– No te hagas el tonto, pillin. -Se rio-. ?No ves acaso que el vestido se abre por delante, por debajo del cuello?
Afonso observo con atencion.
– ?Ah, es verdad! -exclamo, antes de mirarla-. Entonces es mejor que no lo compres, es un poco atrevido.
– Oh, esto para nosotros ya no tiene nada de especial. Pero, hace unos tres anos, la Iglesia denuncio estos vestidos como escandalosos e indecentes y hasta hubo medicos que dijeron que constituian una amenaza a la salud publica, fijate.
– Claro, claro -asintio Afonso, que se volvio inmediatamente hacia otro vestido, mas convencional, intentando distraerla del anterior-. Mira, este tambien es bonito.
Ademas de ayudarla a elegir la ropa, los sombreros y los zapatos, dando opiniones y resistiendo estoicamente sus indecisiones, Afonso llego incluso a arrastrarla a otras zonas de las galerias que nunca habia recorrido con atencion. El portugues se sentia fascinado con aquel enorme establecimiento, nunca habia visto cosa igual. Aprovecho para comprar articulos para el: productos de uso corriente, como una lata de Creme Eclipse para limpiar botas, la crema Dianoir para zapatos y un jabon de afeitar Erasmic. Tambien le regalo a Agnes el ultimo grito de la moda parisiense, el sonado Chypre, milagroso perfume recien lanzado al mercado y que llevaba a miles de francesas a la locura con sus deliciosos aromas de bergamota, jazmin y musgo de cedro, combinados con un leve toque de heno liberado por la cumarina.
– ?Estas insinuando que no te gusta L'heure bleue? -pregunto la francesa, mirando el delicado frasco de Chypre.
– ?Que es eso?
– L'heure bleue es mi perfume.
– Oh, no, tu perfume es fantastico -aseguro Afonso, que olio el frasco que ella sostenia en sus manos. Cerro los ojos, extasiado con la fragancia-. Pero debes seguir la moda, n'est-ce pas?
Fue fuera de las Galeries Lafayette, sin embargo, donde Afonso hizo las dos compras que lo dejaron mas entusiasmado. Una fue un nuevo articulo importado del otro lado del Atlantico, la pasta de dientes Colgate's Ribbon Dental Cream, que los dough-boys, como se conocia a los soldados estadounidenses, habian llevado a Paris. Como todo el mundo, Afonso estaba habituado al polvo para dientes que normalmente compraba en botes de porcelana, y le resulto curioso descubrir, en un quiosco de Saint Germain-des-Pres, la caja roja de carton que anunciaba que el polvo de los dientes venia ahora en crema, contenido en un tubo maleable, con unas instrucciones que indicaban que bastaba con doblar el tubo para que la pasta fuese saliendo.
La otra compra que lo exalto fue la que hizo en una pequena tienda del Trocadero. Iban los dos caminando en direccion a la Torre Eiffel cuando Afonso vio una pequena camara fotografica expuesta en un escaparate del establecimiento.
– Mira esta camara -senalo-. Los gringos tienen muchas como esta en las trincheras.
Era una Vest Pocket Kodak. Despues de admirarla con la vista, Afonso entro en la tienda y pregunto el precio.
– C'est combien?
– Son sesenta y cinco francos,
El vendedor le mostro como podia sujetar el estuche de la maquina en el cinturon, un detalle de utilidad practica que facilito la decision de Afonso. Saco la cartera, conto los billetes y se los entrego al hombre. Pasaron el resto de la tarde jugando en el Champ-de-Mars, ambos divirtiendose como chiquillos, rodando en el cesped, corriendo entre los arbustos, riendo y gritando. La minuscula camara fotografica, ademas, disparaba
No todo era perfecto, claro. A Agnes le fastidiaba un poco la forma en que el portugues ponia todo patas arriba, la ropa siempre desordenada en el dormitorio, negligentemente amontonada en un rincon, y el cuarto de bano transformado en un verdadero campo de batalla. Siempre que iba a darse un bano, el capitan dejaba la banera repleta de pelos y el suelo inundado de agua: era un verdadero salvaje. Cantaba en voz alta y desafinada en la banera, pero mantenia un desconcertante pudor siempre que ella entraba en el cuarto de bano. Se cubria con una toalla, avergonzado y timido, lo que la hacia reir.
– Vaya, tu crees que nunca he visto eso, ?no? -le pregunto ella en cierta ocasion, provocandolo al entrar en el
El se sonrojo, turbado.
– Oh, no seas asi -rezongo Afonso, encogido en la toalla-. Vete y dejame tranquilo, anda.
En otros momentos era el quien la provocaba. Evitaba las vulgaridades, preferia frases mas romanticas, con un toque platonico y elocuente.
Era un piropo trivial, incluso algo ordinario, pero Agnes se sintio complacida.
– Tan amoroso -agradecio con expresion tierna, devolviendole el cumplido en los terminos que sabia irresistibles para el ego de cualquier hombre-. Pues mira,
– ?Te parece? -pregunto el con falsa modestia, bajando momentaneamente los ojos, algo avergonzado.
– Ah oui!
Siempre que ella lo ponia a prueba, preguntando, por ejemplo, si tenia el culo gordo o los senos demasiado pequenos, cosas que sabia que no eran verdaderas, el daba siempre la respuesta justa e insistia en que Agnes era linda, perfecta, suprema, unica.
Cuando se ovillaban en la cama, despues de saciarse en el amor y antes de abandonarse al sueno, Afonso le susurraba palabras apasionadas al oido, enaltecia su belleza y su generosidad, le musitaba frases tiernas y la acariciaba suavemente. Abrazados en la habitacion del Savoie y a la sombra de la noche, el capitan le juro que huiria de las trincheras solo para cantarle una serenata bajo la lluvia. La mecia con un arrullo de amor entre promesas dulces y susurros melosos, le decia que la amaba, que la adoraba, que la idolatraba, que ella era lo mejor que le habia ocurrido, que envejecerian juntos, que Agnes era una diosa, la mujer de sus suenos. Ella era una rosa, una joya, un rayo de sol, un aroma florido, un aria sublime, una brisa pura de primavera. La francesa cerraba los ojos y bebia con avidez aquellas palabras encantadas que la hacian sentirse tan especial, tan unica, las bebia hasta marearse, hasta sentirse embriagada de amor y ebria de pasion, hasta sentir que, en realidad, Afonso era incomparable, era el mejor de los hombres.
De todos modos, pronto se agoto la licencia en el fulgor de aquel intenso e inolvidable paseo por Paris, y el momento del regreso se aproximo, implacable, inexorable, como una nube negra que corriese con rapida y traicionera lentitud en direccion al sol, corriendo hasta ocultarlo y lanzar sobre los amantes su siniestra y triste sombra; los arranco de la exaltada felicidad en la que vivian sumergidos y los arrastro penosamente hacia la pesadilla de la aterradora hornaza en que se habia convertido Flandes. Agnes y Afonso cogieron el tren de regreso a Aire-sur- la-Lys como esclavos resignados a su maldito destino, la sombria nube solitaria que los perseguia no paraba de crecer, de ensancharse, de llenar el horizonte, amenazadora y sofocante, recargada y gris, hasta volverse, cerca del indeseado destino, una vasta y tenebrosa tempestad de guerra.
Capitulo 10