categoria!
Se callaron, imaginandola. Cualquier noticia sobre la aparicion de mujeres causaba siempre sensacion.
– ?Estaba buena? -pregunto Matias, sabiendo que el Viejo no perdia ocasion de usar la palabra «categoria», su expresion favorita desde que la oyera de boca de un oficial.
– Sabes que no soy delicado -dijo Baltazar,
– Pero ?como era ella?
– Francesa o flamenca, algo pelirroja, grande y llena de carnes -describio con los ojos brillantes.
– ?Un tanque? -pregunto Matias.
– Un tanque -confirmo el serrano-. Pero se movia con una categoria…
Una sucesion de violentas detonaciones cerca de alli los hizo callar y mirar hacia la entrada del refugio. La tierra volvio a temblar y cayo mas barro del techo.
– ?Joder! -solto Vicente,
Nuevo silencio dentro del refugio, alterado por los estremecimientos y detonaciones que venian del exterior. Hasta Daniel,
– Espero que este antro aguante -dijo Baltazar con fervor, al tiempo que comprobaba la solidez de las paredes barrosas.
– ?Vamos a morir todos en esta puta guerra! -vocifero Vicente, claustrofobico, en aquel agujero-. Tengo un presentimiento…
– Esto es un quebradero de cabeza -intervino Matias con expresion tranquila. El hombreton de Palmeira tenia la cualidad de saber ocultar el miedo tras una mascara de imperturbabilidad, solo lo traicionaba el temblor de sus manos. Matias daba importancia al buen ambiente en el grupo y se esforzaba por calmar a sus companeros, en especial a Vicente, que era especialmente supersticioso e impresionaba a todos con sus malos augurios-. Pero no pasara nada.
Las trepidaciones hicieron caer nuevos trozos de barro del techo. Los hombres se callaron, mirando hacia arriba con alarma, observando las tablas que sujetaban las paredes del refugio.
– ?A mi me tiembla hasta el alma! -murmuro Baltazar, angustiado.
Pero las paredes resistieron y, minutos mas tarde, los soldados retomaron la conversacion.
– Me gustaria ver a los oficiales metidos aqui -rezongo Vicente-. Cuando las cosas se ponen jodidas, se las piran todos.
– Como metidos en garlitos -observo Baltazar-. Se encierran en refugios de cemento y nosotros tenemos que aguantarnos las bombas.
Cuando empezaron a sentir verdadero horror por los bombardeos, estos momentos los dejaban sin habla y sin reaccion, permanecian postrados, encogidos en los refugios, quietos e inquietos. Pero ahora ya habian aprendido a conversar, en un esfuerzo titanico por pensar en otras cosas y no prestar atencion a la tormenta de fuego que en el exterior se abatia sobre las trincheras. Llegaron incluso a intentar jugar a las cartas, pero era pedir demasiado, no lograban concentrarse y desistieron enseguida, sus mentes no podian abstraerse en absoluto de la sombra de muerte que se cernia sobre ellos en aquellos penosos momentos de tronar de hierro. Las conversaciones entrecortadas, las frases dichas de un tiron y las palabras pronunciadas como si quemasen eran el limite de su esfuerzo.
– El Viejo prometio hace dos meses concedernos permiso para irnos a Portugal, pero a mi «aun no me ha tocado nada, a pesar de tener derecho» -se quejo Vicente-. Marranos.
– ?Como quieres que vayamos si no nos dejan ir en tren? -pregunto Baltazar.
– Es de risa -exclamo Vicente-. Nos dan permiso pero no nos dejan coger el tren. ?Que quiere el Viejo que hagamos aqui con los jodidos permisos? ?Vamos a disfrutar de ellos con los boches?
