nunca se equivocaba.
Claudine monto en colera ante su desden, pero se domino. Queria su cooperacion. Un plan comenzaba a tomar forma en su mente.
– Me gustaria que me prestara atencion, por favor, senor Robinson-dijo con mucho tacto-. Su plena atencion.
Squeaky se alarmo.
– ?Que ha pasado?
– Creia que estaba tan bien informado como yo, pero tal vez no lo este. -Se sento pese a que no la hubiese invitado a hacerlo-. Se lo voy a explicar. Jericho Phillips es un hombre que…
– ?Se todo lo que hay que saber sobre eso! -interrumpio Squeaky con aspereza.
– Pues entonces ya sabe lo sucedido -respondio Claudine-. Hay que zanjar el asunto para que podamos volver al trabajo sin que nos distraiga la conducta de ese sujeto. La senora Monk esta muy afligida. Me gustaria echarle una mano.
Una mirada de exasperacion absoluta transformo el semblante de Squeaky, que enarco sus cejas hirsutas y torcio las comisuras de la boca.
– ?Tiene tantas posibilidades de atrapar a Jericho Phillips como de casarse con el Principe de Gales! -dijo Squeaky con indisimulada impaciencia-. Vuelva a su cocina y haga lo que sabe hacer.
– ?Sera usted quien lo capture? -replico Claudine con frialdad.
Squeaky parecio incomodarse. Habia contado con que Claudine se ofendiera y perdiera la compostura, pero eso no habia ocurrido, lo que le produjo una sorprendente e inexplicable satisfaccion, cuando deberia haberle enfurecido.
– ?Y bien, lo hara o no? -insistio Claudine.
– Si pudiera, no estaria sentado aqui -replico Squeaky-. Por el amor de Dios, vaya a buscar ese te.
Claudine no se movio de la silla.
– Alberga y mantiene secuestrados a ninos pequenos para fotografiarlos realizando actos obscenos, ?no es asi?
Squeaky se sonrojo, molesto con ella por avergonzarlo. Deberia ser ella la avergonzada.
– Si. Y usted no deberia ni siquiera saber que pasan esas cosas -dijo en tono de claro reproche.
– De poco nos serviria -contesto Claudine muy mordaz-. Supongo que lo hace por dinero. No me figuro otro motivo. Esas fotos las vende, ?no?
– ?Claro que las vende! -le grito Squeaky.
– ?Donde?
– ?Que?
– No se haga el tonto, senor Robinson. ?Donde las vende? La pregunta esta mas que clara.
– No lo se. En su barco, por correo… ?Como quiere que lo sepa?
– ?Por que no en tiendas, tambien? -pregunto Claudine-. ?No usaria cualquier sitio que pudiera? Si yo tuviera algo que supiera que puedo vender lo ofreceria en todas partes. ?Por que no iba el a hacer lo mismo?
– De acuerdo, pongamos que lo hace. ?Y que? Eso no nos hace ningun bien.
Con gran esfuerzo, Claudine se abstuvo de corregirle la ultima frase. No queria que se enfadara mas de lo que ya estaba.
– ?No existe ninguna ley contra esa clase de cosas, cuando hay ninos involucrados?
– Si, claro que existe. -Squeaky la miro con cautela-. ?Y quien va a aplicarla, eh? ?Usted? ?Yo? ?Los polis? Nadie, enterese bien.
– No estoy segura de que nadie vaya a hacerlo -dijo en voz baja-. Le sorprenderia lo que es capaz de hacer la buena sociedad, y lo hara si se siente amenazada, sea economicamente o, mas importante aun, en terminos de comodidad y amor propio.
Squeaky la miro de hito en hito. Comenzaba a comprenderla y la sorpresa asomo a sus ojos.
Claudine no sabia muy bien hasta que punto queria que la entendiera. Quiza fuese conveniente cambiar de tema enseguida, si es que podia hacerlo, y seguir sonsacandole a Squeaky lo que queria averiguar. Cada vez veia con mayor claridad la alocada idea que habia comenzado a tomar forma en su mente.
– ?Existe una ley que lo prohiba? -insistio Claudine.
