agradable, situado en la Place Sainte-Opportune. El Citroen parisiense entro en la plaza y se detuvo junto a la acera. Afonso ayudo a Agnes a salir del automovil, le pago al chauffeur y observo el sitio pequeno y tranquilo.

En un rincon, casi escondido, se levantaba el Hotel de Savoie, un edificio estrecho de cinco plantas, con una tienda al lado que anunciaba Vins Liqueurs y un carruaje estacionado a la puerta. Por encima, el Hotel de Venise, comprimido y viejo; habia un cartel que informaba de que era un hotel meuble. El angosto edificio de este hotel se encontraba encajado entre el Hotel de Savoie y un edificio cubierto de carteles publicitarios, todos pegados de arriba abajo en la larga pared encalada. Afonso hizo un esfuerzo para leer los anuncios: uno promovia a una tal «Moussoline des Alpes»; otro anunciaba novedades en las Galeries Lafayette; un tercero hacia publicidad de los sensacionales salones de fotografia Dufayel. El capitan cogio la maleta y su atencion regreso al Savoie y al Venise.

– ?Cual es el nuestro? -pregunto con la mirada fija en los hoteles contiguos.

– Es el Savoie.

– Me parece bien -aprobo Afonso, que ya habia decidido que ese era el que tenia mejor aspecto.

La habitacion del Savoie, en la tercera planta, estaba dominada por una imponente cama Nenufar, hecha esencialmente de caoba y con remates de bronce con hojas de oro. Los engastes se inspiraban en imagenes florales y la madera oscura se prolongaba en las vigorosas curvas tipicas del formato espagueti que caracterizaba al art nouveau. Los recien llegados comieron una simple baguette con jamon y queso y bebieron un vaso de leche antes de sumergirse en la esplendida cama del hotel y amarse sucesivamente con tal intensidad y desprendimiento que, al final de la tercera vez, Agnes se pregunto en voz alta, languidamente extendida sobre las sabanas, ya exhausta pero saciada y en medio de un acceso de risa, si no estaria transformandose en una disoluta.

Paris fue un descubrimiento para Afonso. Agnes lo llevo a los lugares de su juventud: la universidad, el apartamento de estudiante en la Rue de Montfaucon, el Champ-de-Mars y la Torre Eiffel, la Brasserie Lipp, donde habia conocido a Serge, y los cafes Le Procope, Stohrer y Tortini, donde habia estudiado durante horas, ademas de todo el barrio de Saint Germain-des-Pres y los elegantes edificios de la Sorbona, en un emocionante viaje a su pasado estudiantil. Lo curioso es que ella conocia Paris, pero, a pesar de ello, se perdia con frecuencia, y era el quien acababa orientandose en las calles de la ciudad. Sin embargo, cuando era Afonso el que se perdia, lo que era raro, se negaba obstinadamente a pedir indicaciones a alguien, insistiendo en que encontraria el camino por si mismo.

Fue asi, despues de una de esas porfias, como acabaron pasando accidentalmente por la galeria Kahnweiler, en la Rue Vignon, donde Agnes conocio el cubismo cuando era estudiante. La galeria estaba cerrada y un vecino la informo, con evidente satisfaccion, de que herr Kahnweiler se habia exiliado desde el mismo estallido de la guerra.

– El boche se marcho con el rabo entre las piernas, le salaud -exclamo el vecino, un viejo delgado y huesudo-. Debia de tener causas pendientes y por ello, seguramente, las autoridades confiscaron el local.

El encuentro de Afonso con el gran arte no se produjo, por tanto, en la galeria Kahnweiler, asi que se dispusieron a probar con el museo del Louvre. Pero el enorme palacio se encontraba tambien cerrado: habian trasladado las obras de arte a Tolosa en cuanto comenzo la guerra, para disgusto de Agnes, que no se resignaba a la mala suerte.

– Es una pena -se lamento, sacudiendo la cabeza-. Me habria gustado tanto mostrarte grandes obras como la Venus de Milo, el Gladiador Borghese, el Codigo de Hammurabi.

– No te preocupes, otra vez sera.

