ir a recibirles?

Encantado por la noticia, Bernal confirmo que asistiria personalmente a la llegada de sus dos colaboradores, los primeros en acudir.

– Nos da tiempo de tomar un bocado antes de que aterrice el avion, Fragela. ?Donde propone que lo hagamos?

– En el Puerto hay toda una serie de buenos restaurantes, comisario, y nos coge de camino.

El inspector Fragela mando al chofer que parara en la Venta de Sanmillan, situada frente a la nueva planta embotelladora de las bodegas Terry, y manifesto a Bernal que alli era posible cenar temprano. En el espaciosisimo local encontraron un rincon agradable donde charlar mientras despachaban sendos gintonics y una racion de ostiones, las ostras gigantes que son especialidad de la bahia.

– ?Que impresion ha sacado de nuestra entrevista con Weintraub? -indago Bernal.

– Me cuesta concretar una impresion, a causa del problema de idioma. Es extrano que los americanos no hayan puesto un jefe de Seguridad con cierto dominio del espanol.

– Tampoco parece que tengamos nosotros en San Fernando nadie que hable bien el ingles.

– Pero en los Estados Unidos tienen grandes zonas bilingues -objeto Fragela-: Bien deben producir algunos oficiales de Marina…

– Yo tuve la impresion de que los americanos se callaban algo. Contestaron a todas nuestras preguntas, pero, ?se dio usted cuenta?, no ofrecieron ninguna informacion por su parte.

– A lo mejor seran mas explicitos a solas con el contraalmirante Soto. Bien mirado, lo del control bilateral acaba de empezar, y de momento deben de estar tanteando el terreno.

Bernal se enfrasco en la carta, con cierto desaliento: desde luego era el sueno de un gourmet, pero… ?habria algo alli que su ulcera aceptase?

El Seat 124 Super Mirafiori avanzo rapida y silenciosamente por la vieja Nacional VI hasta alcanzar las afueras de Jerez. Una vez alli, enfilaron la carretera de ronda que discurre hacia el noroeste, y pronto llegaron al pequeno aeropuerto militar, abierto al trafico comercial solo desde principios de los anos setenta, coincidiendo practicamente con la inauguracion del puente Jose Leon de Carranza, en la bahia. Con eso, Cadiz disponia ya de un aeropuerto distante solo treinta kilometros hacia el norte, por mas que los vuelos fueran pocos y en su totalidad nacionales.

Mientras aguardaban sentados en la pequena sala de espera, recientemente restaurada, Bernal senalo los cuatro reactores Mirage visibles ante el hangar militar, a cierta distancia de la terminal de vuelos civiles.

– ?Son esos los nuevos Mirage III, Fragela?

– Creo que si. Acabamos de recibir una nueva partida. Nuestros pilotos se entrenan aqui en su manejo.

Reparando entonces en un grupito de avionetas particulares estacionadas en la zona norte del aerodromo, Bernal agrego:

– Y aquellas ?son deportivas o comerciales?

– Las mas grandes pertenecen a las bodegas jerezanas, que las tienen para el uso de sus directivos. Algunas de las que ve ahi son extranjeras, con distintivos argelinos o marroquies. Esa gente trata mucho en textiles, que expiden a Malaga o Cadiz.

Conforme se ponia el sol con la rapidez propia de las zonas subtropicales, apenas sin crepusculo, se encendieron las luces de la pista, rojas y azules, y los altavoces crepitaron y cobraron vida: «Aviaco anuncia la llegada de su vuelo AO 223 de Madrid-Barajas, prevista para las 21.55».

– Diez minutos de retraso -suspiro Bernal-. Pero peor podria ser. Supongo que Navarro y Pelaez querran comer algo. Les llevamos directamente a Cadiz, y que se apanen con lo que encuentren.

