– ?Lo sabe el?

Justino sonrio compungido.

– Bueno, estoy haciendo todo lo posible para convencerlo. De verdad que no es mio, pero estoy tratando de encontrar una casa que quiera quedarselo. Estara aqui un dia o dos, no mas.

– En esto soy inflexible. Bastantes pulgas cogemos de nuestros clientes para que un sarnoso perro callejero nos traiga mas.

– Si hubiera tenido pulgas, se habrian ahogado todas en el rio Fleet.

Nell fruncio el ceno, pero su curiosidad pudo mas y pregunto:

– Y ?que estaba haciendo en el rio? Hace mucho frio para echarse a nadar.

– Un par de truhanes mal nacidos lo tiraron desde el puente. Yo lo saque como si fuera un pez y cometi el error de darle de comer. El pobre animalito no debe de haber recibido buen trato en toda su vida ni ha tenido tampoco suerte. Tu se la puedes dar, muchacha. Dame simplemente un dia para encontrarle un dueno.

– Nunca me tropece con un hombre que tratara de seducirme por amor a un perro -dijo Nell con cierta aspereza-. Un dia y ni un minuto mas.

Cogio una de las velas de sebo que chisporroteaban en un rincon y lo condujo al hueco de la escalera. El perro retozaba alrededor de ellos, decidido a no perder de vista a Justino. La habitacion era pequena y no tenia mas que un taburete y un catre. Justino no pudo contener la risa cuando el perro salto inmediatamente al catre. Tratando de parecer severo, le ordeno: «?Shadow, bajate!».

Nell puso la vela en el taburete y se dirigio a la puerta. Fue ella quien dijo la ultima palabra:

– De tu perro, ni hablar, ?comprendido?

Despues de comprar pergamino, una pluma de ganso y tinta en el mercado de Eastcheap, Justino escribio una breve carta a Lucas informandole de que lo podia encontrar en la taberna. Si Lucas descubria la identidad del compinche del Flamenco, este seria un mensaje demasiado importante para perderlo. Su unica esperanza era que Lucas no estuviera tambien informando a Juan acerca de donde podia encontrarlo. Se puso en camino hacia la Torre, mirando de vez en cuando hacia atras para ver si el perro lo seguia: y asi era. Llegaron a la Torre a ultima hora de la tarde y esta vez la suerte sonrio a Justino: el justicia estaba alli.

Roger Fitz Alan no podia ser mas diferente a Lucas de Marston. Era delicado, elegante e introvertido: ni llamar la atencion, ni ideas soterradas, ni gracia histrionica. Justino no necesitaria que le dijeran que su cargo era un cargo politico. El propio Fitz Alan reconocio un poco a su pesar que no conocia personalmente a este tal Gilbert el Flamenco. Pero prometio hacer todo lo que estuviera en su mano para capturar al hombre.

– Tal vez uno de mis sargentos pueda ayudaros. Conoce bien todas las madrigueras de Londres y a la mayoria de las ratas. Le dire que os busque en esa taberna de Gracechurch Street, ?no es asi?

Justino dio cortesmente las gracias al justicia, pero sin entusiasmo ni optimismo. Tenia la clara impresion de que estaba solo. Ocultando su desilusion lo mejor que pudo, se despidio del justicia y salio al patio de la Torre. Casi inmediatamente, su humor y su dia empezaron a mejorar. Una voz femenina algo ronca susurro su nombre y el se dio la vuelta para encontrarse frente a frente con Claudine de Loudun.

– ?Quien es vuestro peludo amigo?

Justino estaba deseando relatar la historia del rescate del perro porque sabia que este era el tipo de hazanas que causaria una buena impresion en la mayoria de las mujeres, y Claudine era una mujer cuya amistad y proteccion deseaba fervientemente ganarse. Cuando termino, le parecio que estaba haciendo progresos, porque la joven le habia escuchado absorta y embelesada, con una sonrisa que prometia un sinfin de enigmaticas posibilidades.

– Teneis un buen corazon, senor De Quincy.

– Tengo tambien un perro, demoiselle, un perro con el que no me puedo quedar. Pero vos podeis… Esperad y escuchadme. Mirad primero este hermoso animal.

