– ?Meo! -grito-. ?Contrasena?

– ?Mierda!

Afonso volvio la cabeza hacia atras y observo a Resende, que lo miraba con los ojos desorbitados.

– Vamos, podemos pasar.

Resende estaba perplejo.

– ?Arre! -exclamo-. Vaya contrasenas que tienen ustedes…

– ?Chis! -indico Afonso, llevandose el dedo a la boca para exigir silencio.

– ?Silencio total! -ordeno Mascarenhas, reforzando el mensaje.

El capitan Resende se encogio en el abrigo, intimidado por lo opresivo del ambiente. Una rafaga de ametralladora rasgo el aire. No se le habia advertido al recien llegado que se trataba de una Lewis portuguesa, previamente preparada para abrir fuego a una senal de Joaquim. Mascarenhas dio un brutal empujon al capitan Resende, quien resbalo sin control en el estrado hasta caer de rodillas en el barro. Los otros oficiales y respectivos ordenanzas se acercaron tambien al parapeto, agachados. Nueva rafaga de ametralladora.

– ?Capitan! -llamo Mascarenhas, dirigiendose a Resende-. ?Tumbese alli, deprisa!

«Alli» era un charco de barro. Resende miro, vacilo, pero considero que estaba en tierra extrana y que sus companeros sabian lo que hacian; asi pues, se arrojo sin mas al barro. Mascarenhas y Afonso lo vieron revolcarse con entusiasmo en el charco viscoso, el impecable uniforme lavado convertido en una papilla repugnante, y volvieron la cabeza para reir en silencio, con los hombros convulsos por las carcajadas contenidas. Cuando se recuperaron, Afonso cerro los ojos y, en un titanico esfuerzo para no traicionarse, lleno los pulmones de aire y grito en voz muy baja:

– ?Boches! ?A los refugios!

El grupo desaparecio en un instante por la marana de trincheras y de hoyos, dejando a Resende solo, chapoteando en el barro. El capitan se volvio hacia todos lados y no vio a nadie. Con los ojos muy abiertos, aterrorizados, miro hacia arriba en busca del temible enemigo, el boche maldito. Se incorporo y se apoyo en el parapeto, acorralado, sin saber que hacer, llevando la mano tremula a la pistolera. El momento de suprema desorientacion duro largos segundos; luego reaparecio Afonso.

– Falsa alarma -explico laconicamente-. Venga por aqui.

El capitan Resende suspiro de alivio y lo siguio, transpirando a pesar del frio. Mascarenhas y los dos ordenanzas se unieron a ellos, todos con cara de circunstancias. Pasaron frente a un arbol carbonizado y Afonso senalo el tronco.

– ?Golpee aqui! -le dijo a Resende.

– ? Como?

– ?Golpee aqui, hombre! -ordeno.

El capitan novato, obediente, aunque sin entender el proposito de la agresion al tronco quemado, levanto el baston y golpeo el arbol. El impacto produjo un sorprendente sonido metalico y el tronco solto un grito.

– ?Cuidado, no seais bestias!

Resende dio un salto, estupefacto. El arbol hablaba. Afonso y Mascarenhas se echaron a reir.

– Hombre, este es un puesto de observacion, camuflado como si fuese un arbol -explico Mascarenhas-. Se llama Beto, es uno de los arboles de hierro que tenemos aqui.

– Ustedes se estan burlando de mi…

– Pues, ?que queria usted? -se justifico Afonso-. Este es nuestro tradicional recibimiento al novato en las trincheras. No me diga que no es una maravilla…

– ?Vayanse al cuerno!

Los dos oficiales se rieron.

– Asi caen todos -comento Mascarenhas-. Cuando entramos por primera vez en las trincheras, los tipos de la 1a Division nos hicieron lo mismo. Venga con nosotros hasta el puesto de comando, vamos a bebemos un oporto y a superar el mal rato.

Y alla fue el capitan Resende, con el bigote deshecho, el uniforme convertido en una amalgama de barro oscuro y humedo, las botas cubiertas de tierra, arrastrandose penosamente por la trinchera sucia y maloliente, con la esperanza de saborear una dulce copa con sabor a Portugal.

