un sonoro ?plaf! y el se inclino para ayudar al marinero a tirar del perro y ponerlo en el muelle. Un fuerte tiron, un gemido y se acabo… Pero el perro estaba demasiado debil para sacudirse el agua del cuerpo y se tumbo, inmovil, sobre los tablones de madera, con sus flancos subiendo y bajando con el esfuerzo de la respiracion. Justino se inclino y le quito la soga del cuello. Durante unos momentos llenos de inquietud, el animal permanecio alli en el suelo, mustio y empapado. De repente, se puso a dar arcadas.

El momento de tension habia pasado y la gente empezo a hablar y reir. Justino y el marinero se encontraron rodeados de un circulo de hombres y mujeres que mostraban su aprobacion. Hasta aquellos que normalmente habrian permanecido indiferentes a la muerte de un perro se habian visto implicados en la escena del salvamento y estaban encantados con el resultado, con excepcion de los dos truhanes asomados al pretil del puente.

Habian estado silbando y mofandose, pero Justino estaba demasiado preocupado para hacer caso de ellos. Ahora renacio su colera y cuando uno de ellos despotricaba furioso con juramentos por haberse metido «con nuestro perro» en lo que no le importaba, Justino grito:

– ?Bajad y reclamadlo, si os atreveis!

A la muchedumbre le gusto aquello y unos cuantos hombres empezaron a hablar en voz muy alta de azotes y castigos aun peores. Los individuos continuaron despotricando pero permanecieron prudentemente donde estaban. Alguien le presto a Justino un saco de canamo para que secara lo mejor posible al perro, que seguia tiritando. Para entonces, el primer defensor del perro se habia abierto paso entre la multitud de curiosos. Arrodillandose al lado del animal, el chiquillo puso la mojada cabeza del perro en su regazo y levanto los ojos para mirar a Justino y al marinero con una sonrisa de puro agradecimiento.

Un vendedor ambulante atraido por el gentio empezaba a recitar los meritos de sus «empanadas calientes y sabrosas». No eran ni una cosa ni otra, pues habian salido del fuego hacia horas y rezumaban grasientas, pero pronto empezo a venderlas. Justino compro dos y le ofrecio una al perro, cuyas costillas, que se le podian contar a traves de la piel, eran prueba evidente de un perpetuo estado de hambre. Como lo fue tambien la rapidez con que engullo la empanada, tanto es asi que Justino termino por darle la segunda. Pasada la excitacion, la gente empezo a dispersarse. Cuando la madre del nino lo levanto del suelo, Justino sugirio:

– Este perrito sera el animal domestico ideal para vuestro hijo.

El rostro del nino se ilumino, pero la madre dirigio a Justino una mirada airada, diciendole bruscamente:

– ?De ninguna manera! Vamos, Ned. -Fulminando todavia a Justino con la mirada, se llevo a tirones a su hijo del muelle.

Justino y el marinero se miraron el uno al otro. Su asociacion habia tenido un gran exito pero habia concluido. Recuperando su caballo de manos del monje, que esperaba pacientemente, Justino se subio a el y empezo a espolearlo hacia el camino, seguido de una oleada de risas. Al mirar perplejo hacia atras, pronto comprendio la causa de la algarabia de la multitud. El perro se habia levantado y lo iba siguiendo.

Justino tenia el plan de seguir por la parte este de Thames Street en direccion a la Torre. El trafico era denso, la calle estaba abarrotada de jinetes, de carros pesados, de peatones y de animales extraviados. Pero al acercarse al nuevo puente, la calle estaba tan congestionada que no podia uno moverse. Miro impaciente hacia adelante para tratar de averiguar la causa del atasco. Tan pronto como vio a un hombre cabalgando hacia atras, forzado a mirar la grupa de su caballo, con las manos y los pies atados, y empapado de vino, comprendio lo que ocurria. Era costumbre entonces que el panadero que hiciera trampa con su balanza, el tabernero que anadiera agua al vino, el comerciante que enganara a sus parroquianos, fuera sometido al mismo castigo: ser exhibido por toda la ciudad, a fin de que todos fueran testigos de su deshonra. A Justino le parecia bien el castigo, pero hoy no tenia tiempo de observarlo y se metio por Bridge Street, con la intencion de dar esquinazo al desfile.

No habia forma de deshacerse aun de su sombra canina. Al principio trato de desalentar sin muchas ganas al perro. Pero despues decidio que seria mejor para la pobre criatura alejarse lo antes posible de sus verdugos. ?Quien podia decir que no lo fueran a intentar de nuevo una vez que los protectores del cachorro hubieran desaparecido?

Al toparse con otro vendedor ambulante, Justino se acordo de que no habia comido todavia y llamo al hombre. Un debil y esperanzador ladrido le gano al perro un pastel de carne de cerdo. Tirandole una moneda al vendedor, Justino se puso otra vez en marcha. Pero no habia cabalgado mucho cuando noto que cambiaba el paso de su caballo. Arrugando el entrecejo, salto al suelo. Un examen minucioso de la pata izquierda del caballo revelo el problema, se le habia metido un guijarro entre la ranilla y la herradura. Pero por mucho que intento sacar el guijarro no pudo. Enderezandose, se quedo de pie junto al cojo semental, en mitad del transito de la calle, y maldijo su mala suerte. De nada le sirvio.

Justino se movia, inquieto, esperando ansiosamente el veredicto. Pero el herrero no parecia tener prisa. Era un hombre de unos cuarenta y tantos anos, delgado, con el pelo canoso, y de pocas palabras. Llevaba a cabo su oficio tranquila y metodicamente, ganandose primero la confianza del caballo, examinando el casco y extrayendo el guijarro con unas pinzas.

– El casco esta muy magullado -dijo al fin-, Pero no creo que la herida sea de gran importancia. Puedo ponerle ahora un emplasto si quereis. Pero no cabalgueis sobre el en unos cuantos dias, porque necesitara tiempo para que cicatrice.

Cuando Justino acepto de buen grado el consejo del herrero, diciendo que no arriesgaria de ninguna manera la salud de su caballo, el hombre manifesto su aprobacion porque no todos sus clientes eran tan solicitos con sus monturas. Llegaron pronto a un acuerdo respecto al precio, mutuamente aceptable, por alojar y tratar a Copper, y cuando Justino le pregunto si sabia de algun alojamiento por alli cerca, el hombre le sugirio que lo intentara en la taberna que habia en Gracechurch Street.

– El dueno ya no vive en el piso de arriba y alquila las habitaciones. Preguntad por Nell. Decidle que os manda Gunter el herrero.

La taberna estaba muy cerca de la herreria y era un edificio de madera de dos pisos, que habia conocido mejores tiempos; el encalado habia cobrado ya un color gris sucio, sus contraventanas se veian muy alabeadas y el poste con el nombre de la taberna se inclinaba sobre la calle en un angulo que parecia, por su posicion, estar en estado de embriaguez. El interior era tetrico y exhalaba un fuerte olor a cerveza derramada. Un parroquiano borracho estaba desplomado, roncando, sobre una mesa en un rincon. Otros dos hombres jugaban a las damas y flirteaban con una criada con aspecto de aburrimiento. Fijo su mirada en Justino sin mostrar ningun especial interes.

– ?En que os puedo servir, amigo?

– Quisiera hablar con Nell.

– Lo estais haciendo ya -le contesto ella, y Justino la volvio a mirar sorprendido. Estar a cargo de una taberna era una tarea que exigia mucha atencion, especialmente para una mujer, y el se habia imaginado a Nell como a una marimandona, practica, entrada en anos y sobrada de carnes. En su lugar se encontro frente a frente con una especie de figurilla de madera. Era joven, no mucho mayor que el propio Justino y media apenas cinco pies de estatura. Tenia un cabello abundante y rizado, que se le escapaba de sus horquillas como una cascada de agua de verano, unas cuantas pecas aqui y alla y unos ojos azules protegidos por doradas pestanas. A primera vista, parecia un conejo entre zorros. Justino no podia concebir una atmosfera menos adecuada para esta criatura que la sucia taberna. Pero esos ojos azules no eran ni inocentes ni confiados y cuando el le pregunto si podia alquilar una habitacion, la muchacha lo examino detenidamente con una esceptica sonrisa.

– ?Por que razon se os ha ocurrido buscar alojamiento en un tugurio como este?

A Justino le hizo gracia su brusquedad.

– Alabo vuestra franqueza, aunque no vuestra hospitalidad. Tengo a mi caballo cojo al otro lado de la calle, en la herreria, y necesito un lugar cercano hasta que pueda volver a andar. Gunter me dijo que probablemente me podriais alquilar una habitacion. ?Podeis o no podeis?

– ?Gunter responde de vos? ?Por que no empezasteis por decirme eso? -Esta vez su sonrisa era sincera, aunque sus ojos tenian aun una expresion cautelosa-. Mi hija y yo compartimos una de las habitaciones, asi que tengo cuidado de a quien le alquilo las otras. Si Gunter responde de vos, eso me basta. Si estais dispuesto a pagarme medio penique por noche, la habitacion es vuestra. Pero perros, no.

– No tengo pe… ?Oh, no! -Y mirando a su alrededor, vio que el cachorro le habia seguido a la taberna y estaba echado placidamente a sus pies-. No es mio.

La sonrisa esceptica de Nell volvio a alegrar su rostro.

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