impresionado.
Ya en la epoca del Club Lisbonense, el Carcavellos Club era el equipo mas temible que habia, formado por ingleses del cable submarino. Si el
– Somos bicampeones de Lisboa -repitio el hombre con incontenible orgullo.
– ?Puedo ir a ver algun partido?
– Este domingo, si quiere. Vamos a enfrentarnos con el Cruz Negra en un
– ?Y donde es?
– Aqui al lado, en las Salesias, el campo que esta al lado del cuartel. A las tres y media de la tarde.
Afonso no falto al encuentro. Eran las tres de la tarde del domingo y ya habia tomado asiento en las Salesias, un descampado rodeado de casas y que pertenecia a un cuartel de caballeria. Las caballerizas estaban alineadas al fondo, y del otro lado se veia el Tajo deslizandose perezosamente hacia el mar. Habia ya una pequena multitud aglomerandose en torno al campo de tierra apisonada, observando a algunos jugadores que se entrenaban junto a porterias improvisadas. Unos vestian camisetas verdes con una cruz negra bordada al pecho, otros llevaban camisetas rojas y calzones blancos, entre ellos los dos empleados del laboratorio Franco. A Afonso le resulto facil entender que los primeros pertenecian al Cruz Negra y los segundos al Grupo Sport Lisboa. Al cabo de media hora, un hombre con pantalones, corbata y chaleco llamo a los
El
Afonso se quedo un rato mas viendo a los jugadores desnudarse en un rincon del campo y lavarse en barrenos. Un chiquillo iba con un cubo a buscar agua a un pozo y la echaba sobre los atletas. El joven espectador sonrio ante el espectaculo y se fue serenamente de las Salesias, de vuelta a casa y a los ejercicios de algebra superior.
Durante dos meses, esta fue la vida de Afonso. A lo largo de la semana, estudiaba con los profesores particulares pagados por dona Isilda, y el domingo iba a ver brillar al Grupo Sport Lisboa en las Salesias, en Alcantara o en el Lisbon Cricket Club. Llego incluso a participar en algunos entrenamientos, cuando faltaban jugadores para completar dos equipos, pero carecia del talento y la preparacion fisica para seguir el ritmo de los titulares. Esta vida duro hasta principios de agosto, momento de ir a la Academia Politecnica a hacer las pruebas.
En los examenes le fue bien y, en pocos dias, Afonso tuvo en su mano los cinco certificados que necesitaba. El mayor Augusto Casimiro lo llevo a la Escuela del Ejercito, ubicada en el sitio de la Bemposta, o Paco da Rainha, donde entrego todos los documentos y certificados exigidos y pago los mas de 5.000 reis de matricula para entrar en infanteria. Afonso, ademas, tuvo que hacer varios ejercicios fisicos como prueba de su aptitud para afrontar los rigores de los entrenamientos militares, prueba que supero con sorprendente facilidad. Se impuso su porte atletico, entre otras cosas porque su frecuente participacion en los entrenamientos del Sport Lisboa lo habia dejado en buena forma. El mayor Casimiro llego incluso a hablar con el general Sousa Telles para facilitar discretamente las cosas, toda vez que habia mas candidatos que vacantes, pero la cuna acabo revelandose innecesaria. El 31 de agosto se fijo la lista de los candidatos seleccionados en el vestibulo de la Escuela; Afonso vio su nombre incluido. Sintio que se liberaba del peso que llevaba sobre los hombros y una bocanada de aire puro le lleno los pulmones. Sabia que un fracaso tendria consecuencias penosas en su vida, por lo que fue un gran alivio verse matriculado en la Escuela del Ejercito.
