– Si, mi sargento -mintio Abel.

– ?No has visto ningun movimiento en la Avenida Afonso Costa?

Era el nombre que le daban a la Tierra de Nadie.

– No hay nada.

Una de las obligaciones de los centinelas era controlar el parapeto de la Tierra de Nadie, con el proposito de comprobar si el enemigo estaba avanzando. Como el bombardeo se prolongaba y mostraba una intensidad anormalmente elevada, la vigilancia tenia que ser mayor, dado que estos fuegos de artilleria servian por norma para suavizar el terreno y preparar una embestida de la infanteria. Pero Abel, el Canijo, se sentia demasiado aterrorizado y no se atrevia a alzar el cuerpo para observar el territorio hostil.

– Dentro de un rato, cuando venga el Beato a reemplazarte, no quiero que te marches -ordeno el sargento-. Tal como se estan poniendo las cosas, me parece mejor que haya dos centinelas.

Era una mala noticia, pero Abel intento disimular su decepcion. Queria desesperadamente guarecerse en el refugio, donde estaban el resto de los companeros, y el prolongamiento del servicio de centinela, aunque natural en aquellas circunstancias, implicaba que seguiria exponiendose penosamente y sin defensas al bombardeo. La unica proteccion era la atencion que prestaba a los sonidos de los diferentes proyectiles. Con la experiencia que habia adquirido, Abel, tal como la mayoria de la tropa que prestaba servicio en las trincheras, ya habia aprendido a reconocer el ruido de las bombas alemanas antes de que estallasen, llegando incluso a adivinar la direccion y la distancia a la que caerian por el tipo de zumbido que provocaban. En esas circunstancias, si distinguia un silbido indicador de que el proyectil caeria encima de el, Abel ya habia planeado lanzarse hacia el otro lado de las curvas en zigzag de la linea del frente. Era una proteccion fragil, pero la unica de la que disponia, a cielo abierto, en el puesto de centinela.

Para alarma de los dos hombres acurrucados junto a Punn House, un indicio semejante llego a sus oidos. Ambos se acurrucaron en el suelo y se protegieron la cabeza con las manos, y una brutal explosion sacudio el aire, levantando barro y piedras y haciendoles llegar un vaho caliente y una lluvia de pequenos proyectiles. Medio aturdido, Abel alzo la cabeza y se dio cuenta de que la bomba habia caido en la trinchera de comunicacion, justo al lado, y que parte de la pared se habia desmoronado. El sargento Rosa tambien alzo los ojos y vio la nube de humo que subia desde la trinchera situada a cinco metros de distancia. Se volvio hacia Abel y comprobo que este tenia sangre en el hombro derecho.

– Estas herido, Canijo -dijo, examinando el hombro del centinela.

Abel miro y vio la herida.

– Joder.

– ?Te duele? -pregunto el sargento, hurgando ya en el botiquin de primeros auxilios en busca de una venda.

– No -murmuro el soldado, meneando la cabeza-. Tal vez es mejor ir al puesto medico.

– No digas disparates -replico el sargento Rosa-. Iras, pero no antes de que acabe el bombardeo. No tienes mas que unos aranazos de esquirlas de piedra, no es nada grave. Lo vendamos y ya esta.

Un olor a manzanas asadas los paralizo en medio de la conversacion. Alzaron los ojos y vieron una nube amarillenta que se acercaba, como si fuese un vapor suspendido en el aire y empujado suavemente por la leve brisa que soplaba desde las lineas enemigas.

– ?Gas! -exclamo el sargento.

Los dos hombres agarraron las mascaras que llevaban colgadas a cuello y se las pusieron deprisa en la cabeza. Los dientes se cerraron sobre el bocal del tubo, apretaron la pinza metalica que servia para impedir la respiracion por la nariz y, con las cintas elasticas, se ajustaron la mascara de tela al rostro. Era muy incomodo, pero no habia alternativa. Despues de volver a colocarse el casco, el sargento dio un salto hasta la campanilla de alarma antigas y la acciono, para alertar a la tropa sobre la necesidad de que todos utilizasen las mascaras, conocidas como «respiradores». Sabiendo que el gas constituia el anuncio de un eventual avance inminente de la infanteria enemiga, Rosa hizo una senal al centinela para que observase la Tierra de Nadie y estuviese atento a cualquier movimiento de los soldados alemanes; despues, echo a correr de inmediato por la linea, salto por encima de los restos desmoronados de la trinchera de comunicacion, llego hasta la linea B, metio la cabeza en un refugio, se quito un momento la mascara y grito a los que estaban dentro.

