– No tienes por que preocuparte por eso. Gunter duerme en su herreria, no duerme aqui desde hace meses, exactamente desde que murio su mujer.

Shadow empujaba con la pata el brazo de Justino, fijos los ojos en el pan, a unas tentadoras pulgadas de distancia de su nariz. Cogio un trozo, lo mojo en la sopa y se lo tiro al perro.

– Enormemente extrano -dijo con voz debil-; Gunter me ha salvado la vida y no se nada de el. ?Cuando murio su mujer?

– Hace un ano mas o menos. No recuerdo la fecha exacta, pero se que fue durante la cuaresma. Maude fue siempre muy delicada y estuvo enferma durante muchos anos. Pero Gunter la adoraba. Habrias creido que era la reina de Inglaterra por la manera en que la miraba. -La sombra de una sonrisa cruzo por los labios de Nell. En tono de anoranza, anadio-: Nunca crei que un hombre pudiera ser tan tierno hasta que vi a Gunter tomarla entre sus brazos rogandole que comiera. La pobre mujer se consumio. Despues de enterrarla, Gunter salio de casa. Todos creimos que volveria una vez pasado su periodo de luto. Y en vista de que no lo hacia, hubo algunos que se indignaron calificando de derroche escandaloso dejar una casa vacia. Pero ninguno se atrevia a decirselo a Gunter a la cara, porque es un hombre tranquilo, raramente irritable y sin embargo…, sin embargo, la gente no se mete en sus asuntos…, ya sabes lo que quiero decir.

– Si, lo se -asintio Justino, porque le iba a costar trabajo olvidar la imagen de Gunter dando vueltas sin parar para enfrentarse a los asesinos, con la horca en la mano.

– Los vecinos hicieron todo lo que pudieron para consolarle. Aqui en Gracechurch Street tratamos de ayudarnos unos a otros. Por supuesto, algunas mujeres pensaban en otras cosas ademas de consolarlo, porque Gunter es un buen partido: un cristiano temeroso de Dios, con un corazon de oro y un negocio prospero. Pero ni las empanadas ni el pan recien salido del horno que llevaban a la herreria le sirvieron de nada. Gunter habia estado siempre dispuesto a echarle una mano a quien lo necesitara, pero fue siempre tambien muy reservado. Y desde la muerte de Maude, se ha hecho cada vez mas un… ?Cual es la palabra para describir a esos hombres santos, los que se apartan de la compania de los demas y viven como retraidos?

– ?Un ermitano?

– ?Eso es, un ermitano! -asintio Nell con rotundidad-. Yo observo a veces a Gunter bebiendo su cerveza. Tiene un aspecto tan triste que parece que se le ha olvidado sonreir. Pero un hombre elige su propio camino, ?no es asi?

– Gunter y Maude ?no tuvieron hijos?

– Muchos, pero nacieron muertos. Solamente sobrevivio uno, un hijo al que pusieron por nombre Tomas. La gente decia que el sol salia y se ponia en los ojos de aquel muchacho.

– ?Y que le paso? -pregunto Justino, sabiendo de antemano que la historia del herrero no iba a tener un final feliz.

– Se ahogo cuando tenia trece anos. Estaba jugando con unos amigos al lado del rio y se cayo en el. Esto ocurrio mucho antes de que yo viniera a vivir a esta calle. Tom tendria ahora mas o menos tu edad si viviera.

Nell le conto las desgracias del herrador como una cosa natural, como si le estuviera contando las suyas. Aceptaba el dolor como aceptaba el frio de enero o el calor reseco de julio.

– Dejame que te traiga un poco mas de sopa -le dijo, y sin hacer caso de que Justino rechazaba su ofrecimiento, se dirigio a la lumbre y empezo a llenarle otro cuenco.

– ?Casi se me olvida! -Se volvio con tal apresuramiento que casi derramo la sopa-. Vino ese sargento. No me puedo acordar de su nombre, ese que parece como si se hubiera escapado del infierno cuando el diablo estaba de espaldas. Todos le dijimos lo que pudimos y dijo que volveria manana, ?si, por azar, estabas todavia vivo! No tengo mas remedio que decirte, Justino, que no me gustan mucho los amigos que tienes.

– A mi tampoco, Nell. -A Justino empezo a dolerle otra vez la cabeza. La apoyo en la almohada, cerro los ojos y se quedo dormido instantaneamente, pero momentos despues le desperto la entrada de Gunter.

– Teneis mejor aspecto que la ultima vez que os vi -dijo el herrador, con una leve sonrisa, y Justino sintio que lo invadia un sentimiento de gratitud tan intenso que se le hizo un nudo en la garganta.

