– ?Cleo! ?Soy yo! No pasa nada.

Pelo negro de punta. Una expresion sobresaltada en su rostro joven y agradable. Vestido de manera informal con una camiseta naranja y pantalones cortos verdes, auriculares en las orejas.

– Oh, mierda. -Cleo dejo de luchar, boquiabierta-. ?Darren!

El le solto los brazos muy lentamente, con cautela, como si aun no estuviera seguro del todo de si podia fiarse de que no le apunalaria.

– ?Estas bien, Cleo?

Tragando aire, noto como si su corazon intentara salirsele del pecho. Dio un paso hacia atras, mirando a su companero, luego el cuchillo en el suelo, luego otra vez a los ojos marrones del hombre. Petrificados. Demasiado petrificados para decir nada mas de momento.

– Que susto me has dado -Cleo articulo las palabras con un susurro entrecortado.

Darren levanto las manos, se quito los auriculares y dejo que colgaran de los cables blancos. Luego volvio a levantar las manos, en actitud de rendicion. Estaba temblando.

– Lo siento.

Todavia estaba hiperventilando, la voz temblorosa. Luego, sonrio, intentando remediar la situacion.

Todavia inseguro, Darren dijo:

– ?Tanto miedo doy?

– Yo… He oido la puerta -dijo ella, que ahora comenzaba a sentirse estupida-. He preguntado quien habia y no has contestado. Creia que eras un intruso. Yo… Yo… -Sacudio la cabeza con desconcierto.

Darren bajo los brazos y cogio los auriculares con las manos ahuecadas.

– Estaba escuchando musica heavy -dijo-. No te he oido.

– Lo siento mucho.

Darren se inclino y se froto la espinilla.

– ?Te he hecho dano?

– ?La verdad es que si! Pero sobrevivire. -Tenia una marca fea en la canilla-. De repente me he acordado de que habiamos dejado el cuerpo fuera. He pensado que, con este calor, deberia estar en una nevera. Te he llamado, pero no me has contestado ni en casa ni al movil, asi que he decidido venir y encargarme yo.

Sintiendose ya mas normal, Cleo volvio a disculparse.

El se encogio de hombros.

– No te preocupes. Pero nunca pense que trabajar en un deposito de cadaveres fuera un deporte de contacto.

Ella se rio.

– Lo siento mucho, de verdad. He tenido veinticuatro horas de mierda. Yo…

– Olvidalo. Estoy bien.

Cleo miro el verdugon rojo de su pierna.

– Eres muy amable, por haber venido. Gracias.

– Me lo pensare dos veces la proxima vez -dijo Darren con buen humor-. Tal vez tendria que haberme quedado en mi ultimo empleo. Era mucho menos violento.

Cleo sonrio. En su anterior trabajo, recordo, Darren era aprendiz de carnicero.

– Eres muy amable por encontrar tiempo en un dia festivo -dijo.

– Me he escapado de una barbacoa en casa de los padres de mi novia -dijo-. Es el inconveniente de este trabajo. No soporto las barbacoas desde que empece a trabajar aqui.

– Ya somos dos.

Ambos estaban pensando en cadaveres quemados. Normalmente, su piel estaba ennegrecida, crujiente como cortezas de cerdo. Dependiendo del tiempo que hubieran estado ardiendo, a veces la carne estaba gris y dura, a veces cruda y sangrienta como el cerdo dorado y poco hecho. En una ocasion, Cleo habia leido que las tribus canibales del centro de Africa llamaban al hombre blanco «cerdo largo». Comprendia exactamente por que. Era la razon por la que muchas personas que trabajaban en depositos de cadaveres se sentian incomodas en las barbacoas. En particular cuando habia carne de cerdo.

Juntos dieron la vuelta al cuerpo y examinaron la espalda en busca de tatuajes, marcas de nacimiento y heridas de entrada de bala, pero no encontraron nada. Con alivio, por fin lo introdujeron en una bolsa, subieron la cremallera y lo metieron en la nevera numero 17. Manana comenzaria el proceso de identificacion. Los tejidos blandos de sus dedos habian desaparecido, asi que no podrian sacarle las huellas. Tenia la mandibula intacta, por lo que se comprobarian las fichas dentales. El ADN era una posibilidad mas remota -debia figurar previamente en una base de datos para encontrar una correspondencia-. Enviarian su descripcion, fotografias y medidas al equipo de ayuda telefonica a desaparecidos y la Policia de Sussex se pondria en contacto con los amigos y familiares de cualquier persona cuya desaparicion se hubiera denunciado y que encajara con la descripcion de la mujer fallecida.

Y por la manana, el patologo, el doctor Nigel Churchman, llevaria a cabo la autopsia para determinar la causa de la muerte. Si, durante su transcurso, encontraba algo sospechoso, detendria su trabajo de inmediato, lo notificaria al juez de instruccion y se llamaria al patologo del Ministerio del Interior, bien Nadiuska, bien el doctor Theobald, para que se encargara de la situacion.

Mientras tanto, a Cleo y a Darren aun les quedaban por delante varias horas de un glorioso domingo de agosto por la tarde.

Darren se marcho primero, en su pequeno Nissan rojo, en direccion a la barbacoa, de la que podria haber prescindido tranquilamente. Cleo se quedo en la puerta, observandole marchar, incapaz de evitar envidiarle. Era joven, rebosaba entusiasmo, era feliz en su trabajo y con su novia.

Ella avanzaba rapidamente hacia los treinta. Disfrutaba de su carrera, pero al mismo tiempo tambien le preocupaba. Queria tener hijos antes de ser demasiado mayor. Sin embargo, cada vez que pensaba que habia encontrado a su principe azul, el tipo le soltaba algo que no venia a cuento. Roy era un hombre encantador. Pero justo cuando creia que todo era perfecto, su esposa desaparecida surgia de repente como el muneco de una maldita caja de sorpresas.

Conecto la alarma, salio afuera y cerro con llave la puerta principal, con solo una idea en la cabeza: llegar a casa y ver si tenia algun mensaje de Roy. Luego, mientras cruzaba la entrada de hormigon hacia su MG azul, se detuvo en seco.

Alguien habia rajado la tela negra de la capota. Toda, desde el parabrisas hasta la luna trasera.

Capitulo 64

La mujer de detras del mostrador de madera y la ventana de cristal le entrego un formulario rectangular de color beis.

– Por favor, escriba aqui su nombre y direccion y otros datos -le pidio con voz cansada.

Parecia llevar demasiado tiempo alli sentada y le recordo a un objeto expuesto en la vitrina de un museo al que habian olvidado quitar el polvo. Su cara tenia una palidez de interior, y su cabello castano sin forma caia alrededor del rostro y de los hombros como una cortina que se ha soltado de una de las anillas.

Arriba del mostrador de recepcion del servicio de urgencias del Royal Sussex County Hospital habia una gran pantalla de LCD con letras amarillas sobre fondo negro que ahora rezaba: «TIEMPO DE ESPERA: 3 HORAS».

Estudio el formulario detenidamente. Se solicitaba un nombre, una direccion, una fecha de nacimiento y una persona de contacto. Tambien habia un espacio para alergias.

– ?Algun problema? -pregunto la mujer.

El levanto la mano hinchada.

– Me cuesta escribir -dijo.

– ?Quiere que lo rellene por usted?

– Puedo arreglarmelas.

Luego, apoyandose en el mostrador, se quedo mirando el formulario unos momentos, su cerebro, embotado por el dolor, no funcionaba demasiado bien. Intentaba pensar deprisa, pero sus pensamientos no surgian en la secuencia correcta. De repente, se sintio un poco mareado.

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