– ?Ya le he dicho que si! -le espeto Squeaky-. Pero eso no importa. ?No lo entiende?
– Si, por supuesto. -Deseaba aplastarlo pero no podia permitirselo. Necesitaba su ayuda, o al menos su colaboracion-. Entonces tienen que venderse sin que la policia se de cuenta.
– Naturalmente-dijo Squeaky exasperado.
– ?Donde?
– ?Donde? En todas partes. En callejones, en tiendas donde parecen libros decentes, tratados de economia, libros de cuentas, manuales para remendar velas o lo que usted quiera. He visto algunos que pasarian por Biblias, si no los mirases de cerca. Las venden tabaqueros, libreros, impresores, toda clase de gente.
– Entiendo. Si, debe de ser dificil seguirles el rastro. Gracias. -Se levanto y dio inedia vuelta para marcharse, pero antes de salir se detuvo-. En los callejones cercanos al rio, supongo.
– Si. O de cualquier otro barrio. Pero solo en sitios donde van hombres que saben lo que quieren. No las encontrara en la Calle Mayor ni en ningun otro sitio de los que frecuenta la gente de su clase.
Claudine esbozo una sonrisa.
– Bien. Gracias, senor Robinson. No ponga esa cara. No me he olvidado de su te.
A Claudine no le alegraba regresar a su casa, pero tarde o temprano era imprescindible hacerlo; siempre lo era.
– Llegas tarde -observo Wallace, su marido, en cuanto entro en la sala de estar, tras haber accedido a la casa por la puerta de la cocina en lugar de usar la principal para que los vecinos no la vieran con la ropa que llevaba en la clinica. Ahora se habia lavado y cambiado, poniendose uno de sus trajes de tarde. Era a la ultima moda, bien cortado, de vivos colores y un tanto ajustado a causa del prieto corse que llevaba debajo. Tambien se habia arreglado el pelo para realzar su atractivo, tal como debia hacer toda dama de su posicion.
– Lo siento -se disculpo. De nada serviria dar explicaciones; a el no le interesaban sus razones.
– Si tanto lo sintieras, dejarias de hacerlo -replico el secamente. Era un hombre corpulento, barrigudo y con la mandibula prominente. A pesar de su edad, aun tenia el pelo abundante y casi sin canas. Claudine contemplo su desdenosa expresion y se pregunto como era posible que alguna vez lo hubiese encontrado fisicamente atractivo. ?Tal vez la necesidad era la madre de la aceptacion y no solo de la invencion?
»Dedicas demasiado tiempo a ese sitio -prosiguio Wallace-. Esta es la tercera vez en otras tantas semanas que tengo que senalartelo. Esto no puede seguir asi, Claudine. Tengo derecho a esperar cierto sentido del deber por tu parte, y tu comportamiento dista mucho de ser el apropiado. Como mi esposa, tienes obligaciones sociales, y sabes de sobra cuales son. Richmond me dijo que no habias asistido a la fiesta que dio su esposa el lunes pasado. ?Es cierto? -pregunto en tono desafiante.
– Iban a recaudar fondos para una obra benefica en Africa -contesto Claudine-. Yo trabajo en una de aqui.
Burroughs perdio Los estribos.
– ?Vamos, no seas ridicula! Ofendiste a una dama de considerable peso para ir a atender a un punado de putas callejeras. ?Has perdido por completo la nocion de quien eres? Si es asi, permite que te recuerde quien soy yo.
– Soy perfectamente consciente de quien eres, Wallace -dijo Claudine con tanta serenidad como pudo-. He pasado anos… -Estuvo a punto de decir «los mejores anos de mi vida», pero no lo habian sido; de hecho, habian sido los peores-. He pasado anos de mi vida cumpliendo con todas las obligaciones que tu carrera y tu posicion exigian…
– Y tu posicion, Claudine -la interrumpio Burroughs-. Tengo la impresion de que lo olvidas demasiado a menudo.
Aquello fue una acusacion en toda regla. Burroughs se estaba sonrojando y dio un paso hacia ella.
Claudine no retrocedio. Se negaria a hacerlo, por mas que se aproximara.