– Se proponia marchar hacia el este, para reunirse con mi senor de Warwick. Pero nos llego la noticia de que Jasper Tudor, el medio hermano gales del rey, y el conde de Wiltshire reunian una numerosa fuerza en Gales. Vuestro hijo decidio regresar a Gales para frenar su avance. Los cogimos por sorpresa, madame. No esperaban que Su Gracia de York tomara la ofensiva o se desplazara con tal celeridad. Extendimos nuestras lineas cerca de Ludlow y aguardamos su llegada y al concluir la batalla eramos duenos del campo. -Hizo una pausa y anadio con una sonrisa enigmatica-: Fue la victoria que mi senor de Warwick no pudo obtener en San Albano.

– ?Entonces sabeis de San Albano! ?Eduardo ha recibido noticias de Warwick?

– Si, madame. Envio un mensaje a vuestro hijo, describiendo su deslucido desempeno en San Albano. -Ahora la malicia era inequivoca. Anadio con indolencia-: Esperamos reunimos con el conde en Colswolds dentro de un dia.

– ?No deberiamos avisar a la prima Nan, ma mere? -intervino Marimanta sin aliento, y Cecilia meneo la cabeza.

– Mas tarde -dijo friamente, sin apartar los ojos de Hastings.

El volvio a sonreir.

– Vuestro hijo me encomendo que os dijera que no os descorazoneis, que tiene diez mil hombres a su mando y esta a menos de una semana de marcha de Londres. Me encomendo que os dijera, madame, que el proximo jueves estara a las puertas de la ciudad.

– Deo gratias -murmuro Cecilia. Cerro los ojos, movio los labios. Margarita rio, y parecia a punto de arrojarse a los brazos de Hastings, pero lo penso mejor y abrazo a su madre.

– ?Ned siempre ha tenido suerte, ma mere! ?Tendriamos que haberlo recordado!

Hastings tambien rio, y nego con la cabeza.

– Los hombres crean su propia suerte, lady Margarita, y nunca lo he visto mejor demostrado que en Mortimer's Cross. Pues antes de la batalla presenciamos una vision apabullante. -Hizo una pausa-. Vimos tres soles1 en el cielo, brillando con toda claridad.

Margarita jadeo y se persigno. Cecilia ensancho visiblemente los ojos y tambien se persigno.

– Oi mencionar una cosa semejante en mi infancia en Raby Castle. Se decia que los hombres lloraban en las calles, seguros de que anunciaba el fin del mundo. ?Los hombres de Eduardo no sintieron miedo?

Hastings asintio.

– Claro que si, y muchos estaban dispuestos a huir del campo. No se lo que habria pasado si vuestro hijo no hubiera tenido el tino de proclamar que era una senal de la Divina Providencia, que los tres soles simbolizaban la Santisima Trinidad y presagiaban la victoria de York.

Cecilia contuvo el aliento y rio por primera vez en muchas semanas. Habia pensado que nunca volveria a reir de nuevo.

– ?Es tan tipico de Eduardo! -Sonrio a Hastings, y el quedo sorprendido por la subita belleza que ilumino el rostro de Cecilia-. ?Piensa mas rapido cuanto mas tiene que perder!

– No creeriais las historias que inventaba para justificar ciertos pecadillos que habia descubierto nuestro padre -confio Margarita, presa del vertigo de una esperanza que llegaba sobre los talones de una desesperacion extrema, y Cecilia paso por alto una indiscrecion que normalmente le habria valido a su hija un severo reproche.

– Mi hija exagera. Pero Eduardo siempre ha sido elocuente. Su hermano Edmundo juraba que debia pensar con la lengua, tan persuasivo era…

Se interrumpio al oir sus propias palabras. Era la primera vez en siete semanas que mencionaba con tanta naturalidad el nombre de1 Un fenomeno conocido como parhelio, generalmente causado por la formacion de cristales de hielo en la atmosfera.

Edmundo; el primer paso en el proceso de curacion, pero ahora le quemaba el corazon con un dolor insoportable. Aparto la vista abruptamente, se acerco al hogar a ciegas.

– ?Que hay de Jasper Tudor? -pregunto Margarita, buscando palabras que quebraran el silencio sofocante que llenaba la habitacion-. ?Fue capturado?

– Lamentablemente no. Tanto el como Wiltshire pudieron escapar. Aun asi, aprehendimos una buena cantidad de prisioneros, entre ellos Owen Tudor, padre de Jasper, el gales que se caso en secreto con la madre del rey Enrique cuando enviudo. Aunque no lo retuvimos mucho tiempo. -Sonrio cinicamente y dijo con satisfaccion-: Lo llevamos a Hereford, y alli Su Gracia ordeno que lo decapitaran en la plaza del mercado junto con otros nueve que juzgo merecedores de la muerte…

De pronto bajo la voz, y la ultima palabra se despeno en un abismo incierto; era un hombre perceptivo y habia captado el subito cambio de atmosfera, noto que ambas le clavaban los ojos.

