adopto un tono profesional, pomposo-. Las guerras hacen a los grandes hombres. Fijate en el duque de Wellington, fijate en Napoleon, fijate en Afonso Henriques. Todos grandes hombres, todos hombres de guerra. Mata a un hombre por dinero y eres un criminal. Mata a mil hombres por una idea y eres un gran genio. Las cosas son asi. El propio Nietzsche admitio que el colapso de nuestra civilizacion es el pequeno precio que hay que pagar para tener a genios como Napoleon. Nietzsche, querido Aplomadito, observo que la infelicidad de las personas insignificantes de nada vale, a no ser en los sentimientos de los poderosos. La crueldad espiritualizada e intensificada es la forma mas elevada de cultura.

– Nietzsche es idiota.

– No, Afonso. Nietzsche es un genio.

Los choques intelectuales con Trindade generaban en Afonso un sentimiento ambivalente. Por un lado, apreciaba el duelo de ideas, el placer de la discusion filosofica, el descubrimiento de nuevos caminos, la exploracion de conceptos diferentes, la revelacion de novedades. Pero, por otro, se debatia con un sentimiento contradictorio de fascinacion horrorizada, se descubria seducido por aquellas ideas tan radicales y agresivas y, al mismo tiempo, atemorizado por alimentar esa atraccion, experimentaba una repulsa moral contra los valores tan antagonicos con respecto a los que habia adquirido en el seminario, intuia que su amigo despertaba en el una racionalidad animal que solo podia reprimir la fuerza de la voluntad moral. Por eso mismo, solo buscaba a Trindade cuando deseaba un dialogo estimulante, combativo.

Por estas razones, su amigo mas proximo no era el Mocoso, sino Gustavo Mascarenhas, un inquieto joven de Vila Real a quien conocio ya desde los primeros dias. A Afonso le resulto curiosa la coincidencia de que sus mejores amigos fueran tramontanos, ya en el seminario su gran companero habia sido Americo, el gordito de Vinhais. Mascarenhas no era gordo, sino corpulento y musculoso, tenia incluso un aspecto de troglodita, aunque fuese inteligente y divertido. Provenia tambien de una familia de militares, su padre era coronel de caballeria; Mascarenhas pretendia seguirle los pasos. Para que no lo acusasen de imitador y de falta de imaginacion, opto por la infanteria, incluso porque en Vila Real estaba instalada la Infanteria 13 y le convenia quedarse cerca de casa, siempre seria mas comodo.

Como ambos se encontraban lejos de la familia, los domingos Afonso solia llevar a Mascarenhas al football, pero no coincidian en las simpatias. El chico de Rio Maior era un supporter del Sport Lisboa, pero el de Vila Real preferia al Sporting Club. Ambos discutian frecuentemente la importante cuestion de determinar quienes eran los mejores players. Afonso arguia que, sin los ocho atletas que habia ido a buscar al Sport Lisboa, el Sporting Club no seria nada ni ganaria a nadie, pero Mascarenhas le replicaba defendiendo a Francisco Stromp, el crac del emblema del leon que no habia venido del club del aguila, e insistia en que el Sporting era un club en serio, tenia campo e instalaciones adecuadas, mientras que el Sport Lisboa no era mas que un hatajo de desharrapados.

El football y sus rivalidades llenaban asi sus conversaciones, aparte de «las chicas», claro, pero Afonso tenia tambien otros intereses. Se pasaba tardes enteras encerrado en la biblioteca de la escuela. Apreciaba el olor dulzon a papel viejo que impregnaba el aire y disfrutaba del aspecto eminente de los armarios cargados de libros y apoyados en las paredes, cuya madera, de caoba tallada, hacia contraste con la tarima de cerezo claro barnizado. Habia escaleras de caracol, en dos esquinas de la biblioteca, que permitian acceder a una barandilla de caoba que se extendia por todo el perimetro de la sala, a unos tres metros de altura, y donde habia mas libros, lugar por donde al cadete le gustaba deambular examinando los lomos en busca de ejemplares con titulos que le parecian pintorescos: Instrucciones para el campeonato del caballo de guerra, Arquitectura sanitaria, Nomenclatura de maquinas de vapor y El combate de la infanteria contra la caballeria. La mayor parte de las obras guardadas alli eran textos militares, pero Afonso descubrio ejemplares de Ees voy ages extraordinaires de Jules Verne, editados por la Collection Hetzel. Como leia bien frances, gracias al padre Fachetti, devoro el Voyage au centre de la Terre y Michel Strogoff. Despues siguio con divertida atencion los absurdos problemas balisticos propuestos en De la Terre a la Lune.

