bienvenida.
– Que placer verte, Oliver. Se te ve muy bien. Espero que lo estes.
Queria decir «muy formal», porque iba vestido de trabajo. Confio en que Arthur Ballinger percibiera la gravedad de lo que iba a preguntarle. Ni la amistad ni los vinculos matrimoniales alteraban los principios morales que profesaba.
– De salud estoy muy bien, muchas gracias -contesto Rathbone-. Igual que Margaret. Seguro que me habria dado recuerdos si hubiese sabido que venia aqui; no obstante, me trae un asunto confidencial. Es al senor Ballinger a quien necesito ver. Creo que puede aconsejarme en una cuestion de cierta importancia. ?Se encuentra en casa?
Sabia que Ballinger tenia la costumbre, lo mismo que el, de preparar el sabado por la manana los asuntos de la semana siguiente. Entre otras cosas, le permitia eludir las exigencias domesticas o sociales que su esposa pudiera requerirle.
– Pues si, claro que esta en casa -contesto ella, un tanto alicaida. Habia abrigado la esperanza de que se tratase de una visita personal que la ayudara a combatir el tedio de la manana-. ?Te esta esperando?
– No. Me temo que acabo de decidir consultarle. Mis disculpas por las molestias.
– No es ninguna molestia -dijo la senora Ballinger restandole importancia con un ademan-. Siempre eres bienvenido.
Y con un frufru de sus abundantes faldas lo condujo a traves del vestibulo hasta la puerta del estudio. Llamo con los nudillos. Al oir la voz de Ballinger, abrio la puerta y anuncio la presencia de Rathbone.
Ballinger no tuvo mas remedio que invitar a Rathbone a pasar, como si estuviera encantado de verlo. Sin embargo, no bien volvio a cerrarse la puerta, la tension se palpaba en el aire a pesar del fingimiento. Ambos permanecieron de pie.
Ballinger titubeo un momento, a todas luces decidiendo cuan franco debia mostrarse, y concluyo que lo menos posible.
– Me cuesta imaginar para que necesitas mi consejo pero, por descontado, si puedo ayudarte, estare encantado de hacerlo. Ponte comodo, por favor. -Le indico una butaca enfrentada a la suya-. ?Te apetece una taza de te? ?O prefieres algo frio?
Rathbone no tenia tiempo para sutilezas, y sabia que aceptar significaria por lo menos dos interrupciones, una para pedir el te y una segunda para que se lo sirvieran.
– No gracias -declino-. No quisiera molestarlo mas tiempo del necesario.
Se sento, ante todo para dejar clara su intencion de quedarse hasta concluir el asunto que le habia traido.
Ballinger se sento a su vez. No hacerlo hubiese sido una sugerencia implicita de que instaba a Rathbone a marcharse cuanto antes.
Rathbone abordo la cuestion de inmediato. Demorarla no iba a hacerlo mas facil.
– El caso Phillips me sigue preocupando -reconocio. Vio que el rostro de Ballinger se crispaba, aunque tan levemente que pudo ser un efecto de la luz, salvo que no se habia movido-. Poner en cuestion los motivos de la policia fue justo, en principio. De hecho, es una tactica que uno debe tomar en consideracion en cualquier caso.
– Llevaste el caso de una forma brillante -dijo Ballinger asintiendo-. Y no hay nada siquiera remotamente cuestionable al respecto. No entiendo que es lo que te tiene preocupado ahora.
No bien lo hubo dicho su rostro traslucio que sabia que habia cometido un error. Habia abierto una brecha para Rathbone que de lo contrario este hubiese tenido que crear.
Rathbone esbozo una sonrisa.
– Naturalmente, puse mucho cuidado en no preguntar abiertamente a Phillips si era culpable. Me comporte como si no lo fuera, tal como era mi obligacion, pero resulta que cada vez estoy mas convencido de que en efecto mato a ese nino… -Vio que Ballinger torcia el gesto pero hizo caso omiso-. Y probablemente a otros tambien. Me consta que la Policia Fluvial lo sigue investigando, con la esperanza de hallar una nueva causa, y no me cabe duda de que seran mucho mas cuidadosos esta segunda vez. -Ballinger cambio ligeramente de postura en el sillon-. Si en efecto presentan nuevos cargos -prosiguio Rathbone-, ?su cliente querra que usted se ocupe de ello otra vez?
»O, hablando a las claras, ?esta ya satisfecha esa deuda de honor, o se prolongara en la defensa indefinida de Phillips, sean cuales sean las acusaciones?
