Nichols Canyon empieza a un par de manzanas al este de Fairfax, un carril y medio de serpenteante asfalto, que surge del lado norte del Boulevard y corre paralelo a un torrente, seco en verano. Pequenas casas rusticas se alzan detras del torrente, ocultas por masas de matorrales, accesibles unicamente gracias a pequenos puentes artesanos. Pase junto a una estacion terminal del Departamento de Agua y Energia, iluminada por altas lamparas de arco que lanzaban una cegadora luz brillante. Justo detras de esa central se hallaba un terreno baldio de control de inundaciones, limitado por una cadena, y luego casas mas grandes, distribuidas separadamente en un terreno mas llano.
Algo salvaje y rapido cruzo corriendo el camino y se zambullo en los matorrales. ?Un coyote? En los viejos tiempos, Sharon me habia dicho que los habia visto, aunque yo nunca me habia encontrado con ninguno.
Los viejos tiempos.
?Que infiernos esperaba yo ganar al inhumarlos? ?Al pasar en coche frente a su casa, como un quinceanero enamorado, que confia en poder divisar a su amada?
Estupido. Neurotico.
Pero yo ansiaba hallar algo tangible, algo que me confirmase el que alguna vez ella habia sido real. Que yo era real. Segui adelante.
Nichols giraba hacia la derecha. La ruta se convertia en Jalmia Drive y era comprimida a un solo carril, aun mas oscura bajo la boveda de arboles. El camino se inclinaba, luego se hundia y, finalmente, acababa sin previo aviso en una pared sin salida, tapizada de bambu y en la que se abrian varios senderos para coche muy inclinados. El que yo andaba buscando estaba senalado por un buzon blanco sobre una estaca y una puerta de tela metalica, tambien blanca, que colgaba un poco de sus postes.
Me puse a un lado, aparque, pare el motor y sali. Aire frio. Sonidos nocturnos. La puerta era poco resistente y estaba abierta, seguia siendo tan poca cosa como barrera como lo habia sido hacia unos anos. Alzandola, para evitar que rozase contra el cemento, mire en derredor y no vi a nadie. Abri la puerta y pase dentro. Cerrandola tras de mi, empece a subir.
A ambos lados del sendero habia plantadas palmeras, yucas, aves del Paraiso, y un platanero gigante. Las clasicas plantas de jardineria decorativa de los anos cincuenta en California. Nada habia cambiado.
Subi, sin que nadie me molestase, sorprendido por la ausencia de toda presencia policial. Oficialmente, el Departamento de Policia de Los Angeles trataba los suicidios como si fuesen homicidios, y la burocracia departamental se movia a paso de tortuga. Tan pronto despues de la muerte, el dossier debia de seguir abierto, y el papeleo apenas si comenzado.
Deberia de haber carteles de advertencia, una cuerda limitando la escena del crimen, algun tipo de senal.
Nada.
Entonces escuche un sonido de encendido y el rugido de un motor de coche de gran potencia. Que se hacia mas fuerte. Me cole por debajo de una de las palmeras y me oculte entre la vegetacion.
Un Porsche Carrera blanco aparecio dando la vuelta a la parte superior del sendero y rodo silenciosamente, bajando en punto muerto, con los faros apagados. El coche paso a pocos centimetros de mi y pude ver la cara del conductor: cincelada a golpes de hacha, cuarentona, con ojos que eran rendijas y una piel extranamente moteada. Un ancho bigote negro extendiendose por sobre labios delgados, formando un fuerte contraste con un cabello blanco como la nieve y espesas cejas igualmente blancas.
Un rostro que no era facil de olvidar.
Cyril Trapp. El
Durante el pasado ano, Trapp habia hecho todo lo posible para quemar a Milo…, porque un polizonte gay era de lo mas irregular que pudiera hallarse. De mente cerril, pero no estupido, Trapp habia llevado a cabo su persecucion de manera sutil evitando algo que pudiera ser tomado como un claro hostigamiento al homosexual. Asi, habia decidido nombrar a Milo «especialista en crimenes sexuales» y asignarle todo asesinato de homosexuales que se daba en la jurisdiccion Oeste de Los Angeles. Y eso era todo lo que le encomendaba, exclusivamente.
