libre y apuntando a lo alto.

– Ven a mi -dijo.

La obedeci.

7

Con Milo fuera de la ciudad, mi unico otro contacto policial era con Delano Hardy, un atildado detective negro, que a veces trabajaba con Milo. Hacia algunos anos, Delano me habia salvado la vida. Yo le habia comprado una guitarra: una Fender Stratocaster clasica, que Robin habia restaurado. Estaba claro quien estaba en deuda con quien, pero de todos modos le llame.

El recepcionista de la Comisaria del Oeste de L.A. me dijo que el detective Hardy no volveria hasta la manana siguiente. Me pregunte si llamarlo a casa, pero sabia que era un hombre muy de familia, siempre tratando de aranar un poco de tiempo que dedicar a sus hijos, asi que le deje un mensaje para que me llamase.

Entonces pense en alguien al que no le molestaria que lo llamase a casa. Ned Biondi era uno de esos periodistas que vivia para las historias que publicaba. Cuando yo lo habia conocido, era un reportero de local, pero habia ido progresando hasta llegar al cargo ejecutivo de subdirector, aunque aun conseguia meter un articulo en el periodico, de vez en cuando.

Ned estaba en deuda conmigo. Yo habia ayudado a revertir el descenso de su hija hasta casi la muerte por anorexia. Le habia costado un ano y medio el pagarme, luego habia anadido a su deuda personal el haberse aprovechado de un par de noticiones que yo habia dejado caer en su regazo.

Justo despues de las nueve de la noche lo encontre en su casa de Woodland Hills.

– Iba a llamarte, Doc.

– ?Si?

– Si, acabo de regresar de Boston. Anne-Marie te envia su carino.

– ?Que tal le va?

– Aun sigue mas delgada de lo que nos gustaria, pero por lo demas esta de maravilla. Este otono ha empezado sus estudios de asistenta social, tiene un trabajo a tiempo parcial, y se ha encontrado un nuevo noviete para sustituir al bastardo que la dejo tirada.

– Dale recuerdos mios.

– Lo hare. ?Que pasa?

– Queria preguntarte algo sobre un articulo que hay en la ultima edicion de hoy. El suicidio de una psicologa, en la pagina…

– Veinte. ?Que pasa con eso?

– Yo conocia a esa mujer, Ned.

– ?Oh, vaya! Mala suerte.

– ?Hay algo mas que lo que habeis publicado?

– No hay razon para que lo haya. No era exactamente lo que se dice un noticion. De hecho, creo que nos llego por telefono, de Relaciones Publicas de la policia; nadie fue al lugar de los hechos. ?Hay algo que tu sepas y yo debiese saber?

– Nada en absoluto. ?Quien es Maura Bannon?

– Es una cria…, una estudiante en practicas. De hecho, es amiga de Anne-Marie. Esta haciendo un semestre de trabajo de practicas de sus estudios: un poco aqui, un poco alli. Ella fue la que se empeno en que se publicase esa nota. Es aun una nena inocente, y penso que eso de que una comeco… psicologa se suicidase era una noticia interesante. Aquellos de nosotros que estamos mas familiarizados con el mundo real nos sentimos menos emocionados, pero le dejamos meterlo en el ordenador, para que se callase… y al final resulta que lo usan en la Seccion Primera como relleno. La chavala esta que no cabe en sus zapatos. ?Quieres que te llame?

– Si tiene algo que contarme…

– Dudo que lo tenga. -Una pausa-. Doc, la dama en cuestion… ?la conocias bien?

Mi mentira fue un puro reflejo:

– Realmente no. Pero fue un shock, eso de ver el nombre de alguien que conocia.

– Debe de haberlo sido -dijo Ned, pero su tono se habia tornado cauteloso-. Supongo que primero llamaste a Sturgis.

– Esta fuera de la ciudad.

– Aja. Escucha, Doc, no quiero parecer insensible, pero si hay algo acerca de esa dama que pudiera darle garra a esa historia, no me molestaria escucharlo.

– No hay nada, Ned.

– Vale. Perdona que fisgonee… es la fuerza de la costumbre.

– Tranquilo, lo entiendo. A ver si nos vemos pronto, Ned.

A las once treinta di un paseo por la oscuridad, en direccion a Mulholland, escuchando a las cigarras y los pajaros nocturnos. Cuando regrese a casa una hora mas tarde, el telefono estaba sonando.

– Digame.

– Doctor Delaware, soy Yvette, a su servicio. Me alegra haber podido ponerme en contacto con usted. Hace veinte minutos llego una llamada para usted de su esposa, desde el norte, en San Luis Obispo. Me dejo un mensaje, y deseaba asegurarse de que usted lo recibia.

Su esposa. Era como si te abofeteasen en una quemadura del sol. Llevaban anos cometiendo el mismo error. Solo que en otro tiempo habia resultado divertido.

– ?Cual es el mensaje?

– Que esta de viaje y va a ser dificil ponerse en contacto con ella. Que se pondra en contacto con usted cuando le sea posible.

– ?Ha dejado algun numero?

– No, no lo ha hecho. Doctor Delaware, suena usted cansado. ?Ha estado trabajando demasiado?

– Algo asi.

– Cuidese, doctor Delaware.

– Lo mismo le digo.

De viaje. Dificil ponerse en contacto. Deberia haberme sentido dolido, pero no lo estaba: me sentia descansado, liberado de un peso.

Desde el sabado, apenas si habia pensado en Robin. Habia llenado mi mente con Sharon.

Me sentia como un adultero, avergonzado pero encantado.

Me arrastre a la cama y me quede dormido, abrazado a mi mismo. A las dos cuarenta y cinco de la madrugada me desperte, nervioso y picajoso. Tras ponerme algo de ropa baje al aparcamiento y puse en marcha el Seville. Conduje hacia el sur, en direccion a Sunset, luego al este por Beverly Hills y Boystown, hacia el extremo oeste de Hollywood y Nichols Canyon.

En esta hora, incluso el Strip estaba muerto. Tenia las ventanillas abiertas, dejando que el hiriente fresco me mordisquease el rostro. En Fairfax gire hacia la izquierda y viaje hacia el norte, doblando en direccion a Hollywood Boulevard.

Si mencionas el Boulevard, a la mayoria de gente le viene, inevitablemente, una de dos imagenes: o los buenos viejos tiempos del Teatro Chino de Grauman y el Paseo de las Estrellas, con sus estrenos mundiales de etiqueta, las noches iluminadas por los neones. O la calle tal cual es ahora: sucia y violenta, prometiendo violencia sin motivo.

Pero al oeste de este escenario, justo despues de pasar La Brea, Hollywood Boulevard muestra otra cara: un par de kilometros de barrio residencial, en una calle arbolada, con edificios de pisos decentemente conservados, viejas y senoriales iglesias, y casas de dos plantas apenas si maltratadas por el tiempo, que se alzan sobre bien cuidados cespedes. Mirando desde lo alto esta mancha de barrio de clase media se halla una seccion de la Cordillera de Santa Monica que atraviesa ondulante Los Angeles, como si fuese una espina dorsal deforme. En esta parte de Hollywood las montanas parecen adelantarse amenazadoras, presionando contra la fragil dermis de la civilizacion.

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