estarian aun afligidos por la noticia que les comunique. Cuando termine de hablar, habian pasado de familiares en duelo a sospechosos. Hasta el propio Miles pronto se dio cuenta de eso, pero sobre todo Cuy parecia profundamente desolado. Cuando dije que ibamos a investigar el pasado de Gervase, se le demudo el semblante y se le puso como el de la leche agria. Guy se fue corriendo a la taberna mas cercana.

– ?No me digas! Los hombres que tratan de olvidar sus penas con la bebida pueden ahogarse en ellas. Y cuando empiezan a agitarse, cuentan la verdad en la mayoria de los casos. Me parece que voy a hacerle una visita al maestro Guy esta misma tarde.

Justino asintio, aprobando su decision.

– Y ?como va la caza de Gilbert el Flamenco? ?Habeis tenido suerte?

– Tal vez tenga una pista un poco mas tarde, esta misma noche. Pero no puedo ocuparme de mas de un crimen al mismo tiempo. Asesinato o caza furtiva, ?cual de los dos preferis, senor De Quincy?

Justino no se sorprendio; ya habia notado destellos de celos en los ojos del justicia.

– No os preocupeis de la caza furtiva, Lucas. Yo no soy persona que me meta en terreno de nadie.

La sonrisa de Lucas fue demasiado fugaz para captarla.

– Me tranquiliza saber que sois tan respetuoso con la ley -y anadio-: Pasad por la casita de campo esta noche despues del toque de completas y os dire lo que he averiguado.

La nieve no habia llegado a cuajar y las estrellas empezaban a titilar en el firmamento cuando Justino salio de los aposentos de los huespedes. No habia andado mas que unos pasos cuando le abordo una figura con capuchon y manto. Sabia que no era Durand. No era muy alto, y asumio que era un monje. Pero cuando levanto su antorcha, la oscilante luz ilumino el rostro airado del hijo de Gervase Fitz Randolph.

– ?En que loca busqueda estais metido? ?Por que os estais inmiscuyendo en el asesinato de mi padre?

– ?No quereis que se descubra a los asesinos de vuestro propio padre?

– ?Maldito seais, no tergiverseis mis palabras! -La rabia hacia incoherentes las palabras de Tomas, tenia la boca torcida, los ojos saltones e inyectados en sangre-. A mi padre lo asesinaron en un atraco. Todo eso que decis de asesinos pagados es pura estupidez, pero es el tipo de murmuracion que a la gente le gusta divulgar y que algunos tontos creen a pies juntillas. ?Dejemoslo!, ?me estais oyendo? ?Dejemoslo!

– No puedo hacer nada por vos, Tomas. Si teneis alguna queja, sugiero que se la comuniqueis a Lucas de Marston.

Tomas habria seguido discutiendo, pero Justino echo a andar.

– ?Os lo advierto, De Quincy! -grito-. ?Si poneis en peligro la oportunidad que yo pueda tener de ser admitido en la orden benedictina, lo lamentareis hasta el dia de vuestra muerte!

– No lo olvidare -prometio Justino, y siguio andando. No le habria sorprendido que Tomas le siguiera. Pero el hijo del orfebre se quedo donde estaba, observando a Justino mientras este cruzaba el patio. Cuando Justino llego a la garita de la puerta, Tomas volvio subitamente a gritar, pero Justino estaba ya demasiado lejos para oirlo.

Un estofado hervia lentamente sobre el fuego de la chimenea y Aldith estaba atareada removiendolo y probandolo, asegurandoles a sus invitados que lo llevaria pronto a la mesa. Habia insistido en que Justino se quedara a cenar, encantada con la oportunidad de desempenar el papel de esposa de Lucas, no solo de la mujer que compartia su lecho. Los dos hombres se retiraron y se sentaron en el divan con copas de vino dulce y Jezabel, el perro de Aldith. Observando, divertido, lo abrumado que se sentia Lucas por el afectuoso babeo del mastin, Justino le conto al justicia su encuentro con Tomas Fitz Randolph.

Lucas logro al fin echar al perro del sofa.

– No voy a necesitar banarme por lo menos en una semana -dijo con una mueca-. Cuanto mas se de nuestro monje, mas sospechoso me parece del asesinato del orfebre.

– Pero ?y el hermano? No he conocido nunca una persona mas nerviosa que el. No se puede estar tan asustado e inquieto sin ser culpable de algo.

Lucas sonrio.

