fue precisamente lo que el deseaba: sus labios se entreabrieron y sus brazos le rodearon el cuello.
Finalmente, el ruido de una puerta al abrirse alli cerca interrumpio el hechizo erotico, y se separaron.
– Vamos -susurro Claudine-, esos pasos pueden ser los del capellan de la reina.
Bajaron las escaleras corriendo cogidos de la mano y salieron al patio. Habia estado nevando sin cesar toda la manana y los copos de nieve oscilaban perezosamente alrededor de ellos, tan suaves y leves al tacto que bien pudieran haber sido un aguacero de delicadas flores de invierno. Cuando Claudine cogio un poco de nieve con la punta de la lengua, Justino se echo a reir.
– ?Hazlo otra vez y no respondo de las consecuencias!
– Me importan un bledo las consecuencias -dijo con un tono de ligereza, haciendo como si estuviera chupando otro poco de nieve con el labio inferior-. Llevo algun tiempo pensando en preguntarte, Justino, si has encontrado el broche de mi manto, una luna creciente de plata. Tal vez lo perdi en tu casita, porque lo echo de menos desde que te visite aquella noche.
– Lo buscare -dijo Justino y le cogio la mano para llevarsela a los labios, besandole la palma, y luego la parte interior de la muneca.
– Sera mas facil encontrarlo si lo buscamos juntos.
– ?A que esperamos? -Cuando lo cogio del brazo, Justino penso que si Eva tenia una sonrisa tan cautivadora como la de Claudine, no era de extranar que Adan hubiera estado tan dispuesto a probar el fruto prohibido.
La casa estaba fria, nadie se habia molestado en encender el fuego en la chimenea, y no tuvieron mas remedio que calentar la cama. Se metieron debajo de las mantas para calentarse y compartieron una comida que Justino habia improvisado de su escasa despensa. Se disculpo por la sencillez de la comida, pero lo unico que hizo Claudine fue reirse, asegurandole que era un anfitrion perfecto en lo que realmente importaba. El no habia conocido jamas una mujer tan juguetona y provocativa y observandola mientras comia con fruicion su racion de pan moreno y queso de cabra, experimento una sensacion de inquietud. Seria muy facil enamorarse de ella, tan facil como peligroso.
Tenia el pelo suave como la seda y negro como una medianoche de verano. Cuando le puso una larga guedeja alrededor de su garganta, Claudine se rio y le mordio el lobulo de la oreja con unos dientes que parecian pequenas y perfectas perlas. Apoyando la cabeza en su hombro, le pregunto:
– ?En que estas pensando? En mi…, supongo.
Justino no podia decirle que estaba pensando: quiera demasiado cautivadora para el. En su lugar, le dijo como quien no quiere la cosa:
– Estaba pensando que debia haber una ley que impidiera a una mujer ser tan hermosa. No solamente es injusto para las otras mujeres, sino que es un riesgo para el trafico que circula por la ciudad. Es muy probable que los hombres que cabalgan por ella te miren mas a ti que a la calle y suelten las riendas de sus caballos y pierdan los estribos para postrarse a tus pies en mitad de la calle.
Ella sonrio suavemente.
– ?Cuanta razon tienes! Hasta el alcalde me pidio quino me aventurara a salir a la ciudad durante el dia porque no podian hacer frente al caos que ocasionaba. ?Te importaria que limitara mis visitas a las horas de la noche?
Justino se incorporo y se apoyo en el codo.
– Tendre que pensarlo. ?Crees que debe inquietarme el que tu puedas ser un sucubo? Estos seres salen tambien solamente de noche.
Claudine parpadeo.
– ?Un que?
– Un sucubo, un espiritu sensual de mujer que viene por la noche a robar el semen del hombre mientras duerme.
– Me has cogido
Justino sonrio.
– Las leyes de la guerra estipulan entrega incondicional a los sucubos. ?Como es posible que no supieras eso, Claudine?
– Desgraciadamente, mi educacion intelectual ha sido poca. La tuya, sin embargo, parece haber sido muy completa. ?Estas seguro de que no eres uno de los hijos ilegitimos del rey Enrique? ?Quien eres, Justino, de verdad?
– Soy un hombre hechizado por tus ojos oscuros -contesto, eludiendo la pregunta-, un hombre sediento otra vez de tus besos dulces como el vino.
Ella habia sido tan generosa con la historia de su vida como lo habia sido con su cuerpo, hablando con franqueza de su difunto esposo y de sus hermanos residentes en Aquitania, contandole cosas de una juventud banada por el sol, que parecian el polo opuesto de los anos solitarios de la infancia de Justino. ?Que le podria contar el a cambio? ?Algo sobre los insultos, llamandole «bastardo» y «cachorro del diablo» y la obstinada negativa de Aubrey a reconocer su paternidad?
Claudine se volvio para verle la cara.
– Asi que lo que quieres es seguir siendo un hombre misterioso, ?no es eso? Eso es cosa tuya, pero quiero advertirte que yo soy muy habil para resolver rompecabezas. Lo primero es lo primero… -y se inclino sobre el y le dio un beso «dulce como el vino». Echandose hacia atras, lo estudio detenidamente-. Yo se poco latin, no mas que las respuestas de la misa y unas pocas frases sueltas… como
– Si -dijo el lentamente-, lo se. «Apoderate del dia.»
Ella asintio.
– Es un pensamiento profundo, ?verdad? -Cuando el hizo un gesto afirmativo de cabeza, ella sonrio y lo volvio a besar.
Justino comprendio mucho mas que la mera traduccion de la frase latina. Comprendio que lo que ella estaba tratando de decirle, con el mayor tacto posible, era que no habia un futuro para los dos juntos. Eso ya lo sabia el. Ella era una criatura privilegiada, viuda con propiedades en Aquitania y un lejano parentesco con la reina. En cambio, el era un hijo del pecado, sin propiedades, sin tierra donde pudieran enterrarle. Todo lo que poseia cabia en las alforjas de su montura. Podian compartir un lecho, pero no un manana, hacer el amor pero no hacer planes. Se alegro de su discreta advertencia. En bien de ambos no debia pedir mas de lo que ella podia dar.
– «Apoderate del dia» -repitio, y la cogio en sus brazos. Pero unos momentos despues, les sorprendieron unos fuertes golpes en la puerta. Arropandose en una manta, Justino desenvaino la espada antes de descorrer el cerrojo y entreabrir la puerta.
El hombre que estaba fuera era un desconocido.
– ?Senor De Quincy? Me manda mi sargento.
Justino abrio la puerta un poco mas.
– ?Jonas?
– Si. Me ha dicho que os lleve a su presencia.
– ?Por que?
– El senor Jonas no es hombre que de explicaciones. Dice: «?Hazlo!» y lo hacemos o Dios nos asista. Quiere que os encontreis con el inmediatamente en Moorfields.
Justino estaba todavia aprendiendo los vericuetos, los alrededores y los barrios de Londres.
– ?Donde esta Moorfields?
El hombre lo miro con el asombro integral de un nativo de Londres.
– ?Pero si todo el mundo sabe donde esta Moorfields! Son los prados al norte de las murallas de la ciudad. ?Quereis que os espere? -Cuando Justino hizo un ademan negativo con la cabeza, se preparo para marcharse y despues miro hacia atras-. Creo -anadio- que os quiere para no se que de un cadaver.
Moorfields era un lugar de recreo para la gente joven y aventurera de Londres. Tan pronto como en el invierno se helaban las aguas acudian las multitudes a los pantanos a patinar. Descendian en picado por el hielo, los mas atrevidos propulsandose a si mismos con los pies atados a las tibias de los caballos y valiendose de