Estaba ahora jugando con la verdad, porque Shadow era un animal desalinado, escualido y sucio, con una larga pelambrera enmaranada y uno de sus flancos formando con su cuerpo un angulo extrano. Justino calculo que tendria unos cinco o seis meses y si esas garras, parecidas a las de un oso, eran una indicacion correcta de su tamano, seria, dentro de nada, un perro grande. Parecia haber algo peculiar en sus antepasados porque su dorso tenia la inclinacion del de un lobo y una de sus orejas estaba levantada en posicion de alerta; la otra la tenia caida, prestandole un aspecto comico, al que tambien contribuia una mancha blanca en forma de circulo alrededor de su ojo izquierdo, como si la hubieran pintado con cal. En conjunto, Justino no podia imaginarse un candidato menos adecuado para una adopcion real, pero persevero, insistiendo en que «si habia nacido un perro destinado a ser el animal domestico de una mujer hermosa, este era ese perro».

Claudine se echo a reir y movia, curiosa, la cabeza.

– Hermoso, ciertamente hermoso -asintio, sin dejar de mirar a Justino-. Pero los perros no son tan inconstantes como los hombres y el ha elegido ya a su amo. En conciencia, ?como voy a inmiscuirme entre los dos?

Y como si le hubieran hecho una senal, el perro gimio y dirigio a Justino el tipo de mirada tierna y arrobada que este habria querido recibir de Claudine. No tuvo mas remedio que entregarse con una sonrisa y un encogimiento de hombros.

– No se puede censurar a un hombre por intentarlo, demoiselle.

– Yo nunca lo hago, senor De Quincy -le aseguro ella con una provocativa mirada de soslayo, a traves de unas pestanas increiblemente largas. Y se pusieron juntos camino de la Torre Blanca y los apartamentos reales-. Me alegro de que nos hayamos encontrado -confio Claudine-, porque hay una pregunta que hace tiempo he querido haceros. ?Os ofenderia que os preguntara algo muy personal?

Justino nunca habia sido timido con las mujeres, pero no le habia hecho nunca la corte a ninguna mujer como esta, la confidente de la reina. Era como lanzar una flecha a la luna. Pero al encontrarse con sus ojos, la luna parecia estar mucho mas cerca de lo que el habia osado esperar.

– Os ruego que me hagais esa pregunta, demoiselle.

– Bueno, he estado pensando si sois, tal vez, un hijo ilegitimo del rey.

Justino solto una carcajada de sorpresa.

– ?Dios mio, no! ?Como habeis pensado semejante cosa?

– La reina, indirectamente. Cuando le pregunte por vos, os advierto de nuevo que soy muy curiosa, no me quiso responder, salvo que teniais un arbol genealogico muy interesante, enraizado en suelo sagrado. Reconozco que no entendi lo que queria decirme. Pero pense que estaba aludiendo a que teniais un padre ilustre, y se me vino a la mente el rey Enrique. Dejaos de reir porque esto no es tan ridiculo como parece. Pienso que os habeis granjeado la confianza de la reina con asombrosa facilidad: un dia, un mero desconocido; al siguiente, un emisario confidencial. Ademas, teneis esos ojos grises como el humo del rey Enrique. Y ciertamente hay un secreto entre la reina y vos. En suma, que sois indudablemente el hombre mas misterioso que he conocido jamas.

Riendose todavia, Justino cogio una de sus manos en las suyas y se la llevo a los labios.

– Tratad de conocerme mejor -dijo- y compartire con vos todos mis vergonzosos secretos, demoiselle.

Claudine no era una mujer inexperta en escarceos amorosos; sabia exactamente cuando avanzar, cuando retirarse y cuando mantenerse en su sitio.

– No lo olvidare -dijo, con aire despreocupado, pero dejando que sus dedos descansaran un momento mas en la mano de Justino. Habian llegado ya al cuerpo central de la Torre y dejaron de lado, pero no olvidaron, su coqueteo, hasta momento mas oportuno-. ?Estais aqui para ver a la reina, senor De Quincy? Justino asintio.

– Queria decirle a Su Alteza que no estare alojado en la abadia de la Santisima Trinidad. De momento estare en la taberna de Gracechurch Street. Mi caballo se ha herido una pata esta tarde, esta algo cojo y le he tenido que dejar descansar. Tengo tambien una carta para el auxiliar del justicia de Hampshire. -Vacilo porque le avergonzaba tener que confesar que no sabia como contratar un mensajero; nunca habia tenido motivo para enviar una carta-. Espero que el secretario de la reina sepa de un hombre que vaya en direccion a Winchester.

– No hay necesidad de esperar a que un viejo vaya en esa direccion. La reina despachara un correo real con vuestra carta. Y yo le dire que os alojais ahora en Gracechurch Street, si asi lo deseais. A no ser que querais verla personalmente.

Justino hizo un gesto negativo con la cabeza.

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