Pronto avistaron el rugiente DC 8, que tomo tierra apurando toda la longitud de la corta pista y, habiendo girado, rodo lentamente hacia la pequena torre de mando. Segun bajaban los pasajeros por la escalerilla, Bernal penso que debian ser muy numerosos los que llegaban de vacaciones, aprovechando la Semana Santa, aun cuando no fueran mas de una docena los viajeros que se disponian a tomar el vuelo de regreso a Madrid. Momentos mas tarde diviso la alta figura de Navarro, que cruzaba la pista, y detras de el, la reluciente calva y las gafas de Pelaez, de cristales como culos de vaso.

Los dos guardias civiles que estaban en la puerta reconocieron a Fragela y le saludaron. Bernal presento los recien llegados a su colega gaditano.

– Tenias que ser tu el que me chafara la Semana Santa, Bernal -se quejo Pelaez.

– ?Que pensabas hacer? ?Irte a la sierra?

– No, que va. Terminarle a la editorial el manual de autopsias que estoy preparando, y comprobar las fotos de las ilustraciones. ?Te das cuenta de que hasta ahora nuestros estudiantes de patologia han tenido que echar mano de manuales extranjeros? Mi magnum opus me dara renombre internacional, sobre todo con los extraordinarios casos que me preparas, Luis. A ver, hablame de ese submarinista muerto.

– Leete en el coche el informe de los patologos, Pelaez. Como veras, no han conseguido determinar las causas de la muerte.

– Espero que me tengas bien conservado el fiambre, Bernal. Aunque supongo que esa gente me lo habra abollado con sus chapuzas.

– Te lo tenemos en hielo en el hospital Mora.

Mientras el chofer oficial les devolvia a Cadiz por la nueva autopista casi desierta, sin duda a causa del precio del peaje, Bernal puso a Navarro al corriente del estado en que la investigacion se encontraba en ese momento. Poco mas tarde cruzaban el nuevo puente de la bahia y enfilaban la larga avenida que conducia a la Puerta de Tierra. Toparon casi en seguida con una procesion, pero el chofer, gaditano, se las ingenio para evitar las calles estrechas y por fin los deposito en la plaza Calvo Sotelo, rebautizada hada poco con el nombre de San Francisco.

Cuando Navarro y Pelaez se hubieron registrado en el Hotel de Francia y Paris y descargaron su equipaje, Fragela se despidio, no sin antes haberles recomendado un par de restaurantes.

– Yo me estoy recuperando todavia de las ostras gigantes que tome ayer en el Puerto -explico Bernal a sus colegas madrilenos-, pero os acompanare.

Cuando se disponian a dejar el elegante vestibulo, el recepcionista, cortes y de buena presencia, se acerco a Bernal.

– El contraalmirante Soto esta al telefono, comisario. ?Le paso la llamada a la cabina del pasillo?

Nada mas descolgar el aparato en el cuartito revestido de caoba, Bernal recordo a Soto que la linea era semipublica.

– Solo para informarle, comisario, que se han detectado ciertas actividades en la costa. Mi gente y la Vigilancia de Costas estan investigando. Podria tratarse de simples contrabandistas del otro lado del Estrecho. Le tendre al tanto.

– Muy bien, Soto. ?Puede decirme de que actividades se trata?

– Senales luminosas dirigidas a tierra, frente al cabo Roche. He enviado una lancha rapida, y las estaciones costeras de radar se mantienen al acecho, por si hubiera movimientos sospechosos.

5 DE ABRIL, LUNES

A las ocho y media de la manana, Bernal se dedicaba a leer la edicion provincial de la Hoja del Lunes en tanto terminaba de desayunar. El doctor Pelaez habia salido hacia el hospital Mora a las ocho, para efectuar la segunda autopsia del submarinista muerto, secundado por patologos locales que no habian conseguido sentar las causas del fallecimiento. Navarro por su parte habia acompanado a Fragela, a fin de organizar en jefatura la sala provisional de operaciones, y Bernal se habia ofrecido a esperar a Lista y Miranda, sus otros dos inspectores, que no tardarian en llegar en el expreso nocturno de Madrid. Seguia sin noticia alguna de Angel Gallardo, el benjamin de su equipo, a quien habia cursado un telegrama al hotel de Benidorm donde estaba pasando la Semana Santa, y

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