gorda», con manilas regordetas y papada. Brunelda, quien, sentada con las piernas abiertas, «con grandes esfuerzos y sufrimientos, y descansando con frecuencia», se inclina para «coger el borde superior de sus medias». Brunelda, que se levanta el vestido y, con el dobladillo, seca los ojos de Robinson que llora. Brunelda, incapaz de subir dos o tres peldanos y a quien hay que transportar -espectaculo que impresiono de tal forma a Robinson que, durante toda su vida, recordara: «?Ah, que hermosa era, ah, dioses, que hermosa era esa mujer!»-. Brunelda, de pie en la banera, desnuda, lavada por Delamarche, quejandose y gimiendo. Brunelda, acostada en la misma banera, furiosa y dando punetazos en el agua. Brunelda, a la que dos hombres tardaran dos horas en bajar por la escalera y depositar en una silla de ruedas que Karl empujara por la ciudad hacia un lugar misterioso, probablemente un burdel. Brunelda, en ese vehiculo, va enteramente cubierta por un chal, de tal manera que un guardia la toma por un saco de patatas.
Lo nuevo en este esbozo de la gran fealdad es que es atractiva; morbidamente atractiva, ridiculamente atractiva, pero atractiva al fin; Brunelda es un monstruo de sexualidad en el limite de lo repugnante y lo excitante, y los gritos de admiracion de los hombres no solo son comicos (son comicos, por supuesto, ?la sexualidad es comica!), sino que son a la vez del todo verdaderos. No es de extranar que Brod, adorador romantico de las mujeres, para quien el coito no era realidad sino «simbolo del sentimiento», no haya podido encontrar nada verdadero en Brunelda, ni la sombra de una experiencia real, sino tan solo la descripcion de «horribles castigos destinados a aquellos que no siguen el buen camino».
7
La escena erotica mas hermosa que Kafka ha escrito jamas se encuentra en el tercer capitulo de El castillo: el acto de amor entre K. y Frieda. Apenas una hora despues de haber visto por primera vez a «esa rubita insignificante», K. la abraza detras del mostrador «entre charcos de cerveza y otras inmundicias que cubrian el suelo». La suciedad: inseparable de la sexualidad, de su esencia.
Pero, inmediatamente despues, en el mismo parrafo, Kafka nos insinua la poesia de la sexualidad: «Alli pasaron horas, horas de alientos comunes, de latidos comunes, horas en las que K. tenia continuamente el sentimiento de extraviarse, o aun de que estaba mas lejos en el mundo ajeno que nadie antes que el, en un mundo ajeno en el que ni siquiera el aire tenia elemento alguno del aire natal, en el que uno tenia que asfixiarse de pura extraneza y en el que nada podia hacerse, en medio de insensatas seducciones, sino seguir yendo, seguir extraviandose».
La duracion del coito se convierte en metafora de una larga marcha bajo el cielo de la extraneza. Y, no obstante, esta marcha no es fealdad; por el contrario, nos atrae, nos incita a ir todavia mas lejos, nos embriaga: es belleza.
Unas lineas mas abajo: «Estaba demasiado feliz de tener a Frieda entre sus brazos, demasiado ansiosamente feliz tambien, ya que le parecia que, si Frieda lo abandonaba, todo cuanto el tenia lo abandonaria». Asi pues, pese a todo ?el amor? Pues no, no el amor; si se esta proscrito y desposeido de todo, una pequena parcela de mujer que se acaba de conocer, que se ha abrazado entre charcos de cerveza, pasa a ser todo un universo -sin intervencion alguna del amor.
8
Andre Breton en su Manifiesto del surrealismo se muestra severo con el arte de la novela. Le reprocha estar incurablemente cargada de mediocridad, de trivialidad, de todo lo que es contrario a la poesia. Se burla tanto de sus descripciones como de su aburrida psicologia. A esta critica de la novela le sigue inmediatamente el elogio de los suenos. Luego, concluye: «Creo en la futura resolucion de estos dos estados, aparentemente contradictorios, que son el sueno y la realidad, en una especie de realidad absoluta, de superrealidad, por decirlo asi».
