?Quien soy yo para decir lo contrario? De modo que, estimado capitan Brandao, algunos amigos y yo hemos recibido la orden de irnos y vamos a regresar ahora.

– Y todos los oficiales que se marchan con usted, como el capitan Cabral y los demas, ?tambien estan respondiendo a un llamamiento de la patria?

– Mire, yo quiero creer que si-dijo el capitan Resende, que adopto la actitud de quien hace una confidencia-. Pero sospecho que hay algunos casos, si, de enchufe. -Cerro los ojos y los abrio en una mirada convencida-. De enchufe, se lo digo yo.

Afonso se quedo analizandolo, fastidiado. ?Estaria el hombre subestimandolo? Era evidente que si, aquel discurso no era normal, su postura demasiado teatral, pero decidio no demostrar debilidad.

– Pues si, capitan Resende, vaya entonces a prestar su servicio a la patria -dijo en tono cordial, antes de soltar el veneno-. Siempre es mas util estar valientemente sentado en un despacho que quedarse aqui, escondido en las trincheras. Al menos en Lisboa no tiene que estar huyendo siempre del enemigo.

El capitan Resende lo fulmino con la mirada, despechado y ofendido, le dio la espalda y siguio su camino a paso rapido y con modales bruscos. Afonso se quedo alli inmovil, en medio del barro, en silencio, viendolo partir, con un peso en el alma por presenciar aquel abandono; al fin y el cabo, era un oficial mas que se marchaba. En honor a la verdad, aquello solo tenia un nombre, desercion, aquellos oficiales se servian de sus relaciones con el nuevo regimen y huian, dejaban atras a sus hombres, entregados a si mismos, en manos del destino.

Y Baltazar, el Viejo, fijo los ojos en el documento y lo leyo con esfuerzo, letra a letra, silaba a silaba, palabra a palabra. El serrano era el unico del grupo que sabia leer. Leia mal, pero nadie se podia quejar, el parroco de Pitoes das Junias habia dado lo mejor de si cuando el Viejo era joven, pero no se podia exigir de las pocas clases que el joven sacerdote Augusto, con la mejor voluntad, habia impartido muchos anos antes al pequeno Baltazar, durante las breves lecciones de catequesis en las frias mananas de domingo. Baltazar era entonces un miserable pastorcillo que venia de un lugar yermo perdido en la sierra de Geres, entre Tourem y Outeiro, mas habituado al balar de las ovejas y al piar de las perdices que al extrano latin de las misas o a los sonidos ininteligibles que liberaban las hojas escritas. Fue dificil, pero la catequesis le entreabrio las puertas de la literacia.

Al comenzar esa tarde, en un hoyo triste y fangoso de Flandes, Baltazar recompensaba al parroco de Pitoes con una lectura titubeante. Pero aun vacilante, lleno de fallos y de dudas, sumando las letras con dificultad para reproducir sonidos y formar sentidos, el Viejo leia lo suficiente para ser capaz de extraer de aquel texto rebuscado la informacion que todos aguardaban ansiosamente.

– ?Y, Baltazar? -se impaciento Vicente, el Manitas-. ?Para hoy o para manana?

– Calma, Manitas, calma -dijo el Viejo, alzando la mano. Se demoro unos instantes mas hasta entender el significado de lo que tenia delante, un telegrama del documento firmado por Sidonio Paes solo cuatro dias antes-. Entonces es asi. Aqui dice que tenemos derecho a la primera licencia ciento veinte dias despues de haber llegado.

– ?Despues de haber llegado a las trincheras?

Baltazar releyo el texto, titubeante. Se detuvo alli. Vacilo, volvio a arrancar y descubrio que decia.

– No. Despues de haber llegado a Francia.

– ?Cuatro meses? -exclamo Matias, el Grande, despues de hacer las cuentas-. Ya han pasado, ya han pasado.

– Es verdad, ya llevamos cuatro meses -reafirmo Vicente, rascandose el cuero cabelludo irritado por los piojos-. ?Y que mas?

– Calma -pidio Baltazar, aun concentrado en el documento. Recorrio las letras con los ojos, se sono, murmuro sonidos imperceptibles y, despues de una eternidad mas descifrando el texto, capto finalmente el sentido-. Dice aqui que tenemos derecho a treinta dias de licencia.

Un murmullo de satisfaccion lleno el refugio, todos se miraron y sonrieron, ya se imaginaban en el Mino, con la familia, ayudando en la labranza, banandose en el Cavado, en el Este, en el Lima, bailando el vira, cavando la tierra, cogiendo uvas, llenando el horreo, comiendo un cocido regado con un vino verde de Mega 50…, vaya cogorza que se pillarian la primera noche entre los suyos.