Aquello habia aislado a mi amigo, le habia estrechado los confines de su vida, y lo habia hundido en un bano de sangre y entranas: ninos prostituidos, destruidos y destructores. Cadaveres que se descomponian porque los conductores de la funeraria no aparecian a recogerlos, por miedo a coger el sida.
Cuando Milo se habia quejado, Trapp habia insistido en que, simplemente, estaba utilizando el conocimiento especializado de Milo en «la cultura de los desviados». La segunda queja origino una mala notacion, por insubordinacion, en su expediente.
El seguir con la queja hubiera representado presentarse ante consejos de revision y contratar a un abogado… y la Asociacion Benefica de la Policia no era muy probable que le ayudase en un caso como el suyo. Y tambien hubiese causado una incesante atencion de la prensa, que habria convertido a Milo en el Policia Paladin de los Gays. Y eso era algo para lo que el no estaba preparado… probablemente nunca lo estaria. Asi que seguia remando en la mierda, trabajando de modo compulsivo y volviendo a caer en la bebida.
El Porsche desaparecio sendero abajo, pero aun podia escuchar su motor pulsando en punto muerto. Luego el chirrido de una puerta de coche, pisadas de suela blanda, el chirrido de la puerta de la propiedad. Finalmente, Trapp se marcho… tan silenciosamente que supe que seguia conduciendo en punto muerto.
Espere unos, minutos y sali de entre el follaje, pensando en lo que habia visto.
?Un capitan comprobando un suicidio rutinario? ?Un capitan del Oeste de Los Angeles metiendose en un suicidio de la Division de Hollywood? Aquello no tenia ningun sentido.
?O era la visita algo personal? El uso del Porsche en lugar de un coche de la Policia sin distintivos parecia indicarlo.
?Trapp y Sharon relacionados? Era demasiado ridiculo, si quiera para pensarlo.
Demasiado logico para descartarlo.
Reanude mi caminata, subi hasta la casa, y trate de no pensar en ello.
Nada habia cambiado: las mismas altas extensiones de hiedra. Tan altas que englobaban el edificio. La misma superficie circular de cemento, en lugar de cesped. En el centro de la superficie, un parterre circular alzado, limitado por rocas de lava y albergando un par de enormes palmeras cocoteras.
Mas alla de las palmeras una casa baja, de una sola planta: estucada en gris, la parte delantera sin ventanas y plana, escudada por una fachada de tiras verticales de madera, y marcada con el numero de la calle, de gran tamano. El techo casi era plano y estaba cubierto de piedrecitas blancas. A un lado habia un garaje, separado. No habia coche ni signos de que hubiera nadie en la casa.
A primera vista, era una casa fea. Una de esas edificaciones «modernas», que se habian extendido por Los Angeles de postguerra, y que han soportado mal el paso del tiempo. Pero yo sabia que, dentro, habia belleza. Una piscina de formas irregulares, acabada en un abismo, que se pegaba al lado norte de la casa y daba la ilusion de fundirse con el espacio. Paredes de cristal que permitian una ininterrumpida vision del canon que quitaba el aliento.
La casa me habia causado una gran impresion, aunque no me habia dado cuenta de ello hasta anos mas tarde, cuando llego el momento de comprarme una casa propia y me encontre decantandome por una ecologia similar: remota en lo alto de una colina, cristal y madera, la fusion de lo interior y lo exterior y la impermanencia geologica que caracterizan el vivir en los canones de Los Angeles.
La puerta delantera no era muy visible: simplemente otra seccion en la fachada de tiras. Probe de abrirla. Estaba cerrada. Mire de nuevo en derredor y me fije en algo que era diferente: un cartel atado al tronco de una de las palmeras.
Me acerque a contemplarlo mejor y force la vista: habia justo la suficiente luz de las estrellas como para poder diferenciar las letras:
EN VENTA
Lo habia puesto una compania inmobiliaria con una oficina en North Vermont, en el distrito de Los Feliz. Debajo habia otro cartel, mas pequeno. El nombre y el numero de telefono de la persona encargada de la venta: