parejas con disfunciones sexuales, pseudodocumentales con una advertencia al principio, y un tipo con una voz que se parece a la de Orson Welles haciendo una narracion en «off», mientras la camara rueda. Ademas, Kruse empleaba actores y actrices. Profesionales. Nunca vi a un estudiante en ninguna de sus peliculas.

– Pudo haber peliculas que tu no vieses.

– Estoy seguro de que las habia. Pero, ?tienes alguna prueba de que el la filmase a ella?

– No, solo es una corazonada.

– ?Y que es lo que sabes de esa pelicula, ademas de que ella actuaba?

– Se supone que era una de esas historias de seduccion del doctor por la paciente. La persona que me la ha descrito tampoco la ha visto, y ahora la pelicula ha desaparecido.

– Asi que, basicamente, de lo que me estas hablando es de una informacion de tercera mano…, de la vieja radio macuto. Y ya sabes como va mejorando la version, cada vez que se cuenta. Quiza ni siquiera era ella.

– Quiza.

Pausa.

– ?Quieres tratar de averiguarlo?

– ?Y como?

– Puede que yo consiga hacerme con una copia. Mis viejos contactos del proyecto de investigacion.

– No se -dude.

– Claro -dijo-. Seria un tanto morbido… Olvida que lo mencione. ?Ostras, se me acaba de encender la lucecita! Tengo a un paciente esperandome en la salita. ?Tienes algo mas en mente?

Luche con mis sentimientos. Curiosidad… no, Delaware dilo tal cual es: voyeurismo… esto, enzarzado en mortal combate con el miedo de enterarme de verdades aun mas repugnantes.

Pero le dije:

– Mira a ver si te puedes hacer con la pelicula.

– ?Estas seguro?

No lo estaba, pero me escuche a mi mismo diciendo que si.

– De acuerdo -me contesto-. Me pondre en contacto contigo tan pronto como sepa algo.

La conversacion del dia anterior con Robin…, mi irritabilidad, el modo en que las cosas habian resultado, aun seguia carcomiendome la mente. A las cuatro la llame. Me contesto la ultima persona con la que deseaba hablar.

– ?Si?

– Soy yo, Rosalie.

– No esta aqui.

– ?A que hora esperas que regrese?

– No lo ha dicho.

– De acuerdo. ?Me harias el favor de decirle…?

– No voy a decirle nada. ?Por que no lo dejas correr? Ella no quiere estar contigo. ?Es que no resulta claro de ver?

– Lo sera cuando me lo diga ella, Rosalie.

– Escucha. Se que se supone que eres muy listo y todo eso, pero no lo eres tanto como te imaginas. Tu y ella os creeis que ya sois creciditos, os pensais que lo sabeis todo, que no necesitais consejos de nadie. Pero ella sigue siendo mi nina, y no me gusta que la gente la presione.

– ?Te crees que yo la presiono?

– Cuando a uno le molesta que le digan algo… Ayer, despues de que hablo contigo, estuvo mohina todo el resto del dia, del mismo modo en que se ponia cuando era una nina y no lograba hacer lo que le venia en gana. Gracias a Dios la llamaron unos amigos, asi que quiza finalmente pueda pasarselo bien. Es una buena chica, y no tiene por que pasar esos malos tragos. Asi que… ?por que no la olvidas?

– No voy a olvidar nada: la amo.

– Mamarrachadas. Palabreria.

Rechine los dientes.

– Tu dale mi recado, Rosalie.

– Haz tu mismo tu trabajo sucio.

Blam, telefono colgado.

Me quede quieto, tieso de rabia, sintiendome aislado e inerme. Y me fui enfadando con Robin, por dejarse proteger como una nina.

Luego me calme y me di cuenta de que Robin no tenia ni idea de que la estaban protegiendo, no tenia motivo alguno de esperar que su madre la fuera a proteger. Ellas dos nunca habian tenido una relacion muy estrecha. Papi se habia ocupado de ello. Ahora, Rosalie estaba tratando de reafirmar sus derechos maternos.

Senti pena por Rosalie, pero eso solo calmo en parte mi ira. Y aun seguia queriendo hablar con Robin, para ver de solucionar la situacion. ?Por que demonios estaba resultando ser tan dificil?

El telefono no era el medio adecuado para hacer aquello. Necesitabamos estar un tiempo a solas, el ambiente adecuado.

Llame a dos companias aereas para informarme sobre los horarios de vuelo a San Luis. En ambas, unos mensajes grabados me pidieron que esperara. Cuando sono el timbre de la puerta, colgue.

Sono de nuevo. Fui a la puerta y observe por la mirilla: vi un rostro conocido, ancho, grande y como nudoso, de un aspecto casi juvenil, a excepcion de los orificios del acne, que cubrian las mejillas. Un aspero cabello negro, ya algo canoso, muy cortado, en un estilo pasado de moda, junto a las orejas y dejado largo en la parte alta, con una onda a lo Kennedy que le caia sobre una baja y cuadrada frente y unas patillas que llegaban a la parte baja de los carnosos lobulos de las orejas. Una gran nariz, de puente muy alto, un par de ojos asombrosamente verdes bajo peludas cejas negras. Una piel palida, ahora lacada por el brillante rosa de la quemadura del sol, con la nariz roja y empezando a pelarse. Y la totalidad de ese feo rostro, haciendo una mueca de disgusto.

Abri la puerta.

– ?Cuatro dias antes, Milo? ?Sentias nostalgia de la civilizacion?

– Pescado -me dijo, ignorando la pregunta y alzando una nevera metalica portatil. Me miro-. Tienes un aspecto espantoso.

– Oye, gracias. Pues tu, pareces un yogur de fresa. Y batido de abajo arriba.

Hizo una mueca.

– Me pica por todas partes. Toma, cogelo. Tengo que rascarme.

Me paso la nevera. El peso me hizo dar un paso hacia atras. La lleve al interior de la casa, y la coloque en un mostrador de la cocina. El me siguio y se desplomo en una silla, estirando sus largas piernas y pasandose las manos por la cara, como si se la lavase sin agua.

– Bueno -dijo abriendo los brazos-. ?Que te parece? Igualito que el modelo de una de esas revistas de caza y pesca, ?no?

Llevaba puesta una camisa a cuadros rojos y negros, pantalones color caqui, abombados en los tobillos, unas botas altas de lazos y suela de goma, y un chaleco caqui de pescador con una docena de compartimentos cerrados por cremalleras. De uno de los bolsillos colgaban cebos para trucha. Del cinto le pendia un cuchillo de pesca metido en una funda. Habia ganado peso: debia andar cerca de los noventa y cinco kilos… y la camisa le venia estrecha, con los botones tirantes.

– Asombroso -comente.

Gruno y se aflojo los cordones de las botas.

– Rick -me dijo-. Me obligo a ir de compras, insistio en que teniamos que ir mas machos que nadie.

– ?Y lo lograsteis?

– Oh, si. Ibamos vestidos tan a lo duro, que les dimos un susto de muerte a los peces. Los muy mamoncillos saltaban del rio directos a nuestra sarten, llevando ya una rodaja de limon en la boca.

Rei.

– ?Hey! -exclamo-. ?El tipo aun se acuerda de como se rie uno! ?Que pasa, amigo, quien se ha muerto?

Antes de que le pudiera contestar, ya estaba de pie, abriendo la nevera portatil y sacando de ella dos grandes

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