aliento, un siseo sibilante de intensidad felina. Ella se zafo la mano.
– Oui, monseigneur -escupio-. ?En mi lecho de muerte! -Logro levantarse, tan rapidamente que el la miro boquiabierto. Ella anadio incisivamente-: En vuestro lugar, monsenor abad, estaria demasiado preocupado por mi abadia para ofrecer consejos politicos imprudentes que nadie ha pedido. Santa Maria es una de las casas mas ricas de vuestra riquisima orden, ?verdad? Os convendria pasar varias horas de rodillas, rogando que Eduardo de York os deje un par de monedas que podais considerar propias. ?Que creeis que ocurrira con esta ciudad una vez que el la entregue a sus hombres para que se diviertan?
– ?Madame? -El soldado se habia puesto de pie-. En verdad, poco me interesa lo que haga York con esta ciudad. Pero tengo un interes supremo en vuestra seguridad y la del rey. Soy el hombre de confianza del duque de Somerset; el mismo me mando a vos. Creo que no hay tiempo que perder. Quiza monsenor abad tenga razon al suponer que York no cometeria violencia contra una mujer o un nino. Sin embargo, preferiria no poner a prueba esa creencia.
Ella lo miro y asintio.
– Ven conmigo -le dijo, cogiendole el brazo antes de que el pudiera moverse-. Apoyate en mi si flaqueas. ?Crees que puedes cabalgar?
Bien. Ahora… -Hizo una pausa y concluyo, con voz tensa y controlada-: Ahora debo despertar a mi hijo. -Otra pausa-. Y a Henri. -Hablaba en voz tan baja que el apenas le oia, con una inflexion emocional que no pudo identificar-. Asi es. No debemos olvidar a mi esposo, el rey. El le echo una ojeada, vio solo ese bello perfil, la cascada de cabello lustroso y negro, desmelenado despues de la caida en la nieve, vio solo lo que ella queria que viera.
El abad se incorporo penosamente, quitandose nieve del habito, sacudiendola de los pliegues de la cogulla que le caia sobre los hombros, una figura solitaria enfundada en el atuendo negro de los benedictinos, rodeado por rafagas de blancura implacable. Movia los labios. Habia tomado a pecho el sarcasmo de Margarita de Anjou, y rezaba por la ciudad que amaba y la magnifica abadia de Santa Maria, que era su vida.
El lunes por la manana los habitantes de York se despertaron con temor. La noticia se propago rapidamente por la ciudad. Towton, la batalla mas cruenta jamas librada en suelo ingles, era la coronacion sangrienta de Eduardo de York. No quedaba nadie que cuestionara su soberania. Inglaterra era suya y la gente de York no le habia dado motivos para estimar esa ciudad.
El sol palido emprendia avances vacilantes y retiradas presurosas, y la nieve y los desechos barridos por el viento daban a las calles un aire de absoluta desolacion. Algunos aprendices buscaban en la lena madera para tapiar las tiendas de sus maestros. Los pisos altos de las casas de madera tenian los postigos cerrados. Los principales mercados de la ciudad, Thursday Market y Pavement, estaban casi desiertos; los puestos, que tendrian que haber estado abarrotados de pescado para la Cuaresma, mantequilla de manzana y hierbas, estaban desnudos, o ni siquiera estaban instalados. Se hablaba de multitudes que se agolpaban en los muelles, al pie del puente de Ouse, donde atracaban las naves maritimas al llegar a York.
En general, sin embargo, la ciudad estaba tranquila, y reinaba mas aprension que panico. Algunos mencionaban la fuga, pero solo los muy tontos y los muy asustados. York era la segunda ciudad de Inglaterra, con una poblacion de quince mil habitantes. Quince mil personas no podian lanzarse a la campina helada, librando a su suerte a los ancianos y los enfermos. Habian cometido el gran pecado de respaldar al bando equivocado en una guerra civil y se preparaban valerosamente para afrontar las consecuencias de ese error de criterio. Hubo una concurrencia inusitadamente alta para la misa de alborada en las cuarenta y una iglesias parroquiales de la zona. Luego comenzo la espera.
El alcalde William Stockton aguardaba con los sheriffs John Kent y Richard Claybruke ante Micklegate Bar. Detras de ellos estaban reunidos los chambelanes, concejales y regidores. Todos llevaban una tunica ceremonial de manto escarlata orlado de piel, para honrar al rey yorkista. Todos parecian muy incomodos.