Verne lo hacia sonar, pero la biblioteca disponia de pocos libros de ficcion y Afonso se vio forzado a llevar frecuentemente novelas a ese lugar, obras que leia absorto, con las paginas iluminadas por la luz natural que entraba difusamente por las dos grandes claraboyas abiertas en el techo. Fue alli donde conocio a Machado de Assis y lo angustio la duda de saber si Capitu habia traicionado o no a Bentinho en Don Casmurro; fue alli donde devoro a Eca de Queiroz y se escandalizo con El crimen del padre Amaro, sobre todo porque imaginaba que los tormentos de la carne solo lo atacaban a el y a unos pocos mas en el seminario. Primero se nego a aceptarlo, aunque le habian advertido que aquel era un libro de pecado, de lujuria, de voluptuosidad, ?donde se ha visto que se describa a los sacerdotes de esa manera? ?Como se atrevio el escritor a colocarlos en aquella situacion? Que falta de respeto, deberia prohibirse.

No obstante, por la noche, meditando sobre lo que leia, pensaba que tal vez aquello no fuese un disparate. Se acordo de que san Agustin habia abordado el problema de la sexualidad y fue a consultar sus Confesiones. En la mitad del texto, entre las asombrosas revelaciones de la promiscuidad sexual del santo cuando era joven, sobresalia la suplica de san Agustin a Dios, a quien le imploraba: «Senor, hazme casto, pero no todavia». ?Pero no todavia? Poco a poco Afonso acabo concluyendo que, en resumidas cuentas, aquella era una tentacion universal: «Todos son del mismo barro». Esta corta frase de Ega, simple pero poderosa, se le quedo grabada en la mente. Si, es evidente, todos son del mismo barro, si se observa bien es realmente asi, que afirmacion tan reveladora y verdadera, si hasta san Agustin habia cedido a la pecaminosa tentacion, ?que decir de los otros, que decir del padre Alvaro? Pues si, el padre Alvaro. Al fin y al cabo, hasta el padre Alvaro, el buen padre Alvaro que lo habia acogido y lo habia ayudado en Braga, estaba hecho de aquel barro. Hasta el austero vicerrector, casto y castigador, justiciero y vengador, tenia sin duda sus pequenas tentaciones, tal vez, quien sabe, si investigasen sus maculas, tambien mereceria su cartita lacrada, la misma carta que, por mucho menos, echo a Afonso, pero que jamas se dirigiria a si mismo por pecados quiza mucho peores. ? Ah, los filisteos!

El comienzo de 1908 fue agitado. El dia 28 de enero comenzo a correr en el dormitorio de la Escuela del Ejercito la noticia de que estaba en marcha una sublevacion para derribar la Monarquia. El Gobierno reprimio la rebelion, detuvo a los jefes de los revoltosos y consiguio del Rey la firma de un decreto que permitia enviar a cualquier sospechoso al destierro sin juicio previo. A Trindade se lo veia asustado, posiblemente su padre, republicano, no estaria seguro, y Afonso lo consolo y se abstuvo, por el momento, de utilizar el apodo de «Mocoso» para llamarlo. Pero los acontecimientos se precipitaron unos dias despues, el 1 de febrero. Los cadetes estaban en la clase de Teneduria de Libros cuando un oficial entro bruscamente en el aula, se paro junto al profesor y se dirigio a la clase:

– El Rey ha muerto -exclamo-. ?Viva el Rey!

Se suspendieron las clases, se izaron las banderas azules y blancas de Portugal a media asta, habia oficiales que parecian desorientados, corrian de un lado para el otro, con el semblante cargado con miedo, esperanza, furia, alegria, lagrimas, sonrisas, pesar. ?Que ha pasado? ?Realmente ha muerto? ?No estara herido? ?El gordo ha fallecido al fin! ?Quien gobierna? ?Las pagaran! ?Ha caido la Monarquia? ?Republicanos, cabrones! ?Habra sido la Carbonaria? Las informaciones circulaban de boca en boca, contradictorias. La verdad se mezclaba con los rumores, imperaba la confusion, los dimes y diretes, la desorientacion.

Incapaz de mantenerse mas tiempo en aquella incertidumbre y excitado por la magnitud de los acontecimientos, Afonso salio con Gustavo Mascarenhas y cogieron dos tranvias hasta la Praga do Commercio, decian que el regicidio habia sido alli y asi era, en efecto, las tiendas estaban cerradas y la policia municipal custodiaba la plaza. Se acercaron a la zona del Kioske, donde se habia producido el asesinato y aun se veian restos de sangre en el suelo. Los guardias que vigilaban el local, al principio remisos, despues con cierto regodeo, les contaron todo a los cadetes. Habian matado al rey don Carlos a tiros cuando venia de Vila Vinosa en un coche abierto. Tambien habia muerto el principe heredero, don Luiz Filippe, al desenvainar la espada; el otro principe, don Manuel, estaba herido en un brazo; la reina dona Amelia seguia conmocionada, ella que habia sido una heroina, una verdadera heroina: «Fijense, pobrecita, intento frenar las balas con un ramo de flores», detalle ese muy comentado; «Con un ramo de flores». Los dos asesinos acabaron muertos a golpes de espada por los policias municipales, bravos hombres que ahora custodiaban, con un celo y un aplomo que enorgullecerian a los difuntos, la desolada Praga do Commercio.

Vinieron tiempos agitados. Los lisboetas dejaron las calles insultantemente desiertas al paso del coche funebre con los restos mortales del Rey y llenaron el cementerio del Alto de Sao Joao durante el entierro de los

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