todo ello con el mismo acabado en ebano. Por encima de nosotros, un techo plano de corcho negro. Abajo, suelos enmoquetados en negro. La unica luz provenia de unas lamparas de lectura, con pantallas de color verde, que habia sobre las mesas. Oi el zumbido del aire acondicionado. Vi rociadores contra incendios en el techo, alarmas de humos. Un gran barometro en una pared.

Sin lugar a dudas, una habitacion destinada a albergar tesoros.

– Gracias, Rosa -dijo una nasal voz masculina desde el otro lado de la habitacion. Force la vista y vi unas siluetas humanas: un hombre y una mujer, sentados lado a lado, en una de las mesas mas lejanas.

La criada hizo una reverencia, se dio la vuelta, y se marcho contoneandose.

– La pequena Rosita Ramos… alla en los sesenta era todo un talento… Las Mamas del Supermercado, Chicas del Ginza, Elija una de la seccion X.

– El buen servicio es tan dificil de encontrar -susurro Larry. Y, en voz alta-: ?Hola, gente!

La pareja se levanto y vino hacia nosotros. A tres metros de distancia, sus rostros adquirieron claridad, como los de unos actores de pelicula, tras un fundido.

El hombre era mas viejo de lo que me habia esperado… los setenta, o muy cerca de ellos; bajo y robusto, con un espeso y lacio cabello blanco, que llevaba peinado hacia atras, y un rostro relleno, a lo Xavier Cugat. Llevaba gafas de montura negra, una camisa blanca tipo guayabera sobre pantalones marrones, y unas zapatillas de piel color cafe.

Incluso sin zapatos, la mujer era quince centimetros mas alta. A finales de la cincuentena, delgada y de facciones finas, con una elegancia natural, cabello rojo cortado a lo caniche y con un rizado que parecia propio, y ese tipo de piel blanca, pecosa, en la que en seguida se notan las marcas. Su vestido era de seda tailandesa, color lima, con un dragon impreso y cuello mandarin. Llevaba joyas de jade color manzana, medias negras de encaje y zapatillas de ballet negras.

– Gracias por recibirnos -dijo Larry.

– El placer es nuestro, Larry -dijo el hombre-. Ha pasado mucho tiempo. Pero perdoneme, ahora es doctor Daschoff, ?no?

– Doctor en Psico… -dijo Larry, con tono algo despectivo.

– No, no -dijo el hombre, reganando con un dedo-. Se gano usted ese titulo…, muestrese orgulloso del mismo.

Estrecho la mano de Larry.

– Rondan muchos terapeutas por L. A. -anadio-. ?A usted le van bien las cosas?

– ?Oh, Gordie, no seas tan entrometido! -dijo la mujer.

– Me va muy bien, Gordon -le contesto Larry. Y, volviendose hacia ella-. Hola, Chantal. Hacia mucho tiempo…

Ella hizo una inclinacion y tendio su mano:

– Lawrence.

– Este es el doctor Alex Delaware, un viejo amigo y colega. Alex: Chantal y Gordon Fontaine.

– Alex -dijo Chantal, volviendo a saludar con su inclinacion-. Estoy encantada.

Tomo mi mano entre las suyas. Su piel era calida, suave y humeda. Tenia unos grandes ojos castanos y una linea de mandibula que parecia como cincelada. Su maquillaje era una gruesa capa, casi una mascarilla, pero no podia ocultar las arrugas. Y habia dolor en sus ojos: en otro tiempo habia sido una senora fenomenal, y aun estaba tratando de acostumbrarse a pensar en si misma en el tiempo pasado del verbo.

– Encantado de conocerla, Chantal.

Apreto mi mano y la solto. Su marido me miro de arriba abajo y me dijo:

– Doctor, tiene usted una cara fotogenica… ?no ha actuado nunca?

– No.

– Solo se lo pregunto porque parece que, en L. A., todo el mundo ha hecho de actor, en un momento u otro. -Y luego, hablando con su esposa-: Diria que es de tu tipo, ?no te parece?

Chantal le dedico una fria sonrisa.