– ?Que estan haciendo ustedes aqui?

Los hombres lo miraron desde la penumbra del refugio oscuro, turbados. Sabian que, durante un bombardeo, la orden era salir de los refugios que no fuesen solidos, dado que habia una elevada probabilidad de que se desmoronasen, pero los habia dominado el temor a enfrentarse a las bombas y a las granadas a cielo abierto.

El sargento se impaciento.

– Todos a la linea del frente, a sus puestos de combate -grito-. ?Vamos, ya!

Sin esperar, corrio hacia el refugio siguiente y dio la misma orden a los hombres que se encontraban alli. Entre tanto los del primer refugio, que eran los del peloton de Matias, el Grande, ya asomaban por la abertura, asi que el sargento se volvio hacia ellos y les senalo la linea del frente.

– Distribuyanse por la linea junto a Punn House -ordeno.

– Inmediatamente, mi sargento -respondio Matias, que se acomodo la mascara antigas que habia ido a buscar en cuanto oyo la alarma.

Matias, el Grande, siguio a la carrera por la trinchera de comunicacion, intimamente satisfecho por estar moviendose. No habia nada que le diese mas miedo que quedarse encerrado en un cubil oyendo las bombas que caian y el temblor de la tierra. En momentos asi, percibia una angustiosa sensacion de impotencia, de claustrofobia, imaginaba que la tierra le caeria encima y moriria enterrado. Pero ahora, corriendo por la trinchera con la escopeta en la mano, al aire libre, se sentia dueno de su destino, era pura ilusion, es cierto, pero la actividad ocupaba su mente y ahuyentaba el miedo a un rincon de su conciencia. Daniel, Baltazar, Vicente y tres hombres mas seguian su huella, pero el sargento fue en el sentido opuesto, dirigiendose al segundo refugio, de donde salian ahora los soldados del segundo peloton.

– Al puesto de la ametralladora -ordeno Rosa, que los mando ocupar la posicion de la Vickers en la linea B.

Enseguida el sargento, ya jadeante, se metio por la trinchera de comunicacion. Sintio que el bombardeo aleman se habia mitigado visiblemente, penso que este era el momento mas sensible, era ahora cuando habria que vigilar mejor la Tierra de Nadie, se preocupo por el tiempo que escaseaba, llego a la linea del frente y se encontro con los hombres apoyados en el parapeto y con las armas dispuestas, las bayonetas aguzadas en el extremo.

– ?Novedades? -quiso saber, volviendo a quitarse momentaneamente la mascara antigas para hacer la pregunta.

Los hombres menearon la cabeza, indicando que no habia ocurrido nada. Estaban todos con las mascaras puestas, por lo que se hacia dificil distinguir quien era quien. Se reconocia a Vicente, el Manitas, por el cuerpo bajo y fuerte, mientras que Matias, el Grande, era el mas alto y corpulento, y Daniel, por su parte, el mas flaco. Los dedos del Beato acariciaban el pequeno crucifijo que llevaba al cuello. El delgaducho que tenia el hombro derecho herido solo podia ser Abel, el Canijo. Estaba sentado en el suelo y en cuclillas; a su lado, un companero le colocaba una venda, la que no habia llegado a ponerle el sargento por culpa de la intempestiva llegada del gas.

– Todos a vigilar al enemigo -ordeno el sargento.

Un oficial aparecio en ese instante en la linea. Era el teniente Cardoso, que estaba cumpliendo su turno de guardia en la linea del frente y llevaba la mascara en la mano.

– Sargento -llamo-. ?Todo esta bien?

– Si, mi teniente -confirmo el sargento Rosa, que, nuevamente, se quito la mascara.

– ?Todos en sus puestos?

– Si, mi teniente -repitio-. He llamado a los hombres del refugio y he colocado a una seccion alli atras, en la Vickers. Pero tal vez sea mejor hacer que vengan mas hombres, ahora que el bombardeo se ha atenuado. Nunca se sabe que es lo que va a hacer el enemigo.

– Vaya, yo me quedare aqui -ordeno el teniente.

El sargento volvio a ponerse la mascara y regreso a la trinchera de comunicacion, semidestruida. Se acerco a la segunda linea para convocar a mas soldados que se encontraban en los refugios.

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