las banderas y los olmos que se alzaban mas alla del muro.

– ?Ordinario, march! -volvio a gritar el sargento con un vozarron que llenaba la parada.

Un punado de hombres de la charanga del Ejercito comenzo a tocar, mientras los cadetes marchaban a paso militar, circulando alrededor de la parada hasta volver al punto de partida. Todo aquello era una novedad para Afonso, que se divertia al verse en aquella situacion. El sargento dio la orden que anunciaba el final de la ceremonia y los cadetes rompieron filas y corrieron rapidamente hacia el edifico que tenian detras, exactamente en el lado de la parada opuesto a los dormitorios. Afonso entro en el gran salon y vio dos enormes mesas en fila de cada lado: era el comedor. Los cadetes se dirigieron a las mesas y aguardaron de pie detras de las sillas. El coronel Leitao de Barros entro en el comedor y, en ese instante, el sargento volvio a gritar una orden.

– ?Atencion, cuadrense!

Todos adoptaron una posicion muy rigida.

– Mi coronel, ?me permite que de la orden para sentarse? -pregunto el sargento en voz baja.

– Si, senor, de la orden.

El sargento obedecio y los cadetes ocuparon sus lugares. Afonso reconocio el numero 190 marcado en el plato y en los cubiertos que tenia enfrente y no pudo dejar de admirar aquel rasgo de la organizacion militar. El rancho se sirvio de inmediato. Los camareros llevaron cordero guisado con patatas, agua y vino tinto. No estaba mal preparado, lo que dejo a Afonso sorprendido. De postre, cafe con leche y pan.

Duro pocos dias esta fase de adaptacion. El curso lectivo comenzaba el 30 de octubre y se preveia un gran acontecimiento. Su Majestad, el rey don Carlos, vendria a presidir la sesion publica de la solemne inauguracion, por lo que la Escuela del Ejercito se esmero para ocasion tan senalada. Afonso nunca habia visto a Su Alteza Real en carne y hueso y ardia de curiosidad por observar por primera vez al monarca, el hombre mas importante del pais, aquel que tenia poder de vida o de muerte sobre todos y cada uno.

La manana del gran dia, los cadetes formaron en cuatro companias frente al porton de entrada de la escuela, en el Paco da Rainha, con el muro de la parada a la derecha. La banda de musica de infanteria se encontraba junto al batallon, mientras una compania de la Infanteria 16 formaba la guardia de honor, tambien con una banda de musica. Se habia instalado una bateria de seis piezas de la Artilleria 1 en el campo de ejercicios de la escuela, preparada para las salvas de rigor. La espera fue larga, con el coronel Leitao de Barros y los sargentos que inspeccionaban repetidas veces a los cadetes. El nerviosismo estaba patente en cada uno.

Hacia las diez de la manana, la caballeria irrumpio con gran aparato por la Rua Gomes Freire e invadio el Paco da Rainha, anunciando la llegada del Rey. Un automovil negro aparecio enseguida y estaciono frente al palacio de la Bemposta. Todos se habian cuadrado. Afonso nunca habia visto un coche tan grande; sin duda, tenia capacidad para que se instalasen en el cinco personas. Las dos bandas comenzaron a tocar con estruendo, se extendio de inmediato una alfombra roja en la acera, el general Sousa Telles salio de la escuela e hizo la venia ante el automovil; tenia al coronel Leitao de Barros al lado. Todos vestian el uniforme de gala. Las piezas de artilleria dispararon las salvas de rigor. Se abrio la puerta del automovil y se irguio una silueta, los oficiales se inclinaron en una reverencia y don Carlos puso sus pies en la acera. Era un hombre gordo envuelto en su uniforme engalanado, con un bigote rubio que adornaba su rostro mofletudo. Se oyeron aplausos y el Rey dirigio un gesto de beneplacito a la acera opuesta con una sonrisa forzada, saludando a las mujeres de los oficiales que se aglomeraban en la calle y en los balcones exhibiendo sus mejores vestidos domingueros y con sombrillas de estilo parisiense en la mano, meros adornos en aquel dia gris. Se abrieron pasillos entre la guardia de honor y don Carlos entro en la Escuela del Ejercito. El general Sousa Telles seguia a su lado indicandole el camino, y el resto del sequito a la zaga.

– ?Sera verdad lo que dicen de el? -pregunto Afonso, en un susurro, a Mascarenhas, el cadete que aguardaba a su lado y con quien ya habia trabado amistad.

– ?Que es impotente?

– No, que es cornudo.

– No lo se -repuso Mascarenhas con una mueca-. Ya he oido tantas cosas. Impotente, cornudo, fornicador, loco. No se si es verdad, pero cuando el rio suena…

– No hay duda de que es comilon -concluyo el de Rio Maior-. ?Has visto su tripa?

