– Consigan refuerzos.
Sintieron movimiento en la trinchera, justo detras, y volvieron la cabeza para ver que era. Pasaba un lanudo muerto de frio, envuelto en una pelliza sobada y con las mangas del uniforme rasgadas y largas, mas grandes que los brazos, pero lo que mas se destacaba en el eran las botas abiertas por delante, la suela se despegaba del cuero, parecia una boca abierta con la lengua fuera, la lengua eran los pies, claro, los calcetines rotos y apolillados iban cubiertos de trapos inmundos en el extremo, para protegerse los dedos. El cuero se habia curtido sin grasa, lo que era comun en Portugal y adecuado a las benignas condiciones climaticas del pais, pero alli era diferente, el clima de Flan- des resultaba mucho mas humedo y, en aquellas condiciones, el calzado portugues se volvia mas permeable al agua y al barro, lo que facilitaba la putrefaccion de los hilos que unen la suela con la pala y provocaba aquel lamentable y ridiculo espectaculo.
El capitan Gleen senalo con el pulgar al miserable soldado que se arrastraba con dificultad por las tablas de la trinchera y que tan oportunamente les habia brindado su inspiradora aparicion.
Afonso se quedo mirando al astroso soldado, pobre y muerto de frio, que se alejaba cabizbajo, trinchera arriba, en direccion a Hun Street.
– Comprendo.
– De cualquier modo, todos los oficiales britanicos vinculados con las fuerzas portuguesas han recibido la orden de permanecer todo el dia en las primeras lineas de este sector -aclaro Gleen-. Si los
Afonso lanzo una ultima mirada a la neblina que ocultaba las posiciones enemigas y, apoyandose en el baston con contera metalica, salto de nuevo a la trinchera, donde lo aguardaba Joaquim.
– No se que obligaciones tienen ustedes, muchachos -dijo despidiendose de los dos britanicos-, pero yo tengo que hacer una ronda. Hasta luego.
– Cheerio.
El capitan atraveso la trinchera para dar una vuelta por todo el sector ocupado por la Infanteria 8, bajando por la Rue du Bois hasta Richebourg Avoue; despues giro a la derecha en Factory y subio por la Edward Road, donde tropezo con dos ratas gordas junto al Pateo das Osgas, le parecieron repugnantes, con sus colas largas y sus cuerpos tan pesados que hasta les resultaba dificil correr. Decidio volver nuevamente a la derecha, en Windy Corner, cogiendo la Forresters Lane hasta llegar a Lansdowne, su refugio, habitualmente el conjunto que albergaba el comando del batallon, pero que esta vez se limitaba a acoger al responsable de la compania y a unas decenas de hombres mas. Lo esperaba el teniente Pinto.
– Hola, Afonso, ?por donde has andado?
– Encontre a Tim con otro gringo y nos quedamos conversando en Pope's Nose -respondio Afonso, que entro en el refugio y se sento en el catre de alambre. Pinto lo imito y ocupo el banco, junto a la caja de municiones que servia de mesa. El capitan se quito el casco y miro a su amigo-. Los gringos estan preocupados por la posibilidad de que confraternicemos con los boches.
– ?Que disparate!
– No, escucha, no es ningun disparate. Me estuvieron contando que los boches suelen ser especialmente simpaticos en Navidad; los gringos temen que nos acerquemos a conversar con ellos y les mostremos nuestras miserias al enemigo.
– ?Ah, si? Aun no he notado nada raro…
– Pero ?no te has dado cuenta de que aun no ha habido hoy ningun disparo?
– Eso es verdad -asintio el Zanahoria-. Ademas te lo dije esta manana.
– ?Y ya los has visto estirarse encima de los parapetos? Hasta parece que estan de excursion.
– Afonso, esto «es» una excursion -repuso el teniente Pinto con especial enfasis en la palabra «es», su lado monarquico antiintervencionista siempre presente-. No deberiamos estar aqui, ya te lo he dicho mil veces. Sidonio tiene que sacarnos de esto…
– Oye, Zanahoria, no hablemos de eso -interrumpio Afonso, que alzo las manos al cielo con un gesto de impaciencia-. Hoy no me apetece, no tengo paciencia. Dame una tregua, es Navidad.
Un mensajero aparecio en el puesto y se quedo observando desde la entrada.
– ?Me permite, mi capitan?
– ?Que ocurre?
– Mensaje de la brigada.
El hombre extendio un sobre amarillo. Afonso cogio el sobre, lo rasgo y se dispuso a leer el mensaje. Irritado, sus mejillas enrojecieron; Pinto se dio cuenta.
– ?Algo grave?
– Estos tipos son unos cabrones -farfullo Afonso-. Esto no se hace.
– ?Que?
– Escucha -dijo, y leyo el mensaje en voz alta-: «Se deben tomar todas las medidas para el combate. Toda la artilleria bombardeara durante media hora al enemigo a las diecisiete, a las diecinueve y a las veintiuna horas». - Levanto la cabeza y agito el mensaje-. ?Que me dices?
– ?En la vispera de la Navidad?
– Estos tios estan locos.
– Pero ?que bicho los ha picado?
– Yo lo se. -Afonso suspiro y se levanto del catre, para salir del puesto-. Quieren asegurarse de que no habra confraternizacion y han decidido ofrecer a los boches granadas como regalos de Nochebuena. Y a nosotros que nos zurzan.
– ?Y ahora?
– Y ahora vamos a comunicarle a la gente que se prepare para la fiesta. Va a ser un jaleo de cojones.
Matias,
– Manitas -interpelo Matias-. Pasame un cigarrillo.
Vicente saco del bolsillo de la chaqueta un paquete de cigarrillos franceses, los Gauloises Bleues, y le dio uno a Matias.
– ?Quieres fuego? -pregunto Baltazar,
– Si.
– Entonces espera a que la artilleria abra fuego -respondio el serrano, que solto una sonora carcajada.
Matias meneo la cabeza, paternalista.
– Eres realmente muy gracioso.
Baltazar tosia y se reia al mismo tiempo, divertido por la broma y sintiendo ya los sintomas de la tuberculosis. Abel,
– ?Que hora es? -quiso saber Vicente.
Matias consulto el reloj.