– ?Eduardo hizo eso? -pregunto Cecilia.

Hastings asintio.

– Si, madame, en efecto -dijo con voz inexpresiva, cautelosamente neutra.

– Me alegra -dijo Margarita. Brillaban lagrimas en sus ojos grises y desafiantes, tan semejantes a los de Cecilia-. No se lo reprocho a Ned, en absoluto. ?El tenia ese derecho, ma mere!?Tenia ese derecho!

– No es preciso que defiendas a tu hermano ante mi, hija -dijo Cecilia con esfuerzo-. Confieso que me sorprendio. Pero debi haber esperado que fuera asi. -Miraba mas alla de ellos, hacia el fuego. Anadio con voz baja y tremula, pero muy clara-: El adoraba a su hermano.

Cuando se propago la noticia de que Eduardo de York estaba a menos de cincuenta millas y acudia en auxilio de la ciudad asediada, los londinenses se rebelaron contra el timorato concejo, provocaron disturbios en las calles e incendiaron los carros de comida que iban a enviar al campamento de la reina en Barnet, al norte de Londres. Ya se conocian las tropelias que las tropas de Margarita habian cometido en la aldea de San Albano despues de la derrota de Warwick, y el alcalde de Londres acato la violenta exhortacion de las turbas y envio un mensaje a Margarita, anunciandole que le cerraria las puertas de la ciudad.

A estas alturas, hasta Margarita estaba alarmada por los excesos de sus tropas, pues esa soldadesca parecia mas interesada en el pillaje que en combatir contra York. Tras consultar a sus comandantes, decidio replegar sus fuerzas hacia el norte. No sabia cuanta resistencia presentaria Londres ante un asedio, y de pronto Eduardo de York era una fuerza militar contundente; se decia que sus efectivos crecian dia a dia y la noticia de su victoria en Mortimer's Cross estaba en boca de todos. Margarita opto por emprender una retirada estrategica hacia Yorkshire, para celebrar dos meses de triunfo, y para reagrupar y reafirmar la disciplina en un ejercito que tenia mas del doble de efectivos que el de Eduardo.

Mientras las huestes de Margarita retrocedian, saqueando una vez mas los poblados indefensos que jalonaban la carretera del norte, la recobrada ciudad de Londres enloquecio de alegria y alivio. La gente volvio a congregarse en las calles, esta vez para dar fervientes gracias a Dios y a York, para abrazar a los forasteros como subitos amigos, para derramar rios de vino en los desagues, y para abarrotar tabernas e iglesias.

El jueves 26 de febrero las puertas de la ciudad se abrieron de par en par para acoger al ejercito encabezado por Ricardo Neville, conde de Warwick, y Eduardo Plantagenet, duque de York y conde de March, y los hombres gozaron de una bienvenida tal como ningun londinense viviente recordaba haber visto.

Cecilia Neville estaba con su hija Margarita y la familia del conde de Warwick junto a la puerta norte de la catedral de San Pablo, rodeada por un sequito ataviado con el azul y morado de York. El patio de la iglesia estaba tan abarrotado que tenia la sensacion de mirar un inmenso mar de rostros. Ese espectaculo le causo mareo; nunca habia visto tantas personas reunidas en un lugar y le maravillaba que, entre tantos codazos y empujones, nadie hubiera sido pisoteado. La Rosa Blanca de York estaba por doquier, adornando sombreros y el cabello ondeante de las ninas, clavada en capas y jubones, como si todas las manos de Londres se hubieran dedicado a confeccionar flores de papel para desafiar a la nieve que aun espolvoreaba el suelo. Tambien vio que muchos agitaban emblemas solares que evocaban el triunfo de su hijo bajo el sol triple de Mortimer's Cross.

Su sobrino, Jorge Neville, obispo de Exeter, se volvio hacia ella, sonrio; ella vio que movia los labios, no pudo oir las palabras. Parecia que todas las campanas de las iglesias de Londres estaban repicando. Viendo las columnas de humo que se elevaban al cielo, y sabiendo que eso significaba que los exultantes londinenses encendian fogatas en las calles como si fuera la fiesta de San Juan Bautista en junio, Cecilia rogo a Dios que tuviera la merced de evitar un incendio en la ciudad ese mediodia, pues seria imposible oir las campanadas de alarma.

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