eso ya se le conoce como el rio Fleet. Era aqui donde estaba situada la carcel de Londres, un macizo edificio rodeado por un foso, de piedra color pizarra, ubicado dentro del caracteristico patio interior de una prision. Justino no habia visto nunca un espectaculo tan desolador y deprimente.
Su visita resulto ser tan inutil como turbadora. Llego, una vez mas, cuando el justicia ya se habia marchado y esta vez sin decir adonde se dirigia. Mascullando unas cuantas palabrotas entre dientes, Justino desato a
Pero era dificil concentrarse porque sus sentidos estaban todavia embotados por los ruidos y los hedores de la prision. El foso estaba lleno de agua procedente del rio, un agua fetida, turbia. Justino preferia no saber lo que yacia oculto en sus repugnantes profundidades. De la propia prision emanaba tambien un olor desagradable, una mezcla fetida de orines, cuerpos sin lavar, sudor y miedo. Hasta en el patio el aire parecia contaminado.
A todo esto se juntaba tambien la algarabia de la carcel porque tenia esta una reja de hierro que para los prisioneros era como una estrecha ventana al mundo exterior. Manos esposadas querian abrirse paso entre los hierros herrumbrosos y las voces resonaban en los oidos de Justino pidiendo limosna por el amor de Dios. Habia ya depositado un punado de monedas en las palmas extendidas, porque Lucas le habia contado algo sorprendente sobre la situacion de los prisioneros.
Segun el auxiliar del justicia, el rey Enrique suministraba fondos a su justicia para alimentar a los prisioneros, pero esta norma se convirtio en esporadica en el reinado del rey Ricardo y se dejaba cada vez mas a los prisioneros que se las arreglaran como pudieran. Aquellos que no podian pagarse la comida, la cama, la lena para el fuego, las velas o la ropa, tenian que pasarse sin todas estas cosas, a no ser que pudieran beneficiarse de la caridad de los que pasaban por alli, como Justino.
Ahora, mientras miraba, arrastraban a un hombre al patio interior. Otros dos prisioneros habian sido ya castigados de la misma manera. Sin embargo, no saludaron al recien llegado con simpatia y comprension, sino con burlas e insultos. Hasta que no inmovilizaron sus munecas y sus tobillos en el potro del tormento, el hombre continuo forcejeando, con gran regocijo de los guardias y de sus propios companeros de prision. Su actitud de desafio no iba a durar mucho porque su jubon estaba raido y andrajoso y el dia era frio y borrascoso, como correspondia a un crudo mes de febrero. Justino ya habia visto bastante. Saltando a la silla del caballo, salio al trote del patio, sin mirar atras.
Habia decidido volver a la Torre, porque estaba seguro de que el justicia apareceria alli antes o despues. Pero habia pasado la hora de la comida, y aunque habia visto a menudo en las calles de la ciudad a vendedores ambulantes de empanadas de cordero o de anguila, no se digno comprar pensando que era mas probable encontrar algo mejor entre el bullicio de los muelles. Cabalgo hacia el sur con la intencion de seguir el curso del Fleet hasta llegar al muelle del Tamesis.
El sol habia empezado a burlarse de los londinenses, cansados ya del invierno, y les ofrecia tentadoras pero breves visiones de su luz rompiendo el espesor de las nubes. Justino pasaba por el puente del Fleet cuando el acongojado gemido de un nino interrumpio sus cavilaciones sobre el paradero de Gilbert el Flamenco. Era un nino pequeno, de no mas de cinco anos, que haciendo gestos de panico senalaba hacia el rio y suplicaba a su madre diciendo: «?Salvalo, mama!».
Justino paro el caballo y escudrino el rio en vano, en busca de algo que indicara un accidente.
– ?Que pasa? -le pregunto a la persona que tenia a su lado y que mas parecia un marinero que otra cosa, porque tenia la piel curtida y oscura como el cuero de una silla de montar-, ?Se ha caido alguien al rio?
El marinero hizo un gesto negativo con la cabeza.
– Dos truhanes han tirado a un perro desde el puente y el chiquillo los ha visto. -Parecia lamentar lo ocurrido, aunque no quedaba nada claro si se compadecia del nino o del perro. Cuando la vida es tan dura para las personas, no abunda la gente que se preocupe por la crueldad con los animales. Pero habia personas que sentian un afecto especial por los perros y el marinero podia ser una de ellas. Confirmo ser asi cuando un momento despues dijo con indignacion-: El cachorro no ha podido defenderse porque le ataron al cuerpo un saco de piedras.
