ebrios. Pero, al rato, Matias reconocio a dos camaradas del 8 y fue a su encuentro.
– ?Y? -los saludo-. ?A por putas?
– Asi es -confirmo uno de los portugueses, un muchacho llamado Victor-. Pero esto aun llevara un buen rato.
– Si, hay mucha gente -confirmo Matias-. ?Cuantas putas hay ahi dentro?
– Me han dicho que tres.
– Tres… -repitio Matias, haciendo mentalmente la cuenta.
– No te esfuerces, ya hemos hecho el calculo -dijo Victor-. Somos ciento veinte y ellas son tres, da cuarenta hombres para cada puta. A cinco minutos por polvo, da doscientos minutos mas o menos.
– Doscientos minutos, mas el tiempo que se pierde para quitarse la ropa y volver a vestirse -observo Matias.
– No, no -aclaro Victor meneando la cabeza-. Esta cuenta ya incluye todo eso.
– Ah, vale -se admiro Matias-. Por tanto, solo tenemos que esperar tres horas.
– ?Y eso si quieres! -Victor se rio.
Matias regreso a su lugar en la cola y les conto las novedades a sus companeros. Solo Baltazar parecio desanimarse.
– Tal vez deberiamos volver atras y tirarnos a la refugiada -bromeo-. Siempre seria mas rapido y barato.
Se quedaron esperando, viendo avanzar la cola lentamente y a los clientes ya saciados salir de Le Drapeau Blanc, con la felicidad estampada en el rostro, su autoestima creciendo desde los pantalones. No habia dudas de que aquellas prostitutas ofrecian un servicio eficiente. En una visita anterior al burdel de Merville, a Matias lo informaron de que cada una de ellas servia al equivalente de casi un batallon por semana. Trabajaban mientras tenian fuerzas y animo. El limite normal eran tres semanas, despues de las cuales ellas izaban la bandera blanca y, cansadas, se retiraban con el deber patriotico cumplido, pero sobre todo con unos buenos ahorros, aseguradas, probablemente, hasta el final de la guerra.
Mientras esperaban, los cuatro empezaron a hablar sobre las cualidades de las mujeres francesas en la cama, las expertas en juegos, las desvergonzadas y las pudicas, o las falsas pudicas. Estos eran asuntos con los que los hombres sonaban o de los que alardeaban con gusto. En general, preferian evitar las estadisticas, no fuese a darse el caso de que alguno de los colegas contase
– Mi primera mujer la encontre aqui, en Francia -murmuro Vicente,
Baltazar se quedo mirandolo, atonito.
– ?Has venido virgen aqui?
Vicente asintio con la cabeza.
– ?Que edad tienes?
– Veinte.
– Valgame Dios, hombre, quien te viese no lo diria -comento el veterano-. Cada quince dias vienes de putas: da la impresion de que te has pasado toda tu vida asi, desde la cuna, dale que te pego.
– ?Sabes, Baltazar? -explico Vicente-. Cuando
– ?Y claro que lo se, hombre!
Todos sabian lo que era pensar en las trincheras, durante las largas horas que pasaban esperando, hechas de puro hastio, y a lo largo de los interminables minutos de bombardeo, consumidos en el puro horror. Nadie ignoraba que habia una elevada posibilidad de no salir vivos de Francia, o de salir mutilados e invalidos, y que el tiempo huia, era escaso. ? Como pasar por encima del hecho de que tal vez nunca llegarian a experimentar las cosas buenas de la vida, de que posiblemente les robarian la juventud en el lapso de pocos dias, de que se les quebraria eventualmente el futuro por una bala traicionera o por una esquirla perdida? En las trincheras, el sexo era una obsesion universal, siempre presente en el lenguaje de los hombres, nunca olvidada en la mente, en los gestos, en la memoria y en el deseo. Habia que aprovechar mientras era posible, mientras estaban vivos y con el cuerpo entero, mientras tenian fuerzas para aferrarse a la vida como quien abraza a su madre. Todos habian visto a demasiados amigos segados, nadie queria morir virgen. Pero lo cierto es que solo los oficiales disponian de oportunidades genuinas de conseguir verdaderas novias francesas. A los soldados, entorpecidos por el frio y el hambre, embrutecidos por la guerra y siempre ocupados escondiendose en las trincheras o empenados en trabajos de fortificacion en la retaguardia, les quedaba generalmente el amor comprado en una cama gastada de un burdel cualquiera. Los que llegaban virgenes de Portugal se ocupaban deprisa del asunto en el prostibulo o en un corral con una campesina mas arisca o necesitada de dinero, no fuesen los alemanes a anticiparse y a privarlos de disfrutar de aquel fruto hasta entonces prohibido. Y hasta los muchos que ya practicaban el sexo desde antes, por estar casados o por haber encontrado mozas que no temian pecar antes del matrimonio, no se privaban de los goces de la carne siempre que se ofrecia la oportunidad, aunque a cambio de unos francos ofrecidos en un rincon oculto de unas ruinas miserables, temiendo tambien que les quedase poco tiempo para disfrutar de aquel placer efimero.
Pasaron tres horas en la cola de Le Drapeau Blanc y finalmente llego el turno de los cuatro portugueses. El primero en avanzar fue, como era natural, Baltazar,
Despues fue el turno de Matias,