Club de Portugal. En las charlas con los empleados del laboratorio Franco, Afonso capto un gran resentimiento de los jugadores del Sport Lisboa contra el Sporting Club, una antipatia que tenia origen en una operacion de seduccion efectuada recientemente por el nuevo club a los mejores players rojos. Al contrario del Grupo Sport Lisboa, un club de Belem en el que los jugadores andaban con el vestuario a cuestas y se lavaban en la calle, el Sporting Club contaba con el apoyo de gente adinerada, incluido el acomodado vizconde de Alvalade, que construyo un moderno campo con vestuarios y duchas en la antigua Quinta das Mouras, instalacion de lujo que solo existia en los stadiums ingleses. Cansados de las malas condiciones en que jugaban y se entrenaban, los grandes players del Sport Lisboa, tal vez los mejores del pais, aceptaron una invitacion para ir al Sporting Club. Eran, en total, ocho players, incluidos dos de los hermanos Catatau, y esta sangria de talento casi acabo con el Sport Lisboa. Con una enorme dificultad, el club del aguila se inscribio en el segundo Campeonato de Lisboa, en un momento en que todos lo daban como liquidado.

El football fue entrando gradualmente en la vida de los cadetes, que se entusiasmaban con todo lo que implicase juego. El ambiente entre ellos era divertido, animado por otros juegos que, a veces, rozaban una puerilidad tremenda. Por la noche, Afonso se quedaba viendo a sus companeros disputando el llamado «campeonato de pedos», por el que competian entre carcajadas en el concurso de la aerofagia mas ruidosa o, como alternativa, cuando servian alubias en la merienda, de la mas hedionda. Antes de liberar una explosion de gas intestinal, algunos imitaban la voz de los instructores de artilleria y gritaban: «?fuego a la pieza!», y a ello le seguia la inevitable descarga aerofagica. En este juego, Afonso nunca participo, su educacion en el seminario continuaba presente en estos detalles, lo que le valio el apodo de «Aplomadito».

– ?Oye, Aplomadito! -lo llamaban a veces-. ?Has visto que eres el unico tipo que esta aqui y no se tira pedos ni dice tacos, caray?

Aunque no participase en estos juegos, seguia las competiciones con mucha atencion, y deprisa se dio cuenta de que todo servia para que los cadetes rivalizasen entre si. Comparaban el ruido de los eructos y hasta el tamano de los penes, pero en este caso los mas debiles pronto aprendieron a refrenar la lengua porque no convenia competir con los cadetes mas corpulentos, los chicarrones no siempre eran los mas aventajados y se mostraban hipersensibles cuando alguien menos discreto les llamaba la atencion sobre ese pequeno detalle, sobre todo si se los comparaba con algunos canijos que se revelaban mejor dotados.

Un tema permanente de conversacion eran «las chicas». El ambiente del cuartel era integramente masculino y, por lo comun, las salidas del domingo estaban destinadas sobre todo a ir a mirar a las muchachas. Algunos cadetes se escaqueaban de la misa en la capilla de la escuela y preferian visitar las iglesias civiles. Su unico proposito era, claro, ir a ver a las mozas, a quienes les hacian discretas senales durante la liturgia. Varias muchachas se quedaban encantadas con los uniformes y accedian a dar un paseo con los cadetes despues de obtener la debida autorizacion de sus padres, algunos de los cuales, pobres ingenuos, creian sinceramente que aquellos vistosos uniformes eran, por si solos, garantia suficiente de que quien los llevaba solo podia ser un verdadero caballero.

Como es natural, Afonso formo su grupo de amigos, entre los que se destacaba Cesario Trindade, un lisboeta desgarbado, hijo de un general jubilado anticipadamente debido a sus ideas republicanas. Trindade se volvio famoso por haber soltado de un estornudo una virulenta carga verdusca de secrecion nasal sobre el profesor de Balistica Elemental. Los cadetes hicieron chacota del incidente, considerando aquel estornudo una verdadera leccion elemental de Balistica; desde ese momento, Trindade comenzo a ser conocido como «el Mocoso».

Lo que acerco a los dos chavales fue el placer intelectual; ambos eran los unicos cadetes apasionados por la filosofia. Sin embargo, el Mocoso era un radical, defendia ideas que chocaban con los valores que Afonso habia adquirido en el seminario.

– Hegel y Nietzsche son mis filosofos favoritos -anuncio Trindade cierto dia, mientras ambos disfrutaban en el patio del sol del otono.