– Da la casualidad de que teneis razon. Despues de hablar en Cheapside, me fui en busca de Cuy. Lo encontre todavia en la taberna, borracho como una cuba, regodeandose en la compasion que sentia hacia si mismo. Fue demasiado facil hacerle creer que yo lo sabia todo. Se casco como un huevo, no hubo defensa alguna. Era ciertamente culpable como vos suponiais, pero de desfalco, no de asesinato.

– ?Asi que eso fue todo?

Lucas asintio con la cabeza.

– Se ocupaba de sus cuentas y llevaba el registro de los documentos, mientras que Gervase trataba de atraer a clientes adinerados, como el arzobispo de Ruan. Hace unos meses, Guy empezo a sustraer algunos de los fondos para su propio uso y falsifico las cuentas para ocultar sus hurtos. Su defensa era que Gervase era un inveterado derrochador y que el estaba poniendo dinero aparte para no incurrir en deudas. Pero de una manera u otra, el dinero se gasto y lo unico que le queda es una conciencia hecha jirones. El pobre borrachin se habia convencido a si mismo de que iba a ir al infierno y a la carcel, no necesariamente en ese orden.

– ?Y que hicisteis, Lucas? ?Lo arrestasteis?

– Mucho peor. Se lo entregue a su cunada. Le lleve a casa de la senora Ella y le obligue a que se lo confesara a ella tambien. La viuda del orfebre reacciono como yo esperaba, con consternacion e incredulidad y despues con justificada indignacion, regada con unas cuantas lagrimas. Pero cuando le pregunte si queria que se le metiera en la carcel, se le erizaron las plumas como a una gallina que defiende a sus polluelos. Esto era una cuestion familiar que nada tenia que ver con la ley, y por lo tanto me agradecia que no me metiera mas en este asunto.

– Vos sabiais que ella no querria que se le arrestara.

– ?Como no lo iba a saber! Y no solo por el escandalo. Sin su marido y con su hijo decidido a profesar en la orden benedictina, necesita a Cuy mas que nunca. Hara las paces con el porque no tiene mas remedio. Pero el remordimiento de Guy le proporcionara a ella la ventaja de tenerlo sometido a sus decisiones y, para una viuda, eso no esta nada mal.

Justino tomo un sorbo de vino y lo encontro demasiado dulce para su gusto.

– ?Y que hay del Flamenco? Dijisteis que teniais una pista.

– Tal vez. Mis hombres se han pasado el dia acosando a la familia de Gilbert y amigos de baja estofa, advirtiendolos que ninguno de ellos disfrutara de paz hasta que encuentren al Flamenco. Me parece que uno de sus primos va a estar dispuesto a entregarlo, porque no se pueden ver. Cuando me entreviste con Kenrick esta manana, dijo que no sabia nada del paradero de Gilbert. Pero anadio que podria averiguarlo y que me enviaria un recado si asi era. Espera que se le pague por este servicio y como las arcas de la reina son mucho mas hondas que las del justicia municipal, esta deuda tendra que ser vuestra, senor De Quincy.

– Esta bien -accedio Justino-. ?Y que se sabe del compinche de Gilbert? Probablemente sea mas facil de localizar. Por lo que me dijisteis del Flamenco, ese tio es mas resbaladizo que sus propias serpientes.

– He hecho saber que pagare al que me diga el nombre de este fulano. Y sabido es que la mayoria de los criminales y forajidos son capaces de vender a sus propias madres por el precio de una jarra de cerveza. Nos llevara tiempo, pero habra quien nos entregue al complice de Gilbert.

Justino esperaba que tuviera razon. Solo los bandidos podian darle las respuestas que el necesitaba y no tenia la impresion de que Gilbert fuera un hombre dispuesto a cooperar, aunque se le apresara. Tal vez tuvieran mejor suerte con el companero.

– Esparcid algunas monedas por donde creais oportuno -dijo seguro de si mismo-, que yo me encargare del anzuelo.

Demoraron el seguir hablando del Flamenco hasta terminar de comer; una conversacion sobre crimenes sangrientos no era condimento adecuado para el estofado de Aldith. Acababa de servir barquillos enmelados cuando el mastin empezo a grunir.

El aldabonazo era suave, indeciso. Cuando Lucas quito la aldaba de la puerta, la luz de la linterna dejo ver a un muchacho flaco, de doce o trece anos, con los hombros encogidos como acurrucandose contra el frio. Aldith echo una ojeada a su manto remendado y le hizo entrar en la casa, dirigiendole al fuego de la chimenea. Al chiquillo le castaneteaban los dientes y cuando extendio las manos hacia el fuego, los demas pudieron ver que estaban hinchadas por los sabanones.

– Me ha mandado mi padre -susurro, mirando a todas partes menos al rostro de Lucas-, Dice que se puede

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