Tiro de las riendas tan bruscamente que el sorprendido caballo corcoveo, y los pasmados espectadores pensaron que Eduardo se caeria de la silla y el animal perderia el equilibrio. Estallaron gritos. La multitud era pequena y todos veian lo que sucedia. No hubo los empellones de costumbre, pero varias personas avanzaron hacia el camino como para contener al encabritado caballo. Las cabezas mas frias prevalecieron y varios soldados los hicieron retroceder. Eduardo ya dominaba al caballo pero, mientras calmaba al asustado animal, era evidente que actuaba por instinto, sin fijarse en lo que hacia. Aun miraba Micklegate Bar.

La multitud callaba, y tambien los soldados yorkistas. Hasta los caballos parecian petrificados. Ese momento de inmovilidad parecia estirarse eternamente, como si no fuera a terminar nunca.

Warwick siguio la mirada de Eduardo. El tambien habia visto las cabezas, al frenar ante la puerta; habia mirado hacia arriba y habia desviado la vista. El espectaculo no era agradable, pero el reconocimiento era imposible al cabo de tres meses de exposicion a la intemperie en el invierno de Yorkshire. No habia esperado esta reaccion. Eduardo no se irritaba facilmente, y desde su adolescencia habia demostrado una compostura notable para su edad. El aplomo del muchacho irritaba a Warwick en ocasiones, pero comprendio hasta que punto dependia de la certeza de que Eduardo sabria mantener la calma bajo presion, sabria frenar sus emociones. Eso lo transformaba en un aliado valioso, un companero agradable.

Ahora se encontraba ante un desconocido. Eduardo se habia pues-to blanco; la sangre se le habia ido de la cara, y parecia enfermo. No habia apartado los ojos del espectaculo truculento, pero Warwick noto que habia anudado las riendas, se habia envuelto el puno con un tramo, lo tensaba y lo aflojaba metodicamente. Warwick conocia la fuerza de Eduardo, y miro con expectacion esas riendas, vio que el cuero cedia, se partia en las manos de su primo.

El caballo corcoveo. Eduardo tambien se sobresalto, se miro las manos como si actuaran por cuenta propia. La tira de cuero rota volo por el aire, cayo a los pies de un espectador. El retrocedio como si lo hubieran azotado, pero un joven avanzo, la recogio y la alzo para mostrarla a los demas, mirando a Eduardo con la admiracion que se debia a alguien que podia lograr semejante proeza con tan poco esfuerzo.

La gente volvio a moverse, despertando de su paralisis. La multitud se agito y se oyeron murmullos inquietos. Eduardo encaro al alcalde y los regidores, pregunto por que las cabezas de su padre y su hermano seguian empaladas en Micklegate Bar. La voz crispada de furia era irreconocible aun para quienes mejor lo conocian.

Se quedaron atonitos, imaginando York en llamas, reducida a cenizas y cuerpos carbonizados. Algunos miraron con desesperacion a Warwick, pero fue Juan Neville quien intervino, aproximandose al caballo de Eduardo.

– No hubo tiempo, Ned -murmuro-. La francesa huyo de la ciudad hace pocas horas, y no se podia hacer nada mientras ella era duena de York. Y luego… Bien, el miedo no permite pensar con lucidez. En el poco tiempo que quedaba, dudo que se les hubiera ocurrido, pues temian que cobraras a York el precio que pago Ludlow. Y, con franqueza, tambien podrias culparme a mi. Yo pude haber dado la orden, pero no lo hice. Me temo que tampoco yo pensaba con mucha lucidez esta manana. -Sonrio levemente-. Solo pensaba que el dia de hoy significaria el fin de mi confinamiento, de un modo u otro. ?Pero ese «otro» me tenia a mal traer!

Eduardo le clavo los ojos. Un musculo se movio en su mejilla. Alzo la mano para aquietarlo. Nadie hablaba. Todos esperaban.

– Quiero que las bajen ya -dijo Eduardo, muy despacio-. Encargate de ello, Johnny.

Juan asintio. Por un momento se sostuvieron la mirada, y luego Eduardo se volvio en la silla, miro hacia Micklegate Bar.

– ?Mi senor de Warwick! -exclamo con voz dura y resonante.

– ?Vuestra Gracia? -Warwick habia quedado hipnotizado por esta imprevista exposicion de un pesar que no habia sanado, se habia sorprendido al ver que no conocia a su primo tanto como creia. Se acerco a Eduardo y pregunto con voz compuesta-: ?Que desea Vuestra Gracia?

– Los prisioneros… -Eduardo clavo en Warwick unos insondables ojos azules que irradiaban un brillo escalofriante-. No veo motivos para demorar las ejecuciones. Que las lleven a cabo. Ya.