Una pequena multitud se acumulo con el transcurso de la manana: los que siempre habian apoyado a la Casa de York, los que ansiaban granjearse el favor del nuevo soberano, los intrepidos, los jovenes, los morbosamente curiosos. Pero aun no pasaba nada; mataron el tiempo inventando rumores extravagantes y mirando al hombre que estaba junto al alcalde.
Juan Neville tenia treinta anos, aparentaba muchos mas, con el rostro curtido de un soldado y ojos hundidos que no pasaban nada por alto. Al enterarse de la derrota lancasteriana en Towton, los notables de la ciudad habian ido deprisa al castillo de York para liberar al hombre que era hermano del poderoso conde de Warwick, primo del rey. Habia escuchado impasiblemente mientras le imploraban que hablara a favor de la ciudad, y el solo les respondio con frases corteses, de modo que no sabian con certeza cuales eran sus emociones ni sus intenciones.
John Kent, el sheriff mas joven, se le aproximo.
– Milord -pregunto-, ?es verdad que Su Gracia el rey prohibio a sus hombres cometer robos, violaciones o sacrilegios, so pena de muerte?
Este era el rumor mas reconfortante que circulaba por el momento, y tenia cierta credibilidad, porque ya habia circulado antes de la victoria yorkista.
Juan Neville se encogio de hombros.
– No soy el mas indicado para responder esa pregunta, maese Kent. Hace seis semanas que soy prisionero de Lancaster. Me temo que no estoy al corriente de las actividades de Su Gracia.
– ?Os parece probable que lo hiciera? -insistio Kent, pero Juan Neville habia alzado la mano para protegerse del resplandor desparejo del sol de invierno en el circundante mar de nieve.
– Se aproximan jinetes -dijo cuando los centinelas de las murallas gritaron, volviendo la cabeza hacia la carretera del sur.
Al ver a su hermano, el conde de Warwick sonrio y freno su caballo. El rostro sombrio de Juan Neville se transformo; sonrio, rejuveneciendo, y se adelanto mientras Warwick se apeaba. Se aferraron las manos.
?Nunca crei que me alegraria tanto de verte, Johnny!
Tuve suerte -dijo Juan, y Warwick rio.
Ned y yo teniamos la esperanza de que no te ejecutaran, pero erauna esperanza endeble. ?Gracias a Dios que Somerset se considero el guardian de su hermano!
– Ella se marcho, Dick. Anoche.
– Eso esperabamos -dijo Warwick, asintiendo.
– ?Tan aplastante fue la victoria? ?Cuales fueron nuestras perdidas?
– Si, Johnny, la victoria fue aplastante. Pero las perdidas… increibles, nunca vi nada semejante. Estaremos cavando tumbas durante dias. ?No me sorprenderia que los muertos lleguen a veinte mil cuando hayamos terminado de contar!
– ?Santo Dios!
– Hace seis semanas que no te veo, y no has visto a Ned desde diciembre, ?verdad? Hay mucho que contar, Johnny. No se por donde empezar.
– Creo que seria amable que empezaras por saludar al alcalde y a todas esas almas afligidas que esperan como ovejas en el matadero -sugirio Juan con una sonrisa. Su hermano rio, se dispuso a ser acogido por el preocupado alcalde de York.
Warwick fue mas comprensivo de lo que el alcalde osaba esperar, y escucho con alentadora atencion mientras ellos juraban lealtad al rey, ofrecian felicitaciones por su esplendida victoria en Towton y expresaban la profunda esperanza de que el rey fuera caritativo a pesar de que York habia sido leal a Lancaster.
La respuesta de Warwick fue neutra pero calida y alentadora, y con renovada confianza se dispusieron a presenciar la llegada del joven rey.
Los yorkistas de la multitud lanzaron una ovacion espontanea que fue repetida con prudencia por los demas. Eduardo vio sonrisas en cada rostro, un impresionante despliegue de rosas blancas yorkistas, y su insignia del Sol en Esplendor, el escarlata de Neville y el azul y morado de York. Tambien vio al alcalde y los regidores y, con un arrebato de placer, a su primo Juan. Juan sonrio, alzo la mano en un saludo marcial. La palma corto el aire de canto; era un gesto de la infancia, un lenguaje de senas que Eduardo y Edmundo habian compartido con sus primos Neville, expresando la aprobacion que reservaban solo para las hazanas mas audaces. Eduardo rio, espoleo suavemente a su montura.
Entonces vio las cabezas empaladas en Micklegate Bar.