8. WESTMINSTER
A ultima hora de la tarde del cuarto dia, llego Justino a Londres despues de un viaje plagado de contratiempos: una rienda rota, la perdida de una herradura y una fuerte sensacion de inquietud. Le habia alterado el ver a Lucas y Durand juntos mas de lo que le gustaria reconocer. El enfrentamiento que Lucas y el tuvieron con el Flamenco habia disipado las ultimas dudas que albergaba de la buena fe del auxiliar del justicia. Seguia seguro de que Lucas no estaba implicado en el asesinato del orfebre. Pero ?estaba pagado por el hijo del rey? Juan consideraria al auxiliar de un justicia como un util aliado. ?Seria Lucas de Marston el hombre del rey?
Justino no queria creerlo asi y no era demasiado dificil encontrar explicaciones inocentes para la conversacion mantenida en el desayuno entre Lucas y Durand. Pero cada vez que se convencia de que sus sospechas no tenian fundamento, sonaban en sus oidos los inquietantes ecos de la advertencia de Leonor: «Tened cuidado, mirad bien en quien depositais vuestra confianza».
Se dirigio nada mas llegar a la Torre, donde le dijeron que Leonor pasaria el dia en Westminster. Saco a
– ?Que pasa? -le pregunto a quien tenia mas cerca-. ?Donde va todo el mundo?
– A ver a los prisioneros que se van a someter a la ordalia. Los hombres del justicia los traeran de un momento a otro. Mas vale que os deis prisa si quereis verlo de cerca.
Justino habia presenciado ya un juicio por ordalia, hacia anos, en Shrewsbury. Un hombre acusado de provocar un incendio fue llevado a la alberca del molino de la abadia, atado de pies y manos y arrojado al agua para ver si se hundia -prueba de inocencia- o flotaba -prueba de culpabilidad-. El acusado se hundio y fue por consiguiente declarado inocente, aunque estaba mas muerto que vivo cuando lo sacaron del agua. Pero el agua mas cercana aqui en Westminster era el rio.
– ?Que tipo de ordalia?
– Vos mismo lo vereis. -El otro hombre senalo hacia delante, donde habian puesto a hervir, sobre una hoguera, un gran caldero de hierro lleno de agua.
Justino no estaba muy seguro de si a el le gustaria presenciar este espectaculo, pero la multitud lo arrastro hacia adelante. La gente se peleaba para situarse cuanto mas cerca del caldero. El hombre de al lado de Justino le explico que a esos hombres se les habia acusado del asesinato de una viuda, pero otros aseguraban que el crimen era robo y otro muy contumaz insistia en que era por herejia. En medio de toda esta confusion, Justino se entero de que no se podia obligar a los londinenses a someterse a una ordalia, por haberseles concedido una exencion real. Asi que los prisioneros, o no eran de Londres o ellos mismos habian optado por la ordalia, porque preferian que el juicio lo administrara Dios Todopoderoso y no un jurado de hombres. Mirando a la caldera hirviendo, Justino se estremecio e hizo rapidamente la senal de la cruz.
Los sargentos del justicia salian en ese momento escoltando a los prisioneros y la muchedumbre empujaba hacia adelante, ansiosa de no perderse el espectaculo. Ambos eran jovenes y parecian muy asustados. Uno estaba evidentemente temblando mientras se le rociaba con agua bendita en el desnudo antebrazo y cuando se le insto a que bebiera, necesito ayuda para sostener firme el recipiente que contenia el agua. Un sacerdote se adelanto y, haciendo una senal para que la multitud se callara, empezo a entonar una oracion.
– Si estos hombres son inocentes, salvalos, oh Tu, Senor, salvalos como salvaste a Ananias, Azarias y Misael del horno ardiendo. Pero si son culpables y se atreven a hundir sus manos en el agua hirviendo porque el demonio ha endurecido sus corazones, dejad que se cumpla la justicia divina. Amen.
El ruido era ensordecedor, y de repente se hizo un profundo silencio. La multitud parecia contener el aliento mientras el sacerdote tiraba una piedra blanca y lisa en la caldera y ordenaba que se acercara el primer prisionero. Este temblaba de tal forma que parecia estar a punto de desplomarse. Cerrando con fuerza los ojos, se inclino sobre la caldera, pero se echo hacia atras tan pronto como aspiro la nube de vapor que salia del agua. Intento dos veces agarrar la piedra, pero en las dos ocasiones le falto el valor y se volvio a echar hacia atras. Despues del tercer intento fallido, se echo a llorar y los sargentos lo alejaron del caldero.
