres. A las ninas la experiencia les resulto enfadosa, no habia alli aventuras ni excitacion, solo un tedio sin fin. Decepcionadas, nunca mas quisieron oir hablar de cacerias, eran mil veces preferibles los bostezos en el Chateau Redier.

Paul era un hombre avanzado para la epoca y, cuando Claudette termino el instituto, decidio pagarle los estudios universitarios. La hija mayor, apasionada por la arqueologia y estimulada por los recientes descubrimientos en Egipto y en la Mesopotamia, fue a estudiar historia a la Sorbona.

Al ano siguiente, en 1911, pareja oportunidad le llego a Agnes. Sin sorpresas, la segunda hija del matrimonio Chevallier decidio a los veinte anos seguir los pasos de su heroina Florence Nightingale y se matriculo en Medicina, tambien en la Sorbona. No era Enfermeria, pero estaba en el mismo departamento. En Paris compartio con Mignonne y su hermana un apartamentito simpatico en Saint Germain-des-Pres. El apartamento estaba situado en un primer piso de la Rue de Montfaucon, junto al mercado, y fue alli donde paso los mejores anos de su vida.

Claudette y Agnes frecuentaban facultades diferentes, por lo que solo se encontraban por la noche y los fines de semana. Una vez por mes, iban a Lille a pasar un fin de semana con sus padres y recibir la mesada. El dinero les alcanzaba para la comida, que iban a comprar al Marche Saint Germain, justo al lado, y para pagar el alquiler del pequeno apartamento, compuesto por cocina y una sala grande, donde tenian dos camas, un sofa, un armario, un escritorio y una banera. El cuarto de bano, en la planta baja, era un pequeno cubiculo con un inodoro blanco decorado con motivos azules, como si fuesen tatuajes sobre la porcelana, y servia para todos los inquilinos del edificio.

La carrera de Medicina resulto absorbente. El primer contacto con Anatomia resulto inolvidable. Agnes era de las pocas mujeres que iba a ese curso y tuvo mucho miedo la primera vez que entro en la sala de disecciones, donde se daria la primera clase de esa temida disciplina. En medio de la sala habia una mesa y, sobre ella, se hallaba extendido el cadaver de un hombre desnudo. Los alumnos rodearon la mesa con un silencio respetuoso, fascinados ante la vision del muerto, y solo el profesor parecia relajado, tal vez incluso algo divertido, sabia bien como fantaseaban los alumnos acerca de las siniestras experiencias de aquella catedra, sobre todo antes de conocerla de verdad. El profesor Bridoux tenia fama en la Sorbona, entre los estudiantes de Medicina, por sus extravagancias con los cadaveres. Al contrario de la mayoria de los profesores de Anatomia, que disponian de cirujanos para las clases de diseccion, a Bridoux le gustaba cortar el mismo los cuerpos y poner al descubierto sus entranas. Agnes conocia su legendaria fama de hombre morboso, una reputacion entre los estudiantes que, en rigor, le aseguraba una clientela fiel; al fin y al cabo, el responsable de la catedra de Anatomia era generalmente

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