Las clases no comenzaban hasta el otono, por lo que Afonso fue a descansar durante septiembre en Carrachana. Advertida de la presencia del muchacho, dona Isilda mantuvo a Carolina encerrada a cal y canto en casa. La viuda argumentaba que los acuerdos eran para cumplirse: no queria amorios mientras el pretendiente no aprobase la carrera militar que le abriria las puertas de la oficialidad, no fuese a pasar que el diablo actuase y la muchacha apareciera prenada. Pero dona Isilda no eludio sus responsabilidades de protectora y financio la confeccion, en la sastreria de Ulpio Brazao, del uniforme de primer sargento cadete para Afonso, un uniforme obligatorio para todos los jovenes que asistian a la Escuela del Ejercito.
Afonso regreso a Lisboa el jueves 24 de octubre. Se presento en la secretaria de la escuela y presto, dias despues, el juramento de fidelidad, requisito imprescindible para poder servir en los cuerpos del Ejercito. A partir de ese instante, quedaba integrado en la Escuela del Ejercito y, detalle extrano para quien estaba obligado a pagar matricula, comenzo a percibir un sueldo de trescientos reis por dia.
Un sargento los condujo, a el y a unos cuantos mas que se habian presentado tambien ese dia, hasta la parada del internado de la escuela, una gran plaza de tierra apisonada rodeada de edificios de color rosa claro y de dos pisos. Habia grandes olmos que se alzaban al fondo mas alla del muro, la bandera azul y blanca de Portugal izada en un mastil; en otro, el estandarte de la Escuela del Ejercito, las armas portuguesas en cada rincon circundadas por dos ramas de laurel. Los llevaron hasta el edificio central del ala izquierda y, cuando Afonso entro, se dio cuenta de que, mas que un dormitorio, aquel era un verdadero almacen de cadetes. Habia literas a la izquierda y a la derecha en un espacio amplio y sin compartimientos, unas cincuenta literas a cada lado, cien en total, sabanas blancas sobre una madera ordinaria, nada que sorprendiese al mozo de Carrachana, habituado a cosas peores en la cama de laton que compartio durante anos con sus hermanos. El sargento les indico sus camas, les dio las llaves de los cofres y ordeno que se quitasen la ropa de paisano y comenzasen a usar, a partir de ese momento, solo el uniforme reglamentario.
Afonso se quito la ropa junto al cofre, con los pies sobre el suelo frio de baldosas, y se puso el uniforme que solo habia usado una vez, al probarselo en la sastreria de Rio Maior: primero los pantalones grises y la camiseta; despues se calzo los zapatos y, por fin, se puso la perla del uniforme, el dolman. Era una vistosa chaqueta azul, abrochada verticalmente en medio del pecho con seis botones de metal amarillo, las solapas levemente redondeadas por delante, la gola rojo vivo con el emblema dorado de la Escuela, la divisa de primer sargento bordada en escarlata en las mangas y una bandolera blanca que le cruzaba el pecho y sostenia una canana a la altura de la cadera. En la cabeza, el birrete azul. Cuando todos terminaron de ponerse el uniforme, el sargento los condujo fuera del dormitorio hasta la parada y les enseno los movimientos que tendrian que efectuar diariamente durante la ceremonia de formacion del almuerzo. Despues, los cadetes le entregaron al sargento sus platos y cubiertos, debidamente numerados, para que fuesen llevados al comedor. El plato y los cubiertos de Afonso estaban marcados con el numero 190, y a los cadetes se los informo del lugar que tendrian que ocupar en el comedor.
La ceremonia comenzo a las doce y media. El sargento aparecio poco antes en la parada y mando a los cadetes que se cuadrasen. Afonso y los restantes novatos se quedaron en uno de los extremos. A las doce en punto, el comandante del cuerpo de alumnos salio de su despacho y entro en la parada. Era el coronel Leitao de Barros, un sexagenario barrigon, con el pelo canoso echado hacia atras, un bigote espeso y puntiagudo y pronunciados arcos superciliares. El comandante se coloco frente a los cadetes cuadrandose e hizo una sena al sargento.
– ?Derecha, volver! -grito el sargento.
Los cadetes giraron hacia la derecha y Afonso, atento al movimiento, los siguio. Se cuadraron, vueltos hacia