Ballinger se sonrojo, y Rathbone se sintio culpable por haberlo puesto en semejante situacion. Iba a hacer imposible la amistad entre ambos. Ya habia cruzado un limite que no podia ser olvidado. Aquel hombre era el padre de su esposa; el precio era elevado. Pero si amoldaba su moralidad para evitar un inconveniente personal, ?cuanto valia su moralidad? Reducirla a una cuestion de conveniencia no solo danaria el respeto que sentia por Ballinger, sino que tambien contaminaria cualquier otra relacion, quiza sobre todo con Margaret.
– Si no puede contestar por el, lo cual seria perfectamente comprensible, incluso correcto-prosiguio Rathbone-, ?quiza podria hablar con el personalmente? -Era lo que habia querido desde el principio. El anonimato del hombre que pago la defensa de Phillips siempre lo habia inquietado. Ahora que cobraba forma una imagen mucho mas turbia del negocio de Phillips, todavia lo inquietaba mas-. ?Quien es?
– Me temo que no puedo decirtelo -contesto Ballinger. Lo dijo sin titubeos, sin un apice de incertidumbre-. Es un asunto de la mas estricta confidencialidad y el honor me lo impide. Desde luego, le transmitire tu inquietud. No obstante, lo encuentro un tanto prematuro. La Policia Fluvial todavia no ha detenido a Phillips ni presentado cargo alguno. Es normal que esten consternados por el fracaso de su caso y la consiguiente insinuacion de que el difunto comandante Durban fuera de una competencia cuestionable, incluso que su conducta no siempre fuese la apropiada para su cargo. -Hizo un gesto con las manos como si lo lamentara-. Es una verdadera desgracia para su reputacion que su nuevo jefe, Monk, parezca estar cortado por el mismo patron. Pero no podemos alterar la ley para acomodarla a las debilidades de quienes la administran.
»Estoy convencido de que serias el primero en estar de acuerdo. -Hizo amago de sonreir; fue un mero gesto de los labios que no se transmitio a sus ojos-. Tus palabras en defensa de la ley todavia resuenan en mi mente. Tiene que ser igual para todos pues de lo contrario no lo es para nadie. Si establecemos recompensas o castigos en funcion de nuestras preferencias, lealtades o incluso por causa de la indignacion, la justicia se ve mermada de inmediato. -Nego con la cabeza, dirigiendole una mirada directa, franca-. Llegara un momento en que nosotros mismos seamos malinterpretados u objeto de desagrado, o extranos, diferentes de nuestros jueces por raza, clase o religion, y si su sentido de la justicia depende de sus pasiones mas que de su moralidad, ?quien hablara por nosotros entonces, o defendera nuestro derecho a la verdad? -Se inclino hacia delante-. Eso fue mas o menos lo que me dijiste, Oliver, en esta misma habitacion, cuando hablamos del tema por primera vez. Nunca he admirado tanto el sentido del honor de un hombre como lo hice con el tuyo, y sigo haciendolo.
Rathbone no tenia respuesta. Estaba aun turbado y atonito, desequilibrado como un corredor que hubiese tropezado convirtiendo de pronto en su enemigo a su propia velocidad. Le paso por la cabeza preguntarse si la persona que habia pagado para que defendiera a Phillips no solo lo deseaba sino, mas aun, lo necesitaba. ?Seria uno de los clientes de Phillips quien no podia permitirse que lo hallaran culpable? ?Quienes componian exactamente la clientela de Phillips? Si se tomaban en cuenta los elevados honorarios de Rathbone, tenia que ser un hombre de buena posicion economica. Sintio una punzada de culpabilidad. Se trataba de una suma considerable, y ahora ese dinero se le antojaba sucio. Con el no podria comprar nada que le diera placer.
Ballinger aguardaba, observando y aquilatando sus reacciones.
Rathbone estaba enojado, ante todo con Ballinger por haberle sabido manipular tan bien, luego consigo mismo por haberse dejado utilizar. Entonces tuvo una idea que le resulto dolorosa, poniendo freno a sus sentimientos con una mano de hielo. ?Seria un amigo de Ballinger el hombre en cuestion? ?Un hombre a quien quiza conociera en la juventud, antes de que su desesperado apetito lo aprisionara en la soledad, la verguenza, el engano y, finalmente, el terror? ?Acaso uno llega a olvidar la inocencia que ha conocido en el pasado, los tiempos de grandes esperanzas, de amabilidad espontanea, entre muchachos que aun no se han convertido en hombres? ?O era entonces cuando se incurria en las deudas?
?Cabia que fuese algo aun peor? Habria presion por partida doble, una deuda compuesta, si se tratara de su otro yerno, el marido de la hermana de Margaret. Podria ser. Hombres de toda clase y edad estaban sujetos a apetitos que los atormentaban y cuyas garras finalmente destruian tanto a la victima como al opresor.
?O seria el hermano de la senora Ballinger, o el marido de una de sus hermanas? Las posibilidades eran