– Seria un placer para mi.

– Bueno, en tal caso, me gustaria que lo hicieses.

La deje en los dormitorios de chicas, y quedamos citados para el siguiente sabado.

Me esperaba en la esquina cuando llegue a recogerla, vistiendo un sueter amarillo de cachemira, una falda escocesa negra y amarilla, calcetines altos negros y mocasines. Me dejo abrirle la puerta. Y, en el mismo momento en que mi mano toco el volante, la de ella estuvo encima, calida y firme.

Comimos en una de esas pizzerias-cervecerias, ruidosas y llenas de humo, que se encuentran junto a todo campus universitario. Colocados en una mesa de un rincon, vimos en la tele dibujos del Correcaminos, comimos y bebimos, y nos sonreimos el uno a otro.

Yo no podia apartar la vista de ella, queria saber mas acerca de ella, deseaba forjar una intimidad instantanea, imposible. Me fue dando bocaditos de informacion sobre si misma: que tenia veintiun anos, que habia crecido en la Costa Este, que se habia graduado en una pequena escuela superior femenina, que se habia venido al Oeste para graduarse. Luego desvio la conversacion hacia asuntos academicos.

Recordando las insinuaciones de los otros alumnos, le pregunte acerca de su relacion con Kruse. Me dijo que el era su asesor de Facultad, e hizo que eso sonase a poco importante. Cuando le pregunte como era el, me contesto que dinamico y creativo, y luego cambio de tema, otra vez.

Lo deje correr, pero sin dejar de sentir curiosidad. Tras aquella clase tan desagradable, habia hecho mis averiguaciones acerca de Kruse, me habia enterado que era uno de los asociados clinicos, un recien llegado, que ya se habia ganado una cierta reputacion por ir siempre detras de las faldas y buscando ser el centro de la atencion.

No era el tipo de mentor que yo hubiera considerado adecuado para alguien como Sharon. Aunque la verdad era, ?que sabia yo acerca de Sharon? ?Y que era lo adecuado para ella?

Trate de enterarme de mas cosas acerca de ella. Se escapo agilmente a mis preguntas, desviando continuamente el tema de la conversacion hacia mi.

Experimente una cierta frustracion, y por un instante comprendi la ira de los otros estudiantes. Luego recorde que acababamos de conocernos: yo estaba siendo demasiado impulsivo, esperando mucho, demasiado pronto. Su comportamiento sugeria una procedencia de una familia de viejos ricos, y un ambiente protegido, conservador. Precisamente el tipo de crianza que habria hecho hincapie en los peligros de una intimidad inmediata.

Y, sin embargo, estaba la cuestion de que su mano acariciase la mia, del claro afecto que habia en su sonrisa. No estaba haciendose la estrecha.

Hablamos de psicologia. Ella se sabia muy bien lo que le habian ensenado, pero no dejaba de aceptar la superioridad de mis conocimientos. Yo notaba en Sharon una autentica profundidad, bajo aquel exterior de Suzy Requeson. Y algo mas: un talante placentero. Una amabilidad de gran dama, que me cazo por agradable sorpresa, en aquella epoca de habitual e insultante ira femenina, disfrazada de liberacion.

Mi diploma decia que yo era un medico de la mente, un sabio a la edad de veinticuatro anos, gran arbitro de las relaciones humanas. Pero las relaciones humanas aun me asustaban. Las mujeres aun me asustaban. Desde la adolescencia me habia sumergido en un regimen de estudio, trabajo, mas estudio…, tratando de sacarme a mi mismo del purgatorio proletario, y esperando que el factor humano se solucionase para mi, al mismo tiempo que mis objetivos de carrera. Pero nuevos objetivos estaban apareciendo continuamente y, a los veinticuatro, aun seguia en ello, con una vida social limitada a encuentros casuales y a un obligado sexo calistenico.

Mi ultima cita habia sido hacia mas de dos meses… Una breve y mala aventura con una hermosa rubia de Kansas, interna en neonatologia, que me habia pedido una cita, mientras nos encontrabamos en la cola de la cafeteria del Hospital. Tambien habia sido ella quien habia sugerido el restaurante, luego pagado su parte de la comida, invitado a si misma a mi apartamento, espatarrada de inmediato en el sofa, tomando una pastilla de tranquilizante, y puesto de mal humor cuando yo me habia negado a tomarme otra. Un momento despues, el enfado ya estaba olvidado, y ella estaba en pelota picada, sonriendo y senalandome a su entrepierna.