La entrada al refugio del peloton era un simple agujero abierto junto a la base del parapeto, con varias tablas clavadas y sacos de arena que contenian el barro gris que porfiaba por infiltrarse por las rendijas. Matias, el Grande, se metio en el recinto, sintiendo las tablas de la escalera crujiendo a cada peldano. El refugio estaba iluminado por mariposas y se veia a varios hombres tumbados o sentados que pertenecian a su reducido peloton. Algunos dormian, uno fumaba, otro sacaba piojos de su chaleco de piel de cordero, uno mas leia una carta en una pose poco habitual: al fin y al cabo, era raro encontrar a alguien que supiera leer en aquel universo de analfabetos, hombres rudos de la sierra y del campo que crecieron trabajando la tierra y cuidando a los animales, y cuya unica educacion era la que les habia dado la vida. Matias puso la mano en el hombro del soldado que leia la carta.

– Daniel -dijo.

El hombre, delgado, canijo y con ojeras, levanto la cabeza. Tal como Matias, mas alto y fuerte, llevaba la barba cortada al rape, lo que distinguia a los soldados del Mino del resto de la tropa portuguesa.

– ?Y? -saludo Daniel.

– Todo en orden, voy a ver si corto jamon.

– ?Algun inconveniente?

– No, el tiroteo de costumbre, nada mas.

– ?Ya has manducado? -quiso saber Daniel.

– Caviar -dijo Matias, que dirigio sus ojos hacia la carta-. ?Noticias de tu mujer?

– Si -respondio Daniel, que volvio su atencion de nuevo al papel garrapateado que tenia en sus manos.

– ?Alguna novedad de la tierra?

Daniel, tal como Matias, era de Palmeira. Habian salido juntos de juerga, labraron campos para el mismo patron, fueron a la vendimia, eran una y carne en las trincheras. Daniel, como es comun entre los nativos del Mino, era muy religioso y hasta lo llamaban «el Beato». Habia aprendido a leer con el parroco, era la unica forma de entender la Biblia. Matias, menos dado a misticismos, nunca encontro grandes motivaciones para aprender. Ademas, sus padres lo obligaron muy pronto a labrar la tierra, no querian la carga de alimentar una boca mas que se mantuviese improductiva. Como resultado, acabo analfabeto.

– Las cosas van bien, pero ella se queja de que el pequeno es un diablo.

– Un boche.

– Un boche -asintio Daniel, que sonrio.

Una rata gorda corrio sin rumbo cierto por el refugio; paso a un palmo de la tabla de Matias y dejo tras de si un rastro fangoso. El soldado observo como se metia en un agujero abierto en las paredes de barro.

– ?Algo mas? -pregunto, mirando de nuevo a su amigo y esperando noticias de Palmeira.

– El perdiguero de la Assunta ha tenido crias; al Zelito le ha dado un berrinche y quiere un perrito.

– Mira, a mi me gustaria tener un perro. -Matias se rio-. ?Has visto a Fritz llegar a mi puesto y tropezarse con un perdiguero?

Daniel se quedo pensativo.

– Yo, si tuviese un perro, prepararia ahora mismo unos filetes -exclamo-. Dicen que a los chinos les encanta.

– Estas loco -dijo Matias, tirando de una manta-. Los gringos, si lo supiesen, dejarian de hablarnos. Adoran a los perros.

– ?Dejarian de hablarnos? -replico Daniel-. Y a mi que, si no entiendo nada de lo que dicen.

– Oye, Daniel, anda y que te zurzan -concluyo Matias, que, sacudiendo la manta para limpiarla de los parasitos y las pulgas, se acosto sobre la tabla mojada y fangosa.

– Anda y que te zurzan a ti.

– Me voy a dormir, a dormir y a sonar con alguna hembra -solto Matias, con la cabeza ya bajo la manta-. En el estado en que estoy, hasta la Assunta me venia bien. La Assunta y el perdiguero.

– Eres un guarro.

– Callate, ahora voy a encontrarme con ella y a sonar que estoy tratando del asunto con Assunta.

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