Paradoja: esta «resolucion del sueno y de la realidad» que proclamaron los surrealistas sin saber llevarla realmente a la practica en una gran obra literaria, se habia dado ya y precisamente en ese genero que denigraban: en las novelas de Kafka escritas en la decada anterior.
Es muy dificil describir, definir, nombrar esta especie de imaginacion con la que Kafka nos hechiza. Fusion del sueno y de la realidad, esa formula que Kafka, por supuesto, no conocia me parece iluminadora. Al igual que otra frase muy apreciada por los surrealistas, la de Lautreamont sobre la belleza del encuentro fortuito de un paraguas y una maquina de coser: cuanto mas ajenas son las cosas entre si, mas magica es la luz que brota de su contacto. Me gustaria hablar de una poetica de la sorpresa; o de la belleza como perpetuo asombro. O tambien emplear, como criterio de valor, la nocion de densidad: densidad de la imaginacion, densidad de los encuentros inesperados. La escena que he citado del coito de K. y Frieda es un ejemplo de esa vertiginosa densidad: el corto pasaje, apenas una pagina, abarca tres descubrimientos existenciales, todos ellos distintos (el triangulo existencial de la sexualidad), que nos sorprenden por su inmediata sucesion: la suciedad; la embriagadora belleza oscura de la extraneza; y la conmovedora y ansiosa nostalgia.
Todo el tercer capitulo es un torbellino de lo inesperado: en un espacio relativamente apretado se suceden: el primer encuentro de K. y Frieda en la posada; el dialogo extraordinariamente realista de la seduccion disimulada debido a la presencia de una tercera persona (Olga); el tema de un agujero en la puerta (trivial, pero que proviene de la verosimilitud empirica) por el que K. ve dormir a Klamm detras del escritorio; la multitud de criados que bailan con Olga; la sorprendente crueldad de Frieda, que, con un latigo, los expulsa, y el sorprendente temor con el que obedecen; el posadero que llega mientras K. se esconde tendiendose detras del mostrador; la llegada de Frieda, que descubre a K. en el suelo y niega su presencia al posadero (mientras acaricia amorosamente con el pie el pecho de K.); el acto de amor interrumpido por la llamada de Klamm, quien, detras de la puerta, se ha despertado; el gesto asombrosamente valiente de Frieda, que le grita a Klamm: «?Estoy con el agrimensor!»; y luego, el colmo (aqui salimos del todo de la verosimilitud empirica): encima de ellos, encima del mostrador, estan sentados los dos ayudantes: los han estado observando durante todo ese tiempo.
9
Los dos ayudantes del castillo son probablemente el mayor hallazgo poetico de Kafka, fruto maravilloso de su fantasia; no solo su existencia es infinitamente sorprendente, sino que, ademas, esta atiborrada de significados: son dos pobres chantajistas, dos tocahuevos; pero tambien representan toda la amenazadora «modernidad» del mundo del castillo: son polis, reporteros, fotografos: agentes de la destruccion absoluta de la vida privada; son los payasos inocentes que atraviesan la escena del drama; pero son tambien los lubricos voyeurs cuya presencia contagia a toda la novela el perfume sexual de una promiscuidad mugrienta y kafkianamente comica.
Pero sobre todo: la invencion de estos dos ayudantes es como la palanca que mantiene la historia en ese terreno donde todo es a la vez extranamente real e irreal, posible e imposible. Capitulo doce: K., Frieda y sus dos ayudantes acampan en un aula de escuela primaria que han convertido en alcoba. La institutriz y los alumnos entran en ella en el momento en que la increible
Esta escena, de una portentosa poesia comica (que deberia figurar a la cabeza de una antologia de la modernidad novelesca), es impensable antes de Kafka. Totalmente impensable. Si insisto en ello es para realzar toda la radicalidad de la revolucion estetica de Kafka. Recuerdo una conversacion, hace ya veinte anos, con Gabriel Garcia Marquez, quien me dijo: «Fue Kafka el que me hizo comprender que se podia escribir de otra manera». De otra manera queria decir: traspasando la frontera de lo verosimil. No para evadirse del mundo real (a la manera de los romanticos), sino para captarlo mejor.