Afonso y los cadetes se quedaron dos horas en la calle, aguardando con impaciencia el final de la ceremonia solemne que se desarrollaba en el salon noble del primer piso. Alrededor de mediodia, el alboroto volvio al Pago da Rainha, las bandas volvieron a tocar, el Rey reaparecio en la acera, se despidio de los oficiales, saludo a damas y doncellas, se metio en el coche, dispensaron a las piezas de artilleria de las habituales salvas de rigor y el automovil arranco en medio de un pandemonium de cascos de caballo que retumbaron en la plaza, llevandose consigo el ruidoso sequito de la caballeria.

Con esa ceremonia comenzo el curso lectivo, Afonso se habituo a la rutina de despertar a las seis de la manana, ir a tomar un desayuno de cafe y galletas y asistir a clase. Comenzaba los lunes, a las siete de la manana, con Esgrima, a la que seguia, a las ocho y media, Teneduria de Libros, y despues, a las once, Topografia. A las doce y media era el almuerzo y a la una tocaba la clase de Fortificacion Pasajera, en la que aprendia los trabajos de vivaque y campamento, ademas de las comunicaciones militares y las aplicaciones de la fotografia en la guerra. No eran materias tan estimulantes como sus conversaciones con el padre Nunes en Teologia Dogmatica, pero Afonso se esforzo por encontrar interes en los nuevos temas que tenia que estudiar. Acabadas las clases, le quedaba el resto de la tarde libre; despues de merendar, los cadetes iban al dormitorio donde, a las nueve de la noche, tras una cena rapida y frugal, ya estaba todo el mundo durmiendo.

Las clases del primer ano de infanteria eran comunes a las de caballeria. A lo largo de la semana, de lunes a sabado, los cadetes dedicaban su tiempo a varias disciplinas, como Instruccion de Tiro, Gimnasia, Administracion y Contabilidad, Tactica de Infanteria y Caballeria, Equitacion, Balistica Elemental y Organizacion de los Ejercitos. En el curso de tiro habia adquirido particular destreza con la Mauser Vergueiro, la carabina con una culata tipo Mauser que habia modificado el coronel Vergueiro tres anos antes, para adaptarla a los brazos cortos del soldado portugues. Los brazos de Afonso eran, en realidad, largos, pero se revelaba capaz de hacer maravillas con aquella arma. Otra disciplina considerada importante por los oficiales era Higiene Militar, impartida por un medico que sostenia la extrana tesis de que habia que banarse una vez por mes e, incluso, cuando llegaba el calor, una vez por semana. Los cadetes se rieron por la exageracion, tanto bano hacia dano a la piel y era poco saludable, pero la risa se transformo en irritacion cuando se vieron obligados a someterse periodicamente a una experiencia tan radical.

Las clases y los ejercicios abrian en los cadetes un apetito voraz. El problema es que los platos de los almuerzos se repetian demasiado. Oscilaban entre las asaduras de cerdo con arroz, el bistec con patatas fritas y el bacalao guisado con patatas. Las meriendas se diversificaban mas, con pescado cocido, ternera asada, cabeza de cerdo con alubias blancas y verduras, y pescado frito con patatas, enriquecidas por las sopas variadas, como la sopa de arroz con garbanzos, la sopa de alubias blancas y la sopa de fideos, ademas de las ensaladas de brocolis o de judias verdes y el pan. La cena se limitaba a te y pan con mantequilla para confortar el estomago durante la noche.

Los domingos eran dias libres. Afonso iba primero a la capilla de la escuela, a la misa dominical, y por la tarde se procuraba otras distracciones. A veces visitaba el animatografo del Rossio o el Chiado Terrasse para ver una pelicula, se exhibian entonces en las pantallas lisboetas las peliculas de Melies y las producciones Pathe, aunque las principales atracciones eran las deslumbrantes representaciones de Max Linder. Otras veces iba a la Rua da Palma a ver las comedias que daban en el Theatro do Principe Real o se dirigia a la Rua Nova da Trindade para divertirse con los festivales de carcajadas en el Theatro do Gymnasio o en el Theatro da Trindade. Pasaba las noches con sus amigos en los cafes-concierto de la cerveceria Jansen, en la Rua do Alecrim, y si no iba a la Avenida da Liberdade a ver a los nobles con puro y chistera entrando en el Gran Casino de Paris para dilapidar varios miles de reales. Cuando deseaba otro tipo de emociones, cogia un tramway hasta Sete Rios y seguia en el mismo medio de transporte por Benfica para ir a vagar por la Quinta das Laranjeiras, donde por cien reis se deleitaba con las sensaciones que producia la vision de las fieras expuestas en el jardin zoologico.

Por lo comun, sin embargo, preferia ir a presenciar los partidos del Grupo Sport Lisboa. El campeonato comenzo ese otono y los partidos eran muy disputados, con el equipo rojo y blanco midiendo fuerzas con el siempre poderoso Carcavellos Club, ademas del Lisbon Cricket, el CIF, el Cruz Negra y el recien inscrito Sporting

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