?Y que se veria por la manana en los campos que se hallaban allende la aldea de Towton? Cuerpos apilados en la rigida y desganada postura de la muerte, poses grotescas que ningun hombre viviente podia emular, la sangre congelada bajo capas de hielo oscuro y descolorido, para empapar el suelo con siniestros cuajarones con el primer deshielo. Margarita sabia lo que podia encontrar. Ya habia visto campos de batalla. ?Pero de quienes serian los cuerpos, la sangre?
Vio que algunos monjes habian trabajado con la sal y la pala; una senda angosta se internaba entre los monticulos. Quiza, si subia a la torre de Marygate, pudiera montar guardia.
Tenia a la vista los muros que bordeaban Bootham cuando oyo el grito. Se paro tan bruscamente que tuvo que aferrar a su sirviente para apoyarse, y presto atencion. El grito se repitio. Parecia venir del norte, de la casa de guardia.
Su corazon dio un salto, empezo a palpitar tumultuosamente. Jadeando, maldiciendose por haber intentado esa necia excursion en la oscuridad, se apresuro a desandar el camino. Al fin sus ojos captaron movimientos, luces fluctuantes. Alguien salia de la camara del abad.
– Mueve la antorcha -le ordeno al sirviente-. Si, ya nos han visto.
Cuando los otros se aproximaron, reconocio al abad. Alzaba un farol, y tenia el aire de quien viene a anunciar una muerte subita a un pariente desprevenido.
– Madame -dijo.
Margarita no lo miro a el sino al soldado. La cota de malla ensangrentada, el cuero desgarrado sobre la lamina de metal. La insignia con el rastrillo en el pecho, emblema heraldico de Beaufort. El feo tajo embadurnado de sangre que iba de la sien al pomulo. Una hinchazon le achicaba el ojo izquierdo, rodeado por un tejido tumefacto y descolorido que contrastaba repulsivamente con el resto de la cara, inflamada por el viento y la escarcha. Lo que le atraia, sin embargo, era el ojo sano, de un verdor inusitadamente vivido, totalmente fuera de lugar en un rostro tan joven.
– Vuestra Gracia… -comenzo. Intento arrodillarse, pero se desplomo en la nieve.
Fue Margarita quien se arrodillo, cogiendole la mano.
– Cuentame -dijo con voz ronca-. No me ocultes nada.
– Todo esta perdido. York ha obtenido la victoria.
Ella sabia que diria esas palabras, pero el impacto no fue menos brutal. Jadeo, aspiro aire helado con pulmones subitamente encogidos, petrificados.
– ?Como? -exclamo-. Nuestro ejercito era mas numeroso… ?Como? -Era una estratega tan habil como cualquier hombre, y sabia librar la guerra como otras mujeres sabian dirigir un hogar. Sabia que el numero no bastaba para decidir una batalla. Aun asi, repitio obtusamente-: ?Como pudimos perder? ?Nuestra fuerza era superior!
– Eso nos favorecio al principio, madame. En las etapas iniciales de la batalla, los yorkistas cedieron terreno… Pero York estaba por doquier, en lo mas fiero de la lucha, y los contuvo, madame. Peleamos todo el dia, nos enzarzamos como locos, y los muertos… ?Dios mio, madame, los muertos! Habia tantos cuerpos que teniamos que trepar sobre nuestros caidos para llegar a los yorkistas, para descubrir que tambien ellos estaban cercados por muertos y moribundos. Jamas he visto…
– ?Y Somerset? ?Esta vivo?
La interrupcion parecio enervarlo.
– Si -dijo dubitativamente-. Al menos eso creo, madame. Al fin pudimos escapar del campo, cuando vimos que toda esperanza estaba perdida… cuando las reservas yorkistas aparecieron de golpe en nuestro flanco derecho. Era el duque de Norfolk, madame. Vi su estandarte. Seguimos luchando, pero con su llegada la batalla estaba perdida, lodos lo sabiamos. Nos empujaron hacia el Cocke, hacia el pantano, y rompieron nuestras lineas, y alli empezo la verdadera carniceria. -Tirito, no de frio, y dijo con consternacion-: Mi senor Somerset me encomendo que os trajera la noticia de nuestra derrota, para que os vayais de aqui. Mi senor Somerset dijo que debiais escapar a Escocia, madame. Dijo que no debiais permitir que el rey y vos cayerais en manos del usurpador yorkista.
– ?Que hay de los otros lores? ?Northumberland? ?Trollope? ?Exeter y Clifford? ?No pueden haber muerto todos!
