mi deseo es encontrar a su hermana para darle la noticia. Tal vez le gustara saber lo buen hombre que fue su hermano. Removio cielo y tierra para encontrarla pero no lo logro. Estoy convencida de que usted comprende que quiera hacer esto por el.
Quizas habia sacando tal conclusion precipitadamente. Si Durban en efecto habia nacido en un hospital benefico, ?seria ese el motivo de que se hubiese inventado un pasado mas respetable y una familia que lo amaba? La pobreza no era un pecado pero mucha gente se avergonzaba de ella. Ningun nino deberia crecer sin alguien para quien fuera importante y querido.
La compasion asomo al semblante de la senora Myers. Por un momento parecio mas joven, mas cansada y mas vulnerable. Hester sintio un repentino afecto por ella, pues se hizo cargo de la tremenda tarea que debia suponerle mantener aquel hospital en marcha sin dejarse abrumar por la enormidad de semejante labor. Las tragedias personales eran intensamente reales, el miedo al hambre y a la soledad. Demasiadas mujeres estaban agotadas y no sabian que mas hacer para hallar un nuevo lugar donde descansar, el proximo bocado que llevar a la boca de sus hijos. La desgarradora soledad de dar a luz en un lugar como aquel dejo a Hester anonadada y, aun a riesgo de hacer el ridiculo, se encontro tragando saliva y con los ojos arrasados por las lagrimas. Imagino como debia de ser entregar a un recien nacido, quiza tras abrazarlo una sola vez, y luego morir desangrada en soledad para ser enterrada por desconocidos. No era de extranar que la senora Myers fuese cauta y estuviera cansada, como tampoco que mantuviera en torno a si un caparazon para protegerse de esa marea de dolor.
– Preguntare a mi hija -dijo la senora Myers en voz queda-. Dudo que ella sepa nada, pero es la persona mas indicada para intentarlo.
– Gracias -acepto Hester-. Le quedare muy agradecida.
– ?De que ano estariamos hablando? -inquirio la senora Myers, volviendose para conducirlos por los desnudos y limpios pasillos donde flotaba el penetrante olor de la lejia y el acido fenico.
– En torno a 1810; es el calculo mas aproximado que puedo darle -contesto Hester-. Aunque me baso en recuerdos de los vecinos de la familia.
– Hare lo que este en mi mano -respondio con recelo la senora Myers, cuyos tacones pisaban con fuerza el entarimado del suelo.
Sirvientas provistas de fregonas y cubos redoblaban sus esfuerzos para mostrarse atareadas. Una mujer muy palida desaparecio de la vista renqueando por una esquina. Dos ninos con el pelo desgrenado y el rostro manchado de lagrimas se asomaron por una puerta, mirando fijamente a la senora Myers, a quien seguian Hester y Scuff, mientras aquella pasaba de largo sin mirar a ningun lado.
Encontraron a Stella en una calida habitacion soleada, compartiendo una gran tetera esmaltada con tres muchachas, todas vestidas con lo que parecia un sencillo uniforme compuesto de blusa y falda gris, calzadas con botines sucios y desgastados. Fue una de las jovenes quien se levanto para agarrar la pesada tetera y llenar de nuevo las tazas mientras Stella permanecia sentada.
Hester supuso que seria un privilegio por tratarse de la hija de la directora hasta que llegaron junto a la mesa y se percato de que Stella era ciega. Esta se volvio al oir unos pasos que no identificaba, pero no dijo nada ni se levanto.
La senora Myers presento a Hester sin mencionar a Scuff, y explico el motivo de su visita.
Stella medito unos instantes con la cabeza levantada como si mirara al techo.
– No lo se -dijo al cabo-. No se me ocurre nadie que pueda acordarse de tanto tiempo atras.
– Tenemos a gente de la misma edad -le apunto su madre.
– ?Ah, si? Pues no se a quien te refieres -repuso Stella enseguida. La senora Myers sonrio pero Hester vio tristeza en su sonrisa, una pena que por un instante fue casi inconsolable.
– El senor Woods quiza recuerde…
– Lena, si a duras penas recuerda como se llama -la interrumpio Stella con tanta amabilidad como determinacion-. Se confunde facilmente.