– ?Ah, si? ?Y por que?

– Porque no confunden realidad con deseo y son los unicos cuyas ensenanzas resultan utiles para nuestra carrera militar.

– ?Ah, si? -se sorprendio Afonso-. ?Utiles en que sentido?

– Vaya, hombre, ?no los has leido?

– Leer, los he leido, pero no todo, ?sabes? Como si fuesen los unicos…

– Mira, Hegel comprobo que la guerra nos ayuda a comprender que las cosas triviales, como los bienes materiales y la vida de las personas, valen poco. Escribio que, a traves de la guerra, se preserva la salud de los pueblos. Fascinante, ?no?

– ?Estas loco? La guerra va contra las ensenanzas divinas, contra uno de los principales mandamientos, no mataras. ?Que tiene eso de fascinante?

– Oye, Aplomadito, ?te estas quedando conmigo o que? ?Que ensenanzas divinas? ?A que ensenanzas obedecieron las Cruzadas?

– Dios ha dicho: ?no mataras!

– ?Arre! Hasta te pareces a un curita hablando en la catequesis. La guerra, para que sepas, es el principal catalizador de la disciplina humana. Platon y Aristoteles, por ejemplo, se hartaban de elogiar a Esparta, admiraban su austeridad, la rigurosa disciplina y aquella cultura de combate al egoismo. ?Y de donde crees que vinieron esos valores, eh? De la permanente prontitud de los espartanos para la guerra, claro. La guerra, lo quieras o no, tiene efectos beneficos para quien se implica en ella, los valores marciales pueden ser positivos para la sociedad…

– Y pueden destruirla -interrumpio Afonso-. Dejate de tonterias, Mocoso. Aunque Hegel haya enumerado algunas ventajas de la guerra, nunca hizo una apologia, nunca dijo que fuera bueno estar en guerra.

– Disculpa, pero eso esta implicito en lo que escribio. Leelo. Ademas, el propio Moltke critico la paz, denunciando sus falsas virtudes.

– ?Moltke? Oye, mira, nunca he oido hablar de ese tipo. ?Es un discipulo de Hegel?

Trindade se rio.

– Vaya, Aplomadito, ?asi que no sabes quien es Moltke? -Meneo la cabeza-. No me sorprende, pues, que digas semejantes disparates. Puedes tener mucha cultura filosofica, no lo discuto, pero tu bagaje de historia militar, disculpa que te lo diga, deja mucho que desear. Moltke, amigo, fue el general prusiano que invadio Francia en 1870. Un gran general, si te interesa mi opinion.

– Pues te repito que es la primera vez que oigo hablar de ese individuo.

– Ya me he dado cuenta. Moltke no era un tipo de medias tintas, decia lo que muchos pensaban pero no se atrevian a expresar. Denuncio la paz, si, diciendo que la paz duradera es solo un sueno, para colmo un sueno desagradable. Fue el quien destaco una evidencia de la que nadie quiere hablar, la de que la guerra es una parte necesaria del orden de Dios.

– ?Y tu, Mocoso, crees en eso?

– ?Y como no iba a creer? Fijate en la historia, Afonso, fijate en nuestro pasado. ?Que ves? Guerras, siempre guerras. Eso solo puede significar una cosa, que las guerras forman parte de nuestra humanidad, de nuestra naturaleza, son un mal necesario y van a existir siempre. Moltke y Hegel tienen razon, creeme.

– Podria citarte otros autores que dicen exactamente lo contrario.

– ?Por ejemplo?

– Por ejemplo, el general Fortunato Jose Barreiros -respondio Afonso, que se referia a un antiguo comandante de la Escuela del Ejercito, autor del Ensaio sobre os principios geraes da Strategia e de grande Tactica-. El considera la guerra el mayor flagelo que puede sufrir una nacion, por lo que es conveniente abreviarla lo mas posible.

– Barreiros esta superado.

– Estan tambien Voltaire y Adam Smith, quienes dicen que la guerra es el resultado de leyes equivocadas, falsas percepciones e intereses ocultos.

– Liricos.

Afonso suspiro, resignado.

– Mira, Mocoso, solo espero que no haya ninguna guerra que te haga tragar todas esas ideas tuyas.

– Y yo, Aplomadito, espero que haya una guerra para que veas si tengo razon o no. -Alzo el indice derecho y

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