Y Gordon me explico:

– Tiene debilidad por los hombres de cabello rizado. -Pasandose una mano por sobre su propia cabellera lacia, la alzo y mostro un craneo pelado-. Tal como era el mio, ?no, carino?

Se volvio a colocar la peluca y la ajusto con unas palmaditas.

– Asi que Larry le hablo de nuestra pequena coleccion, ?no?

– Solo de un modo generico.

Asintio con la cabeza.

– ?Sabe usted eso que dicen acerca de que la adquisicion del arte ya es un arte en si misma? Pues eso es una pura memez; aunque se necesita una cierta determinacion y… presencia de animo para adquirir obras de un modo significativo, nosotros hemos trabajado como esclavos para tratar de lograr eso. -Abrio los brazos, como bendiciendo la habitacion-. Lo que ve aqui ha costado de reunir dos decadas y no-le-dire-cuantos-dolares.

Me sabia mi papel:

– Me encantaria que me lo mostraran.

La siguiente media hora fue empleada en dar una vuelta comentada a la habitacion negra.

Alla estaban representados todos y cada uno de los generos de la pornografia, en asombrosa cantidad y variedad, y estaban catalogados y etiquetados con una precision digna del Instituto Smithsoniano. Gordon Fontaine correteaba de un lado a otro, guiandome con fervor, usando un modulo portatil de control remoto para encender y apagar las luces, para abrir y cerrar los armarios. Su mujer permanecia en segundo plano, insinuandose entre Larry y yo, sonriendo muchisimo.

– Observen. -Gordon descorrio un cajon para grabados y desato los nudos de varios portafolios de litografias eroticas, reconocibles sin necesidad de leer las firmas de las mismas: Dali, Beardsley, Grosz, Picasso.

Pasamos a una vitrina cerrada con cristales y protegida por una alarma que albergaba un viejo manuscrito en ingles, escrito en pergamino e iluminado con dibujitos de campesinos copulando y animales de granja en celo.

– Pre-Guttenberg -nos informo Gordon-. Apocrifos chaucerianos. Chaucer fue un escritor muy preocupado por el sexo. Claro que esto nunca te lo cuentan en la clase de Literatura en la escuela.

Otros cajones estaban llenos con dibujos eroticos, que iban desde la Italia renacentista hasta el Japon: acuarelas de cortesanas ataviadas con kimonos y entrelazadas con estoicos hombres muy acrobaticos y dotados de un tremendo equipo sexual.

– Sobrecompensacion -dijo Chantal. Me toco el brazo.

Nos mostraron armarios expositores llenos de talismanes de la fertilidad, estatuillas eroticas, parafernalia, ropa interior antigua. Al cabo de un rato comenzo a nublarseme la vista.

– Esto lo usaban las chicas de Brenda Allen -me dijo Gordon, senalando a un conjunto de ropa interior de seda amarilleante-. Y eso rojo viene de un burdel de Nueva Orleans, en donde tocaba el piano Scott Joplin.

Acaricio el cristal.

– Si pudiesen hablar… ?eh?

– Tambien tenemos otra ropa interior que es comestible -nos dijo Chantal-. Esta ahi, en esa vitrina refrigerada.

Pasamos junto a mas artilugios sexuales, colecciones de bromas de sociedad obscenas y articulos de regalo porno, discos de canciones soeces y lo que Gordon proclamo que era «la mejor coleccion del mundo de consoladores. Seiscientas cincuenta y tres piezas, caballeros, procedentes de todo el mundo. En todos los materiales imaginables, desde la madera de sandalo hasta el diente de morsa».

Una mano acaricio mi trasero. Me gire un cuarto y vi a Chantal sonreir.

– Nuestra bibliotheque -dijo Gordon, senalando una pared de estantes atiborrados de libros.

Tratados de tamano gigante, encuadernados en piel y con el borde de las paginas dorado; libros actuales, tanto de bolsillo como en edicion de lujo, miles de revistas, muchas de ellas aun envueltas en plastico y cerradas, con portadas que no dejaban nada a la imaginacion: hombres con erecciones inmensas, mujeres de ojos desorbitados, banadas en semen. Titulos como Azafatas doblemente jodidas, o Artes y Orificios.

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