– Un mes -repitio Vicente, sonador.

– Ah, si yo me encuentro en el Mino, oliendo los robles y los tejos de Geres, o respirando aquella brisa suave, en lo alto de la sierra, nunca mas me echan el ojo -sentencio Baltazar, que cerro los parpados con intensa nostalgia-. Que categoria. Me escondo en el monasterio de Pitoes, y el Ejercito que se joda.

– Yo no sere menos -dijo Vicente, que se imagino en su carpinteria de Barcelos y en los paseos entre los guijarros de Cavado-. Voy y no vuelvo, ya vereis.

– Yo lo unico que quiero es la sopa seca que mi madre hace en casa -se desahogo Matias, que sintio que se le hacia la boca agua-. ?Hum, pensar que voy a saborear el salpicon, el jamon, la ternera, la gallina y la lombarda que ella mezcla en la sopa! -Suspiro-. Solo os digo, un manjar. Despues mojare una galleta en la sopa. -Se paso la mano por el estomago vacio-. ?Ah! Voy a manducar hasta quedar hinchado como un cerdo.

– Mi patrona tambien hace una sopa seca sensacional -comento Baltazar, que no perdia oportunidad de hablar de comida-. Pero lo mejor es el corazon de cerdo con vino tinto, cortado en cubos y servido con patatas y habas cocidas. ?Ah, muchachos, deberiais verlo! ?Ese es un plato de quitarse el sombrero! Una categoria, lo unico que os digo. ?Una categoria!

– Y ya me estoy imaginando echandole un polvo a la primera muchacha que se me presente -exclamo Abel, el Canijo, que hasta entonces se habia mantenido timidamente callado, como era habitual en el-. Comienzo como quien no quiere la cosa, con un besito aqui, otro mas alla, y despues le echo un buen polvo, los dos amarrados en un horreo. En el estado en que me encuentro, hasta con un adefesio me conformaba.

Todos hicieron senas de aprobacion. Sentian lo mismo, sabian muy bien lo que cada uno queria decir, el aire de la tierra, la comida de casa y una buena muchacha del Mino era todo lo que deseaban de la vida; al fin y al cabo, no eran mas que hombres sencillos en busca de cosas sencillas.

– ?Ahora que tenemos que hacer? -pregunto Matias, aun embriagado con los deseos que satisfaria cuando regresase a Palmeira.

– Presentar la solicitud de licencia, creo yo -respondio Baltazar, que se encogio de hombros y doblo el documento con las informaciones sobre el nuevo sistema de licencias recien aprobado por el Gobierno de Sidonio Paes-. Vamos a ver a los carboneros de la brigada y presentamos los papeles.

– Pero eso ya lo hemos hecho una porrada de veces -se quejo Vicente-. Y no acabo en nada.

Un zumbido familiar lleno el aire, in crescendo, y todos se arrimaron a las paredes del refugio casi instintivamente. El Minenwerfer estallo fuera, el suelo temblo, las paredes vibraron y soltaron algo de polvo, pero resistieron. Despues oyeron un sonido diferente, como el gluglutear de un pavo, seguido de explosiones sordas, con un pop seco, semejante al ruido de un tapon que saltase de una botella de champagne. Despues, nada mas. Los soldados aguardaron un instante, se aseguraron de que no habia consecuencias mayores y volcaron su atencion en el asunto que tenian entre manos como si no hubiese habido interrupcion.

– ?Como sabemos que no nos van a echar otra vez la zancadilla? -siguio Vicente, con el corazon cargado de sospechas sobre el nuevo sistema de licencias aprobado por Sidonio Paes-. No es la primera vez que esos cabrones nos enganan. ?O ya no os acordais de las promesas que nos hicieron en los ultimos meses? Y todavia estamos aqui…

El grupo desperto de su sopor y reino, insidiosa, la desconfianza.

– Tal vez tengas razon -medito Baltazar-. Cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfia…

– ?Quereis saber mi opinion? -pregunto Matias. El cabo raramente urdia comentarios sobre este tema, pero ya hacia un tiempo que le parecia que se habian superado todos los limites-. Pues yo pienso que, dicho claramente, todo es puro blablabla, puro blablabla.

– O, por lo menos, es cierto solo para algunos -interrumpio Vicente, que levanto el indice-. A los oficiales ya les estan dando las licencias, claro. Sus senorias estan siempre primero.

– Si-confirmo Baltazar-. Unos cuantos se fueron de vacaciones a Portugal, ya hace tiempo, y nunca mas dieron noticias.

– Hasta hoy -comento Vicente, que nunca dejaba escapar una observacion sobre el comportamiento de los

Вы читаете La Amante Francesa
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату