Capitulo 9

La manana se prolongaba, agradable y amodorrada, en el tranquilo cuartel general del CEP, en Saint Venant. Agnes miro melancolicamente por la ventana de la mansion, admirando los enormes olmos que se erguian como torres en el jardin, el gorjear amoroso de los gorriones llenando con su melodia aquel bucolico cuadro. Con los ojos pensativamente perdidos en la verdura, a la francesa le parecio extrano estar alli, en el centro de comando de una de las fuerzas empenadas en aquella guerra terrible, y verse rodeada de un paisaje tan paradisiaco, ?como era posible que los hombres que mandaban a otros al frente de batalla viviesen en un ambiente tan pacifico, tan recatado, tan ajeno a los horrores resultantes de las ordenes que se daban desde alli? Agnes suspiro, archivo en una enorme carpeta la carta que tenia en la mano y saco un nuevo sobre.

Sintio que la puerta se abria a su izquierda y volvio la cabeza. Era el teniente Trindade, que entraba en la sala de mecanografia, momentaneamente desierta, o casi, e iba a reunirse con ella.

– ?Quiere un te? -pregunto el oficial portugues.

– No, gracias.

– ?Ni un cafe?

– No, no quiero nada, gracias. Estoy bien.

El teniente vacilo, miro a su alrededor, alli no habia nadie mas, el resto del personal se habia ido a comer y las maquinas de escribir estaban sumidas en el silencio.

– ?Esta segura de que no quiere ir esta noche a bailar un fox-trot conmigo?

– Le agradezco de nuevo su amable invitacion, pero no es posible.

– Lo pasaria bien…

– No lo dudo, senor teniente, pero lamentablemente no puedo.

– Oh, no me llame senor teniente, se lo ruego. Le he pedido ya tantas veces que me trate de Cesario. Vamos, por favor, llameme Cesario.

– Le pido disculpas, tratare de recordarlo.

Agnes se sentia ya cansada de todas las atenciones que le brindaba el teniente Trindade desde que, hacia casi una semana, habia empezado a trabajar en el cuartel general. Ir a Saint Venant habia sido una idea de Afonso, ahora que se habia ido de casa necesitaba trabajo, y el centro de comando del CEP era una alternativa interesante. Se trataba de un lugar tranquilo, no por casualidad los soldados llamaban al cuartel general «Gran Ganga». Afonso se la habia presentado a su amigo Trindade, el Mocoso, la misma manana en que se reconciliaron y, como hacia falta una persona que se encargase de atender a los ciudadanos franceses que por alguna razon tenian que establecer contacto con el CEP, se resolvio que Agnes ocupase el puesto. El problema es que enviaron de inmediato a Afonso a las trincheras y su amigo teniente sentia por la bella recien llegada una inusitada atraccion. Estaba cada vez mas claro que Trindade no le manifestaba tanta amabilidad por mero sentido del deber para con Afonso, sino mas bien por la evidente e insoslayable atraccion que ella le producia. El teniente no se canso de aparecer, los ultimos dias, en la sala de mecanografia, siempre con pretextos para conversar, y de las palabras galantes habia pasado ahora a las invitaciones melosas.

– ?No quiere ir al cinematografo conmigo? -insistio el, despues de una pausa embarazosa.

– Seria fantastico, pero no puedo.

– No sabe lo que se pierde. Van a poner una pelicula de Max Linder que es para desternillarse de risa, y despues, Juana de Arco, con Geraldine Farrar.

– Prefiero a Sarah Bernhardt.

– A mi tambien me gusta. Pero mire que la Farrar tiene una voz hermosisima, dicen que en la opera es magnifica.

– No interesa mucho que tenga buena voz. -Agnes se rio-. La pelicula es muda.

– Es cierto -reconocio Trindade, sin poder evitar que el rubor le subiese a la cara-. Pero venga, le va a gustar.

– Gracias, pero no puedo.

– Pero ?por que? ?Tiene realmente algo tan importante que hacer?

– Alphonse llega esta noche.

El teniente Trindade, el Mocoso, sintio el golpe, forzo una sonrisa, murmuro una disculpa imperceptible e, irritado, dio media vuelta y salio de la sala de mecanografia. Divertida ante esta reaccion, Agnes contuvo la risa y regreso al sobre que habia abierto hacia unos minutos. Era de un agricultor de Lestrem que protestaba porque los soldados le habian robado todas las manzanas que habia puesto en un carro, junto al mercado, y exigia ahora una compensacion. La francesa tomo nota de la queja en un formulario propio y derivo el asunto al mayor Ezequiel, encargado de las cuestiones entre el CEP y los civiles. Agnes sonrio pensando en los francos que habria que desembolsar para pagar por esos hurtos. Por el volumen de quejas que recibia, comprobo que el robo de comida era comun entre los soldados, en especial patatas y nabos. Pero muchos hurtaban tambien ropa interior, como camisetas, calzoncillos y calcetines, sobre todo de lana, e incluso guantes, chalecos, impermeables, botas de goma, todo lo que pudiese protegerlos del frio y el barro.

Cuando Agnes se preparaba para abrir el sobre siguiente, el teniente Trindade asomo por la puerta y la interrumpio.

– M'dame -llamo.

– ?Si?

– Hay una senora que pregunta por usted.

– ?Por mi?

– Mejor dicho, no exactamente por usted -titubeo el oficial-. Es una civil y creo que es mejor que hable usted con ella.

Agnes se levanto, intrigada, y siguio a Trindade hasta la puerta de entrada de la mansion. Un soldado cerraba el acceso, y del lado de fuera venian unos gritos histericos en frances, era una muchacha claramente perturbada. Agnes se acerco, el soldado la dejo pasar y se encontro con la chica banada en lagrimas.

– ?Que ocurre, mademoiselle?

Al verse frente a una mujer francesa, la muchacha se calmo un poco, aunque temblaba aun presa de los nervios.

– Me voy a matar, m'dame.

– No diga disparates. Venga aqui y cuenteme que le pasa.

Agnes cogio a la muchacha por los hombros y la llevo a la sala de mecanografia. Trindade, incomodo con la situacion, opto por quedarse atras, detestaba las escenas de llanto femenino.

– Cuenteme, pues, como se llama y que es lo que tanto la agobia -le dijo Agnes cuando la muchacha se sento en una de las muchas sillas vacias de la sala.

– Me llamo Germaine y trabajo en el LG3, la papeleria de madame Faes.

Pausa.

– ?Y que ocurre?

– Voy a tener un hijo.

– Ah -entendio Agnes-. ?Esta segura?

– Si, fue lo que me dijo el doctor Roche.

– Y el padre es un soldado portugues.

– Si -asintio, bajando la cabeza.

– ?Y donde esta el?

– No lo se, ha desaparecido. -Germaine aferro la mano de Agnes con una fuerza desesperada-. Tiene que ayudarme a encontrarlo, m'dame. Tengo que casarme con el. Si no me caso, mi padre me mata. Yo misma me mato.

– Calmese. ?Quien es el?

– Se llama Carlos.

Agnes se levanto, fue hasta la puerta y se asomo.

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