oportunidad y dijo: «Te toca, gringo».

Habian pasado cinco minutos.

Se lanzaron una mirada complice, divertidos por la reaccion de Tim ante el extrano cuadro y su precipitada ida a la habitacion, pero la mirada se prolongo y, cohibidos, Afonso y Agnes recorrieron la sala con los ojos, buscando nuevos motivos de interes. Ya no tenia sentido seguir prestando atencion a la original pintura de Delaunay y ambos tuvieron que contentarse con quedarse observando las llamas que crepitaban en la chimenea: la lumbre ya se veia muy tenue, lamiendo con suavidad la lena carbonizada que se amontonaba en una mezcla negra y caliente, las pequenas llamitas incandescentes aisladas en aquella masa inerte como gotas de lava que brillasen sobre el carbon, como lagrimas de oro de la madera en su postrero soplo de vida.

– Me encanta conversar -dijo ella finalmente, volviendo a balancearse en la mecedora-. Mi marido es un hombre de pocas palabras, y eso me deja un poco frustrada, asi que su presencia aqui significa un rayo de luz que ilumina mi soledad.

– Quien la oyese diria que no es feliz -comento Afonso.

El capitan se levanto del canape y se acerco a la chimenea, dando la espalda a su anfitriona, no queria enfrentarla, se sentia turbado e inhibido. Cogio la vara de hierro y empujo la lena junto al cascajo, atizando la llama moribunda. Volaron algunas chispas por el aire, que soltaron chasquidos secos, y las llamas crecieron con fulgor, atrevidas y orgullosas.

– Ca vous amuse, le feu…. -observo la baronesa.

– Oui, vraiment.

– En la epoca de Luis XVI habia un estilo delicioso de cultivar la convivencia. -Suspiro Agnes-. Las personas tenian en aquel entonces el elegante habito de enviar invitaciones en las que se leia, simplemente: «On causera», conversaremos.

Afonso removio de nuevo la lena de la chimenea, reavivando definitivamente el fuego, que volvio con fulgor moderado. El capitan se aparto, admirando su obra. Dandose finalmente por satisfecho, se limpio las manos con unas palmadas rapidas para quitarse el polvo, se incorporo y se sento otra vez en el canape de haya.

– No ha respondido a mi pregunta…

– ?Cual?

– ?Se siente infeliz?

– No es exactamente infeliz -explico la baronesa, pensativa-. Me siento sola, vacia, aislada. Tengo nostalgia de Paris.

– ?Vivio en Paris?

– Oui.

– Entonces, ?que esta haciendo aqui?

– Es una larga historia.

– Me gustan las historias largas.

– ? Realmente quiere escucharme?

– No estoy aqui para otra cosa.

La baronesa sonrio.

– Debe saber, mon chere Alphonse, que naci en Lille -dijo.

Durante diez minutos, le conto la historia de su infancia y todos los detalles sobre la familia, la tienda de vinos de su padre, Serge y el baron Redier. En este punto, Afonso comprobo que Agnes lo observaba, vacilante, como si estuviese considerando si valia o no la pena anadir algo mas. Se decidio.

– ?Sabe que el era parecido a usted?

– ? Quien?

– Serge.

– ?Ah, si? -se sorprendio Afonso.

– En la mirada, en la sonrisa, pero no solo en eso, hay algo mas en usted que me recuerda a Serge, no lo se, tal vez cierto espiritu, cierta manera de estar, ese aire sonador -dijo, y fijo la vista en el portugues, en una actitud contemplativa, sus ojos verdes con un brillo intenso-. ?Y usted? ?Se ha casado?

– Non -dijo, meneando la cabeza.

– ?No tiene a nadie que lo espere? -pregunto-. Une petite amie, peut-etre?

– Non.

Agnes volvio a bajar los ojos.

– ?Sabe? Yo, en realidad, me case con Jacques porque me sentia sola, desamparada, y el aparecio cuando me hacia mas falta, tendiendome su mano en aquel momento de mayor fragilidad, cuando el mundo se derrumbo y dejo de tener sentido. Fue el faro que me guio en la tormenta, la luz que me trajo hasta un puerto seguro. En resumidas cuentas, me case, en cierto modo, por gratitud. -Hizo una pausa-. Fue un error.

– ?Hoy habria actuado de otro modo?

– Si, sin duda. Si fuese hoy, me quedaria en Paris y acabaria la carrera, costara lo que costase. -Suspiro-. Pero la vida es asi y las decisiones, bien o mal, ya han sido tomadas.

– Por lo que me dice, debo suponer que no tiene ningun amor en su vida.

– Se equivoca. Tengo un gran amor. -?Si?

– Si. La medicina.

– Ah, esta bien -exclamo Afonso, aliviado.

– ? Sabe lo que me apasiona de la medicina?

– No.

Agnes alzo dos dedos.

– Esencialmente dos cosas -explico-. En primer lugar, y como ya le dije, mantengo desde nina una fascinacion por Florence Nightingale, me parece algo extraordinario ayudar a los demas cuando estan enfermos, atenuar su sufrimiento. Eso me llevo al campo de la salud. En segundo lugar, creo que peso mucho el gusto por la ciencia que adquiri cuando visite la Exposicion Universal de Paris en 1900.

– Ya me he dado cuenta de que le gusta el aspecto cientifico de la medicina…

La baronesa adopto una actitud pensativa.

– Si, es eso. A pesar de ser una persona moderadamente religiosa, se que, en la vida, no podemos estar siempre esperando el auxilio divino, Dios ayuda a quien se ayuda a si mismo. Los que no entienden eso no entienden nada de la vida. Lo cierto es que, durante mucho tiempo, nuestros antepasados no comprendian esa simple verdad y sufrieron mucho por el exceso de confianza en la intervencion divina. ?Sabe, Alphonse? Antiguamente la medicina estuvo asociada a la supersticion, los antiguos creian que las dolencias provenian de la accion de los espiritus malignos. En el Neolitico, por ejemplo, llegaban a hacer agujeros en el craneo de los pacientes para expulsar a esos espiritus, fijese.

– ?Y los curaban?

Agnes se rio.

– Claro que no. Con esos metodos, mon chere Alphonse, es evidente que los enfermos morian del remedio, no de la enfermedad. Pero despues, pasado este periodo rudimentario, la ciencia empezo a avanzar gradualmente. A la par de los hechizos surgieron procedimientos pragmaticos y racionales para tratar enfermedades facilmente diagnosticables o para prevenir la aparicion de otros males. La Biblia, por ejemplo, esta repleta de instrucciones en cuanto a la higiene, en cuanto a la necesidad de mantener a enfermos en cuarentena y en cuanto a la obligacion de desinfectar los objetos tocados por los enfermos. Pero el gran paso, la ruptura de la medicina con la religion y la supersticion, se dio en Grecia. Supongo que, gracias a sus estudios clasicos, sabe lo que ocurrio en este periodo…

– Lamentablemente conozco poco de medicina. Me acuerdo de que los filosofos griegos consideraban que los enfermos eran victimas de desequilibrios del cuerpo.

– Pues los griegos aportaron realmente una posicion nueva. Las mas famosas escuelas de Medicina de Grecia estaban situadas en Knidos o en Kos. Fue en Kos donde nacio Hipocrates, considerado el primer medico moderno.

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