– El Codigo de Hammurabi es muy importante -insistio ella-. Serge, que se graduo en Derecho, me explico que el Codigo es la primera tabla de leyes conocida y que regulo la justicia de Babilonia hace cuatro mil anos. Lo precedieron los Codigos de Ur y el Codigo del rey Ishtar, de Sumeria y Acadia, pero el de Hammurabi es la unica tabla de leyes que sobrevivio intacta en el tiempo. Establece unas trescientas leyes y esta redactado en caracteres cuneiformes grabados en una estela de diorita, una especie de piedra oscura que fue traida al Louvre. Un poco como la piedra de Rosetta, de los egipcios, que se encuentra en Londres. Es algo realmente impresionante, unico, extraordinario, es realmente lamentable que no lo podamos ver.

– La verdad es que a mi me habria gustado tener la Gioconda enfrente.

– Oh, esa obra tiene mas fama que provecho -repuso Agnes con una mueca de desprecio, decepcionada por la atencion excesiva que todos insistian en darle a la minuscula pintura de Da Vinci-. La Gioconda es pequenita, insignificante, hasta ridicula. No tiene punto de comparacion, en importancia, con el Codigo de Hammurabi, creeme. Pero ?sabes?, en mi epoca de estudiante ocurrio algo gracioso. -Sonrio-. Robaron la Gioconda. Fue un gran escandalo en aquel entonces, los periodicos insistieron en la acusacion de negligencia y de incompetencia. Tardaron dos anos en recuperarla, la habia robado un italiano que se llevo la pintura a Italia. Cuando el cuadro volvio al Louvre, se monto un enorme dispositivo policial para protegerlo: parecia que la Gioconda era la reina de Inglaterra.

La vida nocturna de Paris se revelo sorprendente, sobre todo por seguir tan activa en tiempos de guerra. Pasaron una noche por el Moulin Rouge y fueron a bailar al animado Moulin de la Galette. Afonso gasto alli una parte significativa de sus ahorros, pero no le importo, ganaba 478 francos al mes y raramente los gastaba, las trincheras estimulaban poco el consumo, de modo que durante varios meses fue acumulando los salarios. La verdad es que la experiencia de la guerra le habia hecho relativizar la importancia del dinero, encaraba ahora todos aquellos francos como un simple medio de vivir el presente, saborear el momento, disfrutar de la vida y dejar de lado otras preocupaciones.

Por ello, la penultima noche, la del reveillon, decidio proporcionar a Agnes una inolvidable fiesta de Fin de Ano. La llevo a las Folies-Bergere, cuya principal atraccion era un espectaculo con dos de las grandes estrellas francesas del momento: la hermosa Mistinguett y el encantador Maurice Chevalier.

– Se llama Chevalier, pero no es de la misma familia -aclaro Agnes con una carcajada durante el intermedio-. Nosotros somos Chevallier con dos eles; el es Chevalier, con una sola ele.

La principal cancion del espectaculo era Pas pour moi, que cantaron nuevamente cuando sonaron las doce de la noche. Brindaron por la llegada de 1918 con champagne y se hicieron promesas de amor eterno en un largo abrazo de Ano Nuevo. Despues del reveillon, y ya terminados el espectaculo y la fiesta, Agnes salio de las Folies-Bergere cogida del brazo de Afonso y tarareando la melodia popularizada por Mistinguett y Chevalier:

Y a des gens veinards

qui mang'nt des huitr's et des z'homards

des pates d'foi'

c'est pas pour moi.

Paris les permitio conocerse mejor. Dieron largos paseos por las margenes del Sena, por las Tullerias y por los Campos Eliseos, siempre cogidos de la mano y desafiando el frio, y en la habitacion del Savoir ahondaron en su intimidad y aprendieron los gustos de cada uno, ella llena de gracia femenina, el inundado de vigor masculino. Para Agnes, Afonso representaba un tipo de companero que vivia pendiente de sus necesidades. Era sensible, atento, comprensivo, preocupado por los pequenos detalles, uno de ellos muy importante: se revelo como el unico hombre que habia conocido que tenia paciencia para acompanarla a hacer compras, hasta demostro cierto placer cuando Agnes lo arrastro a las Galeries Lafayette y alli se paso toda una tarde.

– ?Por que no te pruebas este? -le pregunto el, senalandole un vestido expuesto en un maniqui.

Agnes observo el traje, era un vestido de color crema, largo y ajustado en las caderas, con una falda sobre la falda principal, una especie de tunica que llegaba hasta debajo de las rodillas. En vez de los habituales cuellos altos, sin embargo, este lo tenia abierto en V, detalle que de inmediato llamo la atencion de la francesa.

– Oh la la, te van a excomulgar -dijo ella con una sonrisa maliciosa.

– ?A mi? ?Por que?

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