– Oimos decir que el conde de Northumberland fue abatido en la lucha. Se con certeza que Trollope murio. No se nada de Exeter. Fue una masacre, madame. Deben de haber muerto miles. Antes de la batalla dimos la orden de no dar cuartel, y se dice que York ordeno lo mismo. Diez horas duro la batalla, madame, diez horas. Con el viento soplando del sur y arrojandonos la nieve en la cara hasta que el hielo cerraba los ojos de los hombres y nuestras flechas no llegaban al blanco, y ellos las recogian y las usaban contra nosotros. Y el rio… ?Santo Jesus, el rio! Tantos hombres ahogados que formaban un puente de cadaveres para los vivos, y nunca vi nada semejante, millas de agua roja…
Se estaba perdiendo en esta recitacion de horrores, reviviendola al contarla, y Margarita le hundio las unas en la palma para interrumpir el flujo de palabras.
– ?Basta! -rugio-. ?Ahora no hay tiempo! ?Que hay de Clifford? ?Tambien ha muerto?
– ?Clifford? -El ojo verde se ensancho. Margarita estaba tan cerca de el que vio la contraccion de la pupila-. Por Dios, madame, ?no lo sabeis? Clifford murio ayer al mediodia en Ferrybridge, el cruce del rio Aire, a diez millas de Towton.
Margarita solto un gemido. Si Somerset era su roca, Clifford habia sido su espada.
– ?Como? -pregunto, tan rigidamente que tuvo que repetirlo.
– Los yorkistas mandaron una partida para reparar el cruce de Ferrybridge, pues habiamos quemado el puente. Lord Clifford sabia que intentarian repararlo; los tomo por sorpresa y muchos murieron. Alli estaba Warwick en persona, madame. Pero Eduardo de York habia enviado una segunda partida para que vadeara el puente rio arriba. Cruzaron en Castleford y solo nos enteramos cuando embistieron contra el flanco derecho de lord Clifford. En la retirada que siguio, perecio la mayoria de sus hombres. Creo que solo escaparon tres. Una flecha abatio a Clifford por casualidad. Le perforo la gorguera, le atraveso la garganta. Se ahogo en su propia sangre -anadio gratuitamente, con tan evidente falta de afliccion que Margarita lo miro con severidad, recordando el nombre que Clifford se habia ganado cuando cundio la noticia de la muerte de Edmundo en Wakefield. Estaba desquiciado de furia cuando se entero; habia acudido a Margarita, la unica que lo escuchaba, para maldecir y despotricar. Le ofendia que sus propios hombres lo apodaran «Carnicero», precisamente a el, lord Clifford de Skipton-Craven.
Margarita volvio a reparar en el frio; la nieve le habia empapado las sandalias y no sentia los pies. Su falda y su enagua tambien estaban humedas y se le adherian a los tobillos, y los pliegues pegajosos la frenaron cuando procuro levantarse.
Se levanto antes de que el abad pudiera ofrecer ayuda, pero al mover la linterna, el se la acerco involuntariamente a los ojos. El resplandor la deslumbro y retrocedio hacia un traicionero fragmento de hielo. No pudo impedir la caida, y se desplomo con un doloroso golpe en la espalda. El abad lanzo una exclamacion, solto la linterna para tratar de levantarla, perdio el equilibrio, casi cayo sobre ella. El soldado tuvo la sensatez de quedarse donde estaba y tosio para cubrir una risa tan involuntaria como un estornudo e igualmente despojada de humor.
Entorpecida por la falda empapada, sin aliento, mirando al abad que pataleaba en la nieve, mientras su criado procuraba mantener el equilibrio y le tendia la mano, Margarita se echo a reir en borbotones de jubilo estrangulado, un sonido de pesadilla.
– ?Madame, no perdais la compostura! -El abad, menos timido que el criado para tocar a la realeza, le aferro los hombros, la sacudio energicamente.
– Pero es muy divertido, ?no lo veis? Tengo un nino pequeno y un loco tierno e indefenso durmiendo en vuestro alojamiento, y no tengo dinero, y me acaban de anunciar que ya no tengo ejercito. ?Miradnos, senor abad! ?Sacre Dieu, miradnos! ?Si no me rio, podria creer que todo esto esta sucediendo de veras, y que me esta sucediendo a mi!
– Madame… -El abad titubeo, y luego continuo valerosamente-: No es preciso que huyais. York no danaria a una mujer, y menos a un nino. Estoy seguro de que vuestras vidas estaran a salvo con el. Quedaos aqui, madame. Implorad la misericordia de York, aceptadlo como rey. Aunque llegueis a Escocia, ?que hareis despues? Ah, madame, ?no podeis desistir?
La luz del farol ya no alumbraba la cara de Margarita, y el no pudo discernirle la expresion, pero le oyo cobrar