– Esto es Los Angeles, amigo. Come cono.

Dos meses.

Y ahora, aqui estaba yo, sentado frente a una recatada belleza que me hacia sentirme un Einstein y se limpiaba la boca, aun a pesar de tenerla limpia. Yo bebia sus vientos. A la luz de las velas colocadas sobre botellas de Chianti de aquella pizzeria, todo lo que ella hacia me parecia especial: rechazar la cerveza prefiriendo una Seven Up; reirse como una cria de las desventuras del Coyote en los dibujos animados; enrollar hilos de queso fundido en su dedo, antes de meterselos entre sus perfectos dientes blancos.

Un centelleo de lengua rosada.

Construi un pasado para ella, uno que olia a las sensibilidades propias de una rica familia de blancos protestantes y anglosajones: mansiones de verano, cotillones, bailes de puesta de largo, cacerias de zorros. Docenas de pretendientes…

El cientifico que habia en mi corto las fantasias en su raiz: eran absolutas conjeturas, memeces. Ella te ha dejado espacios vacios, y tu los estas llenando con fantasias desquiciadas.

Hice otra intentona por averiguar quien era. Me contesto sin decirme nada, y me puso de nuevo a hablar de mi.

Me rendi a las faciles sensaciones de autocomplacencia de la propia biografia. Ella lo hacia facil: era una oyente de primera, con su barbilla apoyada en sus nudillos, mirandome con esos enormes ojos azules, dejando bien claro que cada palabra que yo pronunciaba era monumentalmente importante. Jugueteando con mis dedos, riendo mis chistes, moviendo su cabello con golpes de la cabeza, de modo que le diera la luz a sus pendientes.

En ese momento en el tiempo, yo era un don que Dios le habia hecho a Sharon Ransom. Y eso me hacia sentir mejor que cualquier otra cosa de la que tuviese recuerdo.

Sin necesidad de todo eso, su sola belleza ya me hubiera hecho picar. Aun en aquel vocinglero local, atestado de lujuriosos cuerpos jovenes y rostros que le habrian partido el corazon a mas de uno, la belleza de ella era como un iman. Me parecia obvio que cada hombre que pasaba se inclinaba y la acariciaba visualmente, mientras que las mujeres la valoraban con feroz agudeza. Ella permanecia ajena a todo ello, centrada en mi.

Me oi abrirme, hablarle de cosas en las que no habia pensado desde hacia anos.

Cualesquiera problemas con los que ella se hallase, los solucionaria como terapeuta.

Desde el principio la desee fisicamente, con una intensidad que me estremecia. Pero algo en ella, una fragilidad que yo apreciaba o imaginaba, me hacia contenerme.

Durante media docena de citas todo siguio casto y puro: manitas y besitos de despedida, un inspirar profundamente aquel ligero y fresco perfume. Y yo volvia a casa empalmado, pero extranamente contento, subsistiendo de recuerdos.

Mientras nos dirigiamos hacia su dormitorio, tras la septima velada juntos, ella me dijo:

– No me dejes aun, Alex. Gira esa esquina.

Me dirigio a una oscura calle lateral, llena de sombras, adyacente a uno de los campos de deportes. Se inclino, apago el motor, se quito los zapatos, y paso, por encima el respaldo del asiento, a la parte trasera del Rambler.

– Ven -me dijo.

La segui atras, alegrandome de haber limpiado el coche. Me sente junto a ella, la tome en mis brazos, la bese en los labios, los ojos, el dulce punto bajo su cuello. Ella se estremecio, tuvo un respingo. Toque su pecho y note tamborilear a su corazon. Nos besamos mas veces, con mayor profundidad, mas largamente. Le puse la mano en la rodilla. Ella se estremecio y me lanzo una mirada que me parecio de temor. Alce la mano y ella la volvio a colocar, entre sus rodillas, apretandola en un suave y calido cepo. Luego abrio las piernas y yo me lance a explorar, recorriendo las columnas de blanco marmol. Ella estaba abierta de piernas, habia echado la cabeza hacia atras tenia los ojos cerrados, estaba respirando por la boca. No llevaba ropa interior. Le subi las faldas y vi un generoso triangulo, tan suave y negro como la piel de la marta cibelina.

– ?Oh, Dios! -dije, y comence a darle placer.

Ella me mantuvo alejado con una mano y asio la cremallera de mi bragueta con la otra. En un segundo estuve

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