Warwick asintio.

– El alcalde me ha informado de que el conde de Devon no huyo con Margarita. Estaba en cama, afiebrado, y ahora lo retienen en el castillo, esperando vuestra decision. ?Lo liberamos de su fiebre?

El humor patibulario de Warwick no era del gusto de su hermano; Juan acababa de salir de una celda, y tenia escrupulos para ejecutar a un prisionero enfermo. Abrio la boca para hablar, vio que su joven primo miraba de nuevo las cabezas de Micklegate Bar. En el rostro de Eduardo habia poca juventud, y ninguna misericordia. Todos los presentes sabian lo que responderia.

– Llevad a Devon al mercado llamado Pavement. Hacedlo decapitar frente a la picota.

– Se hara de inmediato -dijo afablemente Warwick-. ?Y luego? -urgio, previendo acertadamente la proxima orden de Eduardo.

– Luego quiero ver su cabeza alla donde ahora estan mi hermano y mi padre.

Warwick asintio de nuevo.

– Como desee Vuestra Gracia -dijo en voz alta, y bajo la voz para que solo le oyera Eduardo-. ?Te encuentras bien? Por un momento te note muy enfermo…

– ?De veras? -dijo Eduardo con voz seca, y en ese momento Warwick no tuvo idea de lo que pensaba el muchacho. Su rostro no evidenciaba nada, nada en absoluto.

Por un momento incomodo callaron, y luego Eduardo puso a su caballo en marcha.

– Avisame cuando este hecho -dijo por encima del hombro-. Pero ningun prisionero que este por debajo del rango de caballero. No acusaria a un hombre por una hogaza entera cuando solo comio migajas. Encargate de ello, primo.

Freno la montura ante el alcalde Stockton y los regidores. El alcalde se armo de coraje, inicio una valerosa aunque vana perorata en nombre de la ciudad, pero Eduardo lo interrumpio.

– Senor alcalde, estoy agotado. Solo quiero un bano caliente, una cama mullida y una bebida fuerte. Con franqueza, no estoy de animo para oir explicaciones sobre vuestra lealtad a Lancaster. Ahorremonos una suplica que no es preciso presentar ni escuchar.

El alcalde asintio en silencio, tan desconcertado por esta replica inusitada que se sorprendio dando su acuerdo como si Eduardo hubiera planteado una pregunta que requiriese una respuesta.

– No me propongo saquear la ciudad de York -dijo Eduardo, conteniendo una sonrisa-. Vuestros temores son infundados, y no me halagan. Mi reyerta es con la Casa de Lancaster, no con las buenas gentes de York.

Escruto los rostros vueltos hacia el, vio un asomo de alegria, les sonrio.

– Habeis demostrado que podeis ser muy leales a un soberano. Siendo soberano vuestro, eso no puede desagradarme, ?verdad?

Cuando logro hacerse oir de nuevo, provoco otra ovacion al sugerir que quiza el alcalde quisiera escoltarlos hacia la ciudad.

Warwick observo a la multitud que se apretujaba para entrar por la barbacana mientras las campanas de las iglesias repicaban en toda la ciudad, y hombres y mujeres salian a las calles para comprobar que estaban a salvo.

– No es mal comienzo, Johnny -le dijo a su hermano, mirandolo de soslayo-. Muchos revoltosos lancasterianos querrian fomentar el desorden, pero ahora habra otros que recordaran el filo de la espada en la garganta, y que optamos por envainarla sin sangre.

Juan asintio.

– Pero me inquieto por un momento. El necesita desesperadamente desquitarse, necesitaba alguien a quien culpar, y temi que se desquitara con York. ?Dios sabe que era el blanco mas visible!

– Confieso que pense lo mismo -concedio Warwick, y sonrio-. Pero hice mal en preocuparme. Es un buen muchacho, Johnny. Sabe conservar la calma cuando hace falta. ?Su historial era casi perfecto hasta hoy! Es sumamente extrano. He luchado junto a Ned en el campo de batalla, he compartido el exilio, me he embriagado con el, reclamamos juntos una corona, y esta fue la primera vez que lo vi realmente conmocionado. ?Y despues de todo lo que ha padecido! ?Extrano!

– Si crees que puedes soportar dos conmociones similares en una sola manana, te confesare que tampoco yo tuve uno de mis mejores dias cuando atravese esa condenada puerta por primera vez.

Warwick miro a Juan extranamente.

– Es una cuestion de disciplina, Johnny. Solo ves lo que quieres ver; ese es el secreto. Si miras la puerta y te

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