– ?Problemas en casa?

Me contesto muy rapidamente:

– ?Oh, no! Lo habitual…

– Eso no me explica nada -le dije-. No se lo que es lo habitual, porque nunca me hablas de tu familia.

Un suave beso, un encogerse de hombros.

– Es una familia como cualquier otra.

– Dejame imaginarlo: quieren devolverte a la civilizacion, para poder arreglar tu boda con uno de los buenos partidos locales.

Ella se echo a reir, me volvio a besar.

– ?Con un buen partido? Lo dudo.

Le puse el brazo alrededor de la cintura, le di un beso.

– Oh, si… ya puedo verlo: dentro de unas semanas cogere el periodico y vere tu foto en las paginas de sociedad, y dira que te has comprometido con uno de esos tipos que tienen apellidos compuestos y hacen carrera como banqueros inversionistas.

Eso la hizo lanzar una risita.

– No creo que pase eso, carino.

– ?Y por que no?

– Porque mi corazon te pertenece.

Tome su rostro en mis manos, la mire a los ojos.

– ?De veras, Sharon?

– Naturalmente, Alex. ?Que crees?

– Creo que, despues de todo este tiempo, no te conozco muy bien.

– Me conoces mejor que nadie.

– Y eso sigue siendo poco.

Ella se tironeo la oreja.

– Realmente, eres lo que mas me interesa, Alex.

– Entonces, vente a vivir conmigo cuando regresemos -le dije-. Me hare con un sitio mejor, mayor.

Ella me beso, tan intensamente, que me crei que aceptaba. Luego se aparto y me dijo:

– No es tan simple.

– ?Por que no?

– Porque las cosas son… mas complicadas. Por favor, no hablemos de esto ahora.

– De acuerdo -le dije-. Pero consideralo.

Ella me lamio la parte de debajo de la barbilla, y anadio:

– Nam. Considera tu esto.

Empezamos a morrearnos. La aprete contra mi, me hundi en su cabello, en su carne. Era como bucear en una tina de nata dulce.

Le desabroche la blusa, y le dije:

– De veras que voy a echarte en falta. Ya te echo ahora mismo.

– ?Que bonito es lo que dices! -afirmo-. Nos lo pasaremos bien en septiembre.

Entonces, comenzo a bajarme la cremallera de la bragueta.

A las diez cuarenta, fui en busca de la vendedora de fincas. El suave verano habia empezado, finalmente, a marchitarse, dejando paso a temperaturas mas altas y a un aire que olia como salido de un horno. Pero Nichols Canyon aun tenia un aspecto fresco: banado por el sol, lleno de sonidos campestres. Era dificil pensar que Hollywood, con los sempiternos buscadores de dinero y los cazadores de famosos, se hallase a pocos metros de distancia.

Cuando llegue a la casa, la puerta de malla metalica estaba abierta. Subiendo con el Seville hasta la casa, lo aparque junto a un gran Fleetwood Brougham, color borgona, con tapacubos de alambres, una antena de telefono en la parte de atras y una matricula que indicaba SELHOUS, una contraccion de «vendo casas».

Una morena alta salio del coche. A mediados de los cuarenta, con el cuerpo firme por la practica del aerobic, y de buen tipo en sus tejanos descoloridos con acido, botas de tacon alto, y una especie de blusa de escote cuadrado, en ante negro, decorada con lentejuelas. Llevaba un bolso de piel de serpiente y se adornaba con bisuteria de diseno: piezas grandes de cristal y onice y unas gafas de sol hexagonales, de cristales tenidos en azul.

– ?Doctor? Soy Mickey -una amplia sonrisa se extendio automaticamente bajo las gafas de sol.

– Alex Delaware.

– ?Doctor Delaware?

– Si.

Se subio las gafas hasta la frente, estudio la capa de suciedad que cubria mi Seville, luego mis ropas…, pana vieja, camisa de trabajo destenida, sandalias.

Estaba haciendome mentalmente un informe a lo Dun and Bradstreet: Dice que es un doctor, pero esta ciudad esta llena de artistas del timo. Conduce un Caddy, pero de hace ocho anos. ?Otro que quiere vivir mejor de lo que puede? ?O alguien que tuvo y no retuvo?

– Hermoso dia -dijo, con una mano en la manija de la puerta, aun escrutandome, aun desconfiada. El encontrarse con desconocidos en lo alto de las colinas debia ser algo intranquilizante para una mujer.

Sonrei, trate de parecer inofensivo y le conteste:

– Hermoso. -Y mire a la casa. A la luz del dia, la sensacion de familiaridad se hacia mas fuerte. Mi pedacito personal de ciudad fantasma. Estremecedor.

Ella confundio mi silenciosa contemplacion con una sensacion de disgusto, y se apresuro a decir:

– Desde dentro hay una vista fabulosa. Realmente es excepcional, una maravilla… creo que fue disenada por uno de los estudiantes de Neutra.

– Interesante.

– Acaba de ser puesta a la venta, doctor. Ni siquiera hemos publicado aun anuncios… de hecho, ?como lo supo usted?

– Siempre me ha gustado el Nichols Canyon -le conteste-. Y un amigo que vive aqui cerca me dijo que esta casa quedaba libre.

– ?Oh! Perdone, pero… ?en que es usted doctor?

– Psicologia.

– ?Y se ha tomado el dia libre?

– Medio dia. No es muy frecuente que pueda hacerlo.

Mire el reloj y trate de parecer preocupado por la hora. Eso parecio tranquilizarla. Reaparecio su sonrisa.

– Mi sobrina quiere ser psicologa. Es una chica muy lista.

– Maravilloso. Que tenga suerte.

– ?Oh!, yo creo que la suerte nos la hacemos nosotros, ?no le parece, doctor?

Saco llaves de su bolso y fuimos hacia la puerta delantera. Daba a un pequeno patio: unas pocas plantas en macetas, campanillas de cristal que el viento hacia tintinear y cuyo sonido yo recordaba, que colgaban sobre el dintel, silentes en aquel aire caliente y quieto.

Entramos y ella inicio su charla de ventas, una perorata muy bien ensayada.

Yo hice ver que la escuchaba, asenti y dije «ya» o «claro» en los momentos adecuados, y me obligue a seguirla en lugar de ir yo por delante, pues conocia la casa mejor que ella.

El interior hedia a liquido limpiamoquetas y ambientador de pino. Todo deslumbrantemente limpio, expurgado de muerte y desorden. Pero a mi me parecia triston y sobrecogedor, como un museo del terror.

La parte delantera de la casa era una unica zona abierta, que reunia sala de estar, comedor, estudio y cocina. La cocina era un autentico crimen decorativo: armarios color verde aguacate, sobre de las mesas en formica color coral, de bordes redondeados, y una repisa mesa de desayuno metida en un rincon. El mobiliario era de madera rubia, telas sinteticas en colores pastel y patas delgadas de hierro negro…, el tipo de cosas puestas de moda por la jet-set de postguerra que siempre parecen estar preparandose para despegar y salir volando. Las paredes, en yeso de superficie irregular y color marron claro estaban decoradas con retratos de arlequines y serenos paisajes.

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