El Viejo al que se referian no era Baltazar, sino el general Tamagnini Abreu, el comandante del CEP que, dos meses antes, en septiembre de 1917, habia establecido un sistema de quince dias de permiso para quien llevase cinco meses en campana. El general aprovecho para autorizar a los primeros soldados a irse de licencia a Portugal. En octubre, el ministro de Guerra aumento el tiempo de licencia a veinte dias y permitio que los soldados hiciesen el viaje en tren a traves de Espana, a falta de barcos que efectuasen la conexion, pero suspendio ese privilegio poco despues. No habiendo otro medio de transporte, la prohibicion de usar los trenes se tradujo, en la practica, en la de disfrutar los permisos en Portugal. El general Tamagnini comprobo tambien que, de todos los soldados autorizados en septiembre a ir a Portugal a pasar dos semanas de vacaciones, ni uno solo habia regresado al CEP. En noviembre se otorgo un mes mas de permiso, pero, como no habia barcos de transporte y el comandante del CEP sospechaba que cualquier soldado de licencia en Portugal era un soldado perdido, todo quedo en agua de borrajas. Estaban dadas las condiciones para el desorden. En las trincheras comenzo en ese momento a crecer un clima de enorme descontento entre la tropa, una sublevacion aun sorda de quien se veia con la oportunidad burocratica de disfrutar de la licencia, pero que no tenia la posibilidad real de ejercer ese derecho.
Se oyo una sucesion mas de detonaciones cerca del refugio. Las granadas pasaban tan cerca que hasta se distinguian los zumbidos, algunos cortos, otros alargados. Todos se callaron y, por momentos, volvio el silencio dentro del lugar.
Pero no por mucho tiempo.
– Los cabrones no paran -apunto Vicente, aprovechando la primera pausa de aquella sucesion de estallidos-. Comenzaron hace media hora… y los cabrones no paran.
Abel sudaba a chorros en el puesto de centinela de la linea del frente, cerca de Punn House, en Nueve Chapelle, a pesar de la temperatura glacial que duraba varias semanas. El soldado habia comenzado la guardia a las cinco de la tarde, justo al iniciarse el bombardeo, y no veia la hora de terminar el turno y recogerse en el refugio, el aire exterior no le parecia saludable.
Las ratas corrian desesperadas por las trincheras, huyendo de los sucesivos puntos donde se producian detonaciones. Los alemanes barrian con bombas las posiciones portuguesas y Abel,
Por definicion, las trincheras son lugares desagradables. Pero alli, en el sector de Lys, la incomodidad llegaba al extremo debido a las caracteristicas del terreno. Las posiciones ocupadas por los portugueses estaban formadas de tierras bajas y arcillosas; bastaba excavar cincuenta centimetros para encontrar agua. En la epoca del deshielo o de las lluvias, los tubos de drenajes que cruzaban las lineas rebosaban, y producian inundaciones generales. Eso significaba, en la practica, que, al contrario de la mayor parte de las trincheras, las lineas portuguesas no podian ser excavadas en profundidad, so pena de transformarse en verdaderas piscinas. Por ello, la parte excavada nunca excedia los sesenta centimetros. Las paredes de los parapetos estaban formadas por sacos de arena o de tierra amontonados por encima del nivel del suelo, una solucion menos segura, pero la unica que se revelaba practica en aquellas circunstancias. Aun asi, el barro llegaba hasta las rodillas en casi todas las trincheras portuguesas durante el periodo de las lluvias o del deshielo, y no era un barro cualquiera. Se pegaba al cuerpo como cola y no era la primera ni la segunda vez que los soldados perdian alli las botas. Abel se quedo una vez con los pies prendidos a aquel barro oscuro, intento hacer fuerza con las piernas y tambien estas se quedaron pegadas. Permanecio alli durante media hora, en una posicion ridicula, los pies y las manos clavados al suelo, y solo pudo salir cuando un companero excavo el barro con pala.
Cerca de las seis de la tarde, a punto de cumplirse el final del turno del centinela, aparecio el sargento Rosa, con la mision de inspeccionar la linea del frente, y se agacho junto a Abel.
– No se puede andar por aqui en medio de las marmitas, hace dano a la salud -^ironizo el sargento entre dos bocanadas de aire para retomar el aliento-. Oye, Canijo, ?has vigilado desde el parapeto?