– Si no hubiera sido por vos, lo tendria mucho peor porque seria un cadaver. Os debo la vida, Gunter. No se como pagar una deuda asi. Si hay algo que pueda hacer por vos: acompanaros a una peregrinacion a Tierra Santa, atrapar a cualquiera de vuestros enemigos, limpiar de estiercol vuestros establos, estoy a vuestra disposicion.

– A lo mejor acepto vuestro ofrecimiento sobre los establos. -Aunque trataba de no dar importancia a lo acontecido, los ojos de Gunter estaban tristes-. ?Os dijo Nell que aquellos forajidos se escaparon? Por eso me quede muy inquieto esta tarde cuando un hombre vino a a la taberna preguntando por vos. Dijo que se llamaba Nicolas de Mydden. ?Lo conoceis?

Justino arrugo el entrecejo.

– No, ese nombre no me dice nada.

– ?Se acordaba Ellis de lo que le ordene que dijera si alguien venia a preguntar por Justino? -Volviendose al propio Justino, Nell explico-: Ellis es un chico del pueblo que me echa una mano en la taberna cuando lo necesito. No me habra dejado mal, ?verdad Gunter?

– No, insistio una y otra vez en que nunca habia oido hablar de ese tal Justino de Quincy. Pero el hombre vino a buscarme a mi a la herreria. Sabia todo lo de vuestro caballo cojo, Justino, asi que a duras penas podia hacerme el tonto, como Ellis. Le dije que fuera a la otra taberna de Gracechurch Street.

– No sabia que hubiera en esta calle otra taberna -dijo Justino sorprendido, y Gunter lo miro con un destello inesperado de buen humor.

– No la hay, por lo que Mydden se dara cuenta de ello y volvera aqui. Mas vale que decidamos lo que queremos hacer de el.

Justino estaba perplejo. Ni Gilbert el Flamenco ni Pepper Clem podian haberse enterado de lo de la cojera de Copper.

– Y este Nicolas de Mydden, ?que pinta tiene, Gunter?

– Acicalado como un gato. Que Dios nos asista si alguna vez se le salpica su esplendido manto de barro o se le ensucian de fango los zapatos. No tan alto como vos, con el cabello y la barba del color de la paja secada al sol y el tipo de cortesia que es dificil distinguir de un insulto. De origen noble, diria yo, pero tambien un mentiroso redomado, fijaos que alego que teniais una cita con el en la Torre antes del mediodia.

– ?Santo Dios! -exclamo Justino y se incorporo bruscamente, lo que le produjo un vivisimo dolor. Cuando vio a la reina en Westminster el dia de la Purificacion, le prometio que le presentaria un informe el lunes siguiente-. ?La Torre, se me habia olvidado! ?Hoy es lunes!

Gunter lo observo detenidamente.

– ?Asi que os gustaria verle, despues de todo?

– Si -Justino vacilo, atormentado ante el dilema, por una parte del silencio que le debia a Leonor y, por otra, de la honestidad y lealtad que les debia a Gunter y a Nell-. De verdad que no conozco a ese hombre -dijo al fin-, pero tengo que verle. Es uno de los caballeros de la corte de la reina. Os contaria mas cosas si pudiera hacerlo. Y espero conseguirlo mas adelante. Hasta ese momento, os ruego que confieis en mi y que me lo traigais aqui.

– Entonces, mas vale que vaya a buscarlo -dijo Gunter sin alterarse, y se dirigio a la puerta.

A diferencia del herrador, Nell no hizo nada por controlar su curiosidad. Clavo su mirada en Justino.

– ?La corte de la reina! -repitio con un tono de incredulidad-. Pues ?quien eres tu, Justino de Quincy?

A Justino, Nicolas de Mydden le recordaba a un gato. Esmeradamente acicalado, distante y reservado. Si llevaba su cabellera alborotada por la desesperada e infructuosa caza que se le habia encomendado, nada, en cambio, ni en su comportamiento ni en su semblante le delataba esa inquietud. Siguio a Gunter hasta la casa sin quejarse y, una vez alli, espero serenamente a que Justino le diera una explicacion.

Resulto ser una persona que sabia escuchar y asi lo hizo sin interrumpirlo. Solo cuando Justino termino, dijo:

– Cuando no aparecisteis en la Torre esta manana como habiamos convenido, la reina temio que os hubiera ocurrido algo. Despues de todo, a las reinas no se les hace esperar porque un hombre se haya despertado tarde o porque se haya detenido en una taberna en el camino. Yo no se nada de la mision que estais llevando a cabo para la reina -continuo prudentemente-, solo se que era necesario que os viera. Pero asumo que ese ataque que habeis sufrido no ha sido la consecuencia de un robo al azar.

– Podeis jurarlo sin temor a equivocaros -dijo Justino con gravedad-. Su Majestad ha demostrado su bondad

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