Cruzo el cuarto, describiendo un camino cuidadoso a traves del material amontonado en el suelo, hasta que llego a la silla giratoria del ordenador. Entonces vio lo que habia colgado en la pared.

Y se quedo muerto.

– ?Mierda! -dijo Glenn Branson, que ahora estaba justo a su lado.

Era un museo de recortes de prensa. La mayoria de las paginas, recortadas o arrancadas del Argus y de los periodicos nacionales, parecian seguir la trayectoria de la carrera de Brian Bishop. Habia varias fotos suyas, incluida una fotografia de su boda con Katie. Al lado habia un articulo, en una pagina rosa del Financial Times, sobre el ascenso meteorico de su empresa, International Rostering Solutions PLC, donde se hablaba de su aparicion, el ano anterior, en la lista del Sunday Times de las cien empresas de mayor crecimiento en el Reino Unido.

Grace apenas era consciente de que Branson, y otras personas, se movian detras de el, poniendose guantes de goma, tampoco notaba como las puertas y cajones se abrian y cerraban, porque habia centrado toda su atencion en otro articulo pegado con cinta adhesiva en la pared. Era la portada de la edicion vespertina del lunes del Argus, que mostraba una fotografia de Brian Bishop y su mujer, y otra mas pequena de Roy Grace, en un recuadro. Debajo, en una de las columnas, habia un circulo rojo que rodeaba las palabras: «Ser maligno».

Leyo todo el pasaje:

Se trata de un crimen especialmente desagradable -ha dicho el comisario Grace, el investigador jefe-. Trabajaremos arduamente para llevar ante la justicia a este ser maligno.

Nick Nicholl blandio de repente un papel fino delante de el que parecia un documento legal.

– Acabo de encontrar este contrato de arrendamiento. ?Tiene un garaje! Dos, en realidad… En Westbourne Villas.

– Llama al centro de operaciones -dijo Grace-. Que alguien redacte una orden nueva y se la lleve al mismo juez, y que nos la traigan aqui. ?Y diles que se den prisa!

Luego, mientras miraba, otra vez, el circulo rojo alrededor de las palabras «Ser maligno» oyo que Glenn Branson le hablaba, con gran preocupacion:

– Jefe, creo que tendrias que echar un vistazo a esto.

Grace recorrio un pasillo corto que conducia a un dormitorio sin ventanas, frio y humedo. La habitacion estaba iluminada por una bombilla solitaria de bajo voltaje que colgaba de una cuerda encima de una cama, bien hecha, con una colcha de chenilla color crema.

Sobre la colcha habia una peluca larga y castana, un bigote, una barba, una gorra negra de beisbol y unas gafas de sol.

– ?Dios santo! -dijo.

La respuesta de Glenn Branson simplemente fue senalar con el dedo detras de el. Grace se dio la vuelta. Y lo que vio le helo todas las celulas del cuerpo.

Pegadas a la pared habia tres fotografias ampliadas. Por su limitada experiencia en la materia, le parecio que las habian tomado con un teleobjetivo.

La primera era de Katie Bishop. Llevaba un bikini y estaba apoyada en lo que parecia la barandilla del puente de mando de un yate. Estaba tachada con una cruz roja grande. La segunda era de Sophie Harrington. Era un primer plano de su cara, con lo que parecia una calle de Londres borrosa al fondo. Tambien estaba tachada con una cruz roja.

La tercera fotografia era de Cleo Morey, alejandose de la puerta del deposito de cadaveres de Brighton y Hove.

No habia ninguna cruz.

Grace saco su telefono movil del bolsillo y marco el numero de casa de Cleo. Contesto al tercer tono.

– Cleo, ?estas bien? -le pregunto.

– Si -contesto ella-. Como nunca.

– Escuchame -le dijo-. Esto es serio.

– Le estoy escuchando, comisario Roy Grace -dijo Cleo arrastrando las palabras-. Estoy pendiente de cada una de sus palabras.

– Quiero que cierres la puerta con llave y pongas la cadena de seguridad.

– Cerrar la puerta con llave -repitio-. Y poner la cadena de seguridad.

– Quiero que lo hagas ahora mismo, ?vale? Mientras hablo contigo por telefono.

– ?A veces es usted tan mandon, comisario! Vale, estoy levantandome del sofa y ahora estoy caminando hacia la puerta.

– Por favor, pon la cadena de seguridad.

– ?La estoy poniendo!

Grace oyo el ruido metalico de la cadena.

– No abras la puerta a nadie, ?de acuerdo? A nadie hasta que llegue yo. ?Entendido?

– No abrir la puerta a nadie, hasta que llegues tu. Lo tengo.

– ?Que me dices de la puerta de la terraza? -le pregunto.

– Esta siempre cerrada con llave.

– ?Lo comprobaras?

– Enseguida -luego, repitiendo en broma la instruccion, anadio-: Subir a la terraza. Comprobar que la puerta esta cerrada con llave.

– No hay puerta exterior, ?verdad?

– La ultima vez que mire no.

– Llegare en cuanto pueda.

– ?Mas te vale! -dijo, y colgo.

– Muy buenos consejos, esos que te han dado -dijo una voz detras de ella.

Capitulo 115

Cleo sintio como si las venas se le llenaran de agua congelada. Se dio la vuelta, aterrorizada.

A escasos centimetros de ella, una figura alta blandia un martillo de orejas grande. Iba ataviado de pies a cabeza con un traje protector verde oliva que apestaba a plastico, llevaba guantes de latex y una mascara antigas. No podia verle la cara en absoluto. Estaba mirando dos lentes redondas y oscurecidas montadas sobre un material gris holgado, con un filtro de metal negro abajo con forma de hocico. Parecia un insecto mutante malevolo.

Detras de esas lentes, solo podia distinguir sus ojos. No eran los de Richard. No eran los de nadie que ella pudiera reconocer.

Descalza y sintiendose totalmente indefensa, retrocedio un paso, sobria de repente, temblando, un chillido atrapado en algun lugar muy profundo de su garganta. Retrocedio otro paso, intentando desesperadamente pensar con claridad, pero su cerebro estaba bloqueado. Tenia la espalda contra la puerta, presionandola con fuerza, preguntandose si le daria tiempo a abrirla y pedir ayuda a gritos.

Salvo que, ?no acababa de poner la maldita cadena de seguridad?

– No te muevas y no te hare dano -dijo; su voz sonaba como un dalek apagado.

«Claro, por supuesto que no. Estas en mi casa, con un martillo en la mano y no piensas hacerme dano», penso Cleo.

– ?Quien…, quien…, quien?

Las palabras salieron de su boca en rachas agudas. Sus ojos se movian freneticamente del maniaco que tenia delante al suelo, a las paredes, buscando un arma. Luego se dio cuenta de que todavia tenia el telefono inalambrico en la mano. Habia una tecla que habia pulsado por error algunas veces en el pasado que hacia pitar el terminal de su dormitorio. Intentando recordar desesperadamente donde estaba en el teclado, pulso una a escondidas. No paso nada.

– Te salvaste de milagro con el coche, ?verdad, zorra? -La voz profunda, confusa, estaba cargada de veneno.

– ?Quien…, quien…?

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