La senora Myers no se dio por vencida.
– ?Y la senora Cordwainer? -propuso.
Se hizo un silencio absoluto en la estancia. Nadie se movio.
– No la conozco tanto como para preguntarle esas cosas -contesto Stella con voz ronca-. Es muy… vieja. Quiza…
No termino la frase.
– Tal vez -concedio la senora Myers. Parecio titubear antes de tomar una decision-. Dejo aqui a la senora Monk para que podais hablar. A lo mejor se te ocurre alguien mas. Disculpadme.
Y se marcho, caminando cada vez mas deprisa a juzgar por el ruido de sus pasos alejandose por el pasillo.
Hester miro a Stella, preguntandose si la joven ciega era consciente de como era ella. ?O acaso interpretaba las voces como las demas personas interpretaban las expresiones del rostro?
– Senorita Stella -comenzo Hester-, realmente es muy importante para otras personas, ademas de para mi. No le he contado a su madre hasta que punto es trascendente. Si logro encontrar a Mary Webber, a lo mejor ella podra aclarar ciertas sospechas que a mi juicio tengo que aclarar con urgencia, pero sin su ayuda no podre demostrar nada. Si se le ocurriera alguna persona a quien preguntar… No me queda otro modo de intentarlo.
Stella se volvio hacia ella con el entrecejo fruncido. Saltaba a la vista que se debatia en la duda de tomar una decision dificil. Su expresion traslucia una pena tan aguda como si hubiese visto no solo el semblante de Hester, sino tambien los sentimientos que le asomaban a los ojos. Resultaba extrano que te mirara con tanta perspicacia alguien que no podia ver.
– Senora Monk, si… si la llevo a ver a la senora Cordwainer, ?sera discreta a proposito de cuanto vea y oiga en su casa? ?Me dara su palabra?
Hester se quedo perpleja. Era la ultima peticion que hubiera esperado. ?Que diablos podia estar haciendo la senora Cordwainer que requiriera semejante promesa? ?Iban a pedir a Hester que hiciera algo que atentara contra su conciencia? ?Acaso la anciana era victima de enganos o de malos tratos? Viendo a Stella, le parecio poco probable.
– Si le hago esa promesa, ?me voy a arrepentir? -pregunto.
El labio de Stella temblaba.
– Es posible -susurro-, pero no puedo llevarla si no lo hace.
– ?Padece algun mal la senora Cordwainer? Porque si es asi, me costara mucho no hacer lo que pueda por ayudarla.
Falto poco para que Stella se echara a reir, pero se reprimio.
– No esta enferma. Se lo aseguro.
Hester se quedo aun mas perpleja, pero la unica alternativa a aceptar las condiciones que le exigian era renunciar por completo.
– Pues entonces le doy mi palabra -contesto.
Stella sonrio y se levanto.
– Pues la llevare a ver a la senora Cordwainer. Vive en una casita dentro del recinto del hospital. Estara dormida a estas horas del dia, pero no le molestara que la despierten si es para hacerle preguntas sobre el pasado. Le gusta contar historias de antano.
Se dispuso a caminar.
– ?Puedo… puedo ayudarla? -se ofrecio Scuff, vacilante.
Ahora le toco a Stella meditar su respuesta. Decidio aceptar, aunque Hester comprendio que Stella sabia moverse por el hospital mejor que Scuff. Hester paso detras mientras, codo con codo, Stella y Scuff salian de la habitacion y enfilaban el pasillo, ella fingiendo no saber hacia donde iba y el fingiendo que si.
Salieron del hospital por la puerta principal, recorrieron un sendero muy pisado y subieron un tramo corto de escaleras hasta una hilera de casitas. Stella sabia donde estaba por el numero exacto de pasos. Ni una sola vez vacilo o dio un traspie. Podria haberlo hecho completamente a oscuras. Hester tuvo un estremecimiento al pensar que de hecho era lo que Stella hacia siempre, y casi se sintio culpable por la resplandeciente luz del sol y los colores que veia.
Stella llamo a la puerta de una de las casitas, que de inmediato fue abierta por un hombre cuarenton, timido y sencillo, pero cuyos ojos brillaban con una aguda inteligencia, con el semblante iluminado por el placer de ver a