Justino sintio la misma indignacion. Recordaba aun lo mucho que deseo tener un perro en aquellos solitarios dias de su infancia. En el puente, los dos jovenes estaban riendose y bromeando, mientras debajo de ellos un pobre nino sollozaba como si se le fuera a romper el corazon. Al tener lugar este suceso inmediatamente despues de su inquietante visita a la carcel, la posibilidad de que el perro se ahogara provoco en Justino una ira incontrolada. Si a los truhanes que se estaban riendo en el puente se les ocurriera bajar, no habria podido resistir la tentacion de darles el mismo una muestra inolvidable de la dureza de su justicia. Pero estaban lejos, no podia alcanzarlos. Acababa de empezar a espolear a su caballo cuando el nino grito con estridencia: «?Mira, mama! ?Ahi esta!».
Una cabeza de pelo oscuro sobresalia de la superficie del agua. Luchando desesperadamente contra el peso que lo arrastraba hacia abajo, el perro trato de salir fuera aspirando desesperadamente aire antes de volver a sumergirse. Era un esfuerzo valiente, pero destinado a fracasar. Al tener que luchar con dos enemigos, la corriente del rio y ese saco de piedras, pronto estaria el perro demasiado cansado para seguir luchando. Los que lo estaban observando sabian que el animal se ahogaria sin remedio.
Solo el nino y el cachorro tenian esperanza. La madre intento por todos los medios llevarse al nino de alli, pero este se resistia con todas sus fuerzas, lloraba y suplicaba y hasta los adultos se movian inquietos y tal vez avergonzados ante la mirada suplicante del nino. Muy pocas personas sabian nadar y solo un loco se tiraria al rio helado para salvar a un perro, por muy buen nadador que fuera. Se oian los murmullos de la muchedumbre e incluso algunas exclamaciones de colera. ?Por que prolongar al desdichado animal su agonia y el malestar de la gente?
Justino, sin pensarselo dos veces, se bajo del caballo y le entrego las riendas al miron que le infundio mas Confianza, un monje de la orden de Cluny.
– Hermano, os agradeceria que os ocuparais de mi caballo.
Dirigiendose a grandes zancadas al embarcadero, busco en vano una barca amarrada a un prois; suponia que eso era esperar demasiado. Pero si encontro un garfio oxidado. Un poco apurado, se arrodillo al final del espigon e incito al aterrado animal a que nadara hacia donde el estaba. Solo se le veian ahora el hocico y los ojos, pero aquellos ojos iban a obsesionarle, estaba seguro. No obstante, por mucho que lo intentara, no podia llegar lo suficientemente cerca del animal para salvarlo.
– No se puede hacer nada -murmuro, sin saber si estaba hablando consigo mismo o con el animal-, nada…
– Yo te sujetare, muchacho -dijo una voz detras de el y, al mirar hacia arriba, vio que lo habian seguido el marinero y la mayoria de los curiosos. Esperando no caer de cabeza al rio, se aflojo la espada y dejo que el marinero lo bajara por el borde del muelle.
El perro seguia todavia fuera del alcance de su mano y Justino sabia que el tiempo apremiaba. «Maria, Senora Nuestra, ayudanos», susurro. Metiendo el rezon en el agua, le alento: «?Vamos, perrito, ven aqui!». El perro se acerco nadando, paso por el garfio y le dio la vuelta. Entonces Justino movio la cadena y logro engancharle.
«?Cristo, lo enganche!». Justino no esperaba realmente conseguirlo, pero subitamente la cabeza y las patas delanteras del perro salieron del agua, prueba de que habia logrado engancharse a la cuerda. La multitud lanzo gritos de alegria y el marinero felicito, entusiasmado, a Justino, pero su euforia empezo a decaer. ?Y ahora que?
– Si te paso a ti el garfio -le dijo al marinero-, intentare yo cortar la soga con la espada. Pero ?como lo sacaremos del rio? No podra llegar a la orilla el solo; la ribera es demasiado empinada para que el la pueda remontar.
– ?Creeis que podreis alzar la cuerda a la altura suficiente para que yo la agarre?
– Puedo intentarlo -replico Justino, dudoso, y empezo a manipular lentamente el garfio hacia la superficie. Pesaba mucho y pronto se dio cuenta de que lo que habia cogido no era la cuerda, sino el saco de las piedras. ?Caramba, que suerte! La Bienaventurada Virgen Maria les habia ayudado. Un poco despues, aparecio el saco, convenientemente atravesado por uno de los dientes del garfio-. ?Subeme! -dijo Justino, y le toco al marinero asomarse al espacio, suspendido en el borde de la orilla. Al enrollar Justino el garfio, el marinero lo agarro y sonrio cuando su puno apreto con fuerza la soga.
– Ahora, voy a subirlo hasta arriba -dijo-. Mas vale herirlo que dejarle que se ahogue.
Justino asintio y a continuacion blandio su espada y corto la soga por encima del nudo. El saco cayo al rio con
