– Siempre supuse que nosotros tenemos mas almirantes que barcos -respondio Bernal, asintiendo con una sonrisa.

Despues de una larga conferencia con Rota, resulto que el comandante Weintraub, jefe de los Servicios de Seguridad norteamericanos de la base, se encontraba en un partido de beisbol, si bien esperaban que volviese a su despacho a las cinco y media.

– Esta bien -apunto el comisario-. Digale que estaremos alli a las seis menos cuarto, si esa hora le acomoda a usted, contraalmirante.

Bernal se sometio, con toda la dignidad que pudo poner en juego, a la pequena humillacion de tener que sacar un pase de Seguridad Naval, a sabiendas de que, con la pesima fotogenia que le daban sus anchas facciones, saldria fatal en la fotografia en color: casi siempre le representaban como al general Franco en los anos cincuenta, con el bigote entrecano, y con muy poco pelo sobre la ancha frente. Mientras el joven marinero encargado de fotografiarle ajustaba los focos y se acercaba al tripode, el comisario adopto la mas severa de sus expresiones.

La pequena localidad pesquera de Rota, de anchas playas de blanca arena dominadas por unos pocos hoteles de pequeno tamano, habia aspirado en otro tiempo a convertirse en una estacion maritima parecida al Puerto de Santa Maria, distante doce kilometros hacia el este, pero la aparicion de las tropas norteamericanas en los anos cincuenta suscito una decadencia comercial, exceptuando los beneficios obtenidos por los propietarios de tierras que consiguieron explotar la presencia de los militares. El puerto pesquero continuaba animado, observo Bernal mientras el Seat 124 Super Mirafiori les conducia a la entrada de la base, donde la bandera estadounidense ondeaba en el poste de la izquierda, acompanada ya por la rojigualda, que lo hacia orgullosamente en el de la derecha, con centinelas de los respectivos paises montando guardia al pie de ambos estandartes.

Despues de inspeccionados los pases por los soldados de servicio de los dos puestos, y tras una llamada telefonica a Seguridad Central, les franquearon prontamente la entrada y se les indico el camino hacia las oficinas navales.

El comandante Weintraub les recibio tocado todavia con su gorra de beisbol, pese a lo cual el comisario no consiguio sacar en claro si habia jugado con el equipo de la Marina estadounidense o asistido solo como hincha. Cortando con los dientes la punta de un cigarro puro de buen tamano, el comandante les estrecho con fuerza la mano a los tres espanoles, mientras un joven interprete de la Marina estadounidense se pegaba nerviosamente a su hombro. Una vez explicado el proposito de la visita, Soto dejo que Bernal hiciera las preguntas.

– ?Se han registrado ultimamente actividades sospechosas en la base o en sus inmediaciones, comandante?

Dejo que el interprete desempenase sus funciones, y luego sintio no entender las nasalizadas manifestaciones del jefe de Seguridad americano, que hablaba por una esquina de la boca, con el puro entremedio.

La respuesta fue inequivoca:

– Ninguna actividad, salvo las de algun que otro pesquero sovietico, que llevan mas aparatos de intercepcion radiofonica que redes, tratando de escuchar las comunicaciones locales de la base.

– ?Cuando se dio por ultima vez uno de esos casos de espionaje, comandante?

Weintraub consulto un registro que tenia encima de la mesa.

– El lunes pasado, entre las nueve y las doce de la noche, y el jueves, desde la una treinta a las cuatro de la madrugada.

– Los pesqueros pasan con una regularidad de reloj, comisario -apunto el contraalmirante Soto, con un cabeceo de aprobacion por parte del norteamericano.

– ?Se acercan mucho a la costa? -fue la proxima pregunta de Bernal.

– Por lo regular permanecen fuera del antiguo limite internacional de las tres millas; cuando no es asi, enviamos una corbeta a expulsarlos.

– ?Tienen en la base hombres entrenados en combate submarino?

– Si, por supuesto. Tenemos grupos de entrenamiento mixtos hispano-norteamericanos que, en caso de sabotaje o de accion enemiga subrepticia, inspeccionan los barcos que tenemos fondeados en el puerto.

– ?Estan completos sus equipos?

– No tenemos noticia de que se haya perdido nadie.

– ?Podria usted hacer que nos mostrasen uno de los trajes de inmersion y el equipo ordinario que utilizan esas unidades submarinas, comandante?

– Al momento -respondio Weintraub-. Dire a uno de nuestros muchachos que se ponga el equipo -y descolgando el telefono, y todavia con el cigarro entre los labios, algo mojado por cierto, dio unas rapidas ordenes-. Podemos bajar dentro de diez minutos.

– Solo me queda una ultima pregunta, por el momento -dijo Bernal, algo intimidado por el aspecto de extraordinaria eficiencia del comandante-. Si las defensas electronicas que tienen instaladas fuera del puerto militar dieran cuenta de una intrusion, pongamos que de hombres rana que se acercan a la base al amparo de la oscuridad, ?como se les opondrian?

– Recurririamos al Plan 221, comisario. Habria una Alerta Roja, la dotacion de todos los barcos entraria en guardia de emergencia, se levantarian las redes antisubmarino y los barcos de patrulla registrarian el puerto usando sistemas de deteccion por infrarrojos y sonar. Una vez localizados los intrusos, enviariamos uno de nuestros equipos de submarinos.

– ?Que armas llevarian?

– Las corrientes: fusiles y arpones submarinos de contraataque.

– ?Podria mostrarme tambien esas armas?

El comandante guardo un momento de silencio.

– Si, no veo inconveniente.

Pero Bernal tuvo la impresion de que acogia con menos gusto esa solicitud. El comandante puso mucho empeno en aclarar que, en los tres anos que llevaba en la base, no habian hecho, salvo para entrenamientos, semejantes despliegues.

Ya en las instalaciones submarinas del puerto, Bernal examino con interes el traje de inmersion que exhibia el infante de Marina, y advirtio que era de diseno mucho mas avanzado que el del hombre rana muerto. Reparo tambien en los pies de pato, de larga pala, que el cadaver no llevaba. El cinturon del infante de Marina estaba unido a dos correas que le cruzaban en aspa pecho y espalda y sustentaban dos botellas de oxigeno, y tenia prendido un buen numero de accesorios especiales. Inspecciono asimismo el fusil submarino, la potente linterna, alimentada por pilas alojadas en el cinto, el cuchillo y la pequena hilera de bombas de mano.

– Comandante, ?como se disparan esas granadas bajo el agua?

– Con esta pistola de aire comprimido, comisario -repuso el jefe de Seguridad, senalando el artefacto, de corto canon y boca muy ancha, que el submarinista llevaba a la cintura en una funda-. Sirven para aturdir al adversario y tienen un alcance de entre diez y doce metros. Su unico inconveniente es que son engorrosas de cargar.

– ?Podrian prestarnos por unos dias un juego completo de traje y armas? Me gustaria que nuestro patologo lo examinara.

El comandante dio en seguida su conformidad y, segun se despedian, tuvo Bernal la neta impresion de que Weintraub se sentia aliviado. ?Seria que no le habia hecho preguntas apropiadas?

Estaba Soto diciendole a Bernal que se quedaria un rato mas en la base, para despachar unos asuntos de rutina, cuando el chofer del Super Mirafiori se les acerco con el aviso de que querian transmitirle un mensaje a Bernal por la radio del coche.

La telefonista de la jefatura de Cadiz le leyo el texto al comisario: Inspector Navarro y doctor Pelaez han salido de Madrid-Barajas en vuelo Aviaco AO 223 que tiene su llegada a Jerez a las 21.45. ?Pueden

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