Un murmullo recorrio la multitud, casi como un suspiro. Se habia manifestado el Juicio de Dios y el hombre seria ahorcado. Ahora le tocaba a su companero. Tenia el rostro ceniciento y se estaba mordiendo los labios hasta hacerlos sangrar, pero avanzo con resolucion, mirando a traves del vapor para ver donde estaba la piedra. Vacilo durante tanto rato que la gente empezo a temer que el tambien se mostraria reacio a hundir las manos y empezaron a oirse murmullos de decepcion y desaprobacion. Pero entonces el hombre avanzo y metio el brazo en el caldero. Tambaleandose, sostuvo en sus manos la piedra para que todos la vieran y algunos de los espectadores le vitorearon.
El sacerdote los reprendio inmediatamente, recordandoles que el Todopoderoso no habia emitido aun su veredicto. Se le ordeno al prisionero que extendiera el brazo y un sargento lo cubrio con una venda de lino grueso. Mientras ponian en ella el sello del justicia para asegurarse de que no habria manipulacion o soborno, el sacerdote dio orden de que se volviera a llevar al hombre a la prision. En un plazo de tres dias se le quitaria la venda. Si la piel tenia ampollas y quemaduras, se le ahorcaria tambien. Si no, se le pondria en libertad.
La muchedumbre se disperso con mucha lentitud, y Justino siguio rodeado de cuerpos humanos. Estaba esperando que se abriera un camino para poder salir cuando, al mirar a la derecha, vio a Juan y a Durand juntos, de pie al otro lado del caldero.
Se reconocieron mutuamente. Al encontrarse sus miradas, la consternacion de Justino se reflejo en el rostro de Durand. A Justino no le sorprendio el que Durand hubiera llegado antes que el a Londres, porque era consciente de que habia perdido medio dia buscando un guarnicionero que reparara la rienda de su montura. No obstante, Durand tenia que haber salido de Winchester inmediatamente despues de hacerlo el, una prueba mas (si mas pruebas eran necesarias) de que el caballero venia a la ciudad para espiarle.
Durand recupero enseguida la serenidad, pero ese sobresalto habia sido muy significativo; al parecer no le habia dicho a Juan que se le habia sorprendido con las manos en la masa. A Justino le encanto el darse cuenta de que le llevaba ventaja a Durand, pero antes de tener tiempo de decidir lo que queria hacer, Juan se volvio y lo vio. Justino no pudo por menos de admirar la ecuanimidad de este hombre, porque no mostro ni el menor destello de sorpresa. En su lugar, sonrio y le hizo senas a Justino para que se acercara.
– No hay nada como un Dia del Juicio para congregar a la multitud -dijo Juan con sequedad-, sobre todo cuando los pecados que se van a juzgar no son los tuyos. ?Que os ha parecido la ordalia, senor De Quincy?
Justino se encogio de hombros.
– Yo preferiria correr el riesgo con un jurado.
Juan se echo a reir.
– Yo tambien. Es mucho mas facil sobornar a un miembro del jurado que al Todopoderoso. Pero hablando de cosas mas importantes, ?habeis decidido venderme ese caballo?
– Todavia no, senor conde.
– No me hagais esperar mucho. Puedo arrepentirme.
– No se por que, pero lo dudo, milord. -El discutir con Juan tenia un cierto atractivo, por tenso que fuera. Era como arriesgarse a caminar sobre un lago helado, sin saber si el hielo se resquebrajaria bajo sus pies. Pero tratandose de Durand, la hostilidad no tenia que ser tacita y Justino le dirigio al caballero una fria sonrisa-. Apareceis inesperadamente una y otra vez, este donde este. Si yo fuera mas suspicaz, me preguntaria si os habriais convertido en mi sombra.
– Muy extrano -dijo Durand en tono de mofa-, porque yo estaba pensando lo mismo de vos.
Una inmediata aversion surgio entre los dos hombres; una aversion tan fuerte que no le faltaba mas que echar chispas. La mirada de Juan iba del uno al otro, con los ojos entornados.
– Supongo que venis en busca de mi senora madre, senor De Quincy. La encontrareis en el gran salon.
Estas palabras eran evidentemente una autorizacion para que Justino se retirara, y Justino asi lo hizo. Tan pronto como se vio envuelto por la multitud, se dio la vuelta. Se movio con rapidez, andando de puntillas, para
