imaginas que ves a Tom, o Ned hace lo mismo y ve a Edmundo, por Dios, hombre, claro que te revolvera el estomago. Ahora bien, yo solo veo…
– Prefiero no saberlo, Dick -interrumpio Juan, sonriendo agriamente-. Quiza tengas razon, pero si alguna vez mi cabeza termina en Micklegate Bar, preferiria que mis seres queridos no lo tomaran tan filosoficamente.
Warwick rio. De todos sus parientes, este hermano era el que mas queria.
– ?Lo tendre en cuenta!
Mirando en torno, pidio su caballo.
– Bien, sera mejor que me encargue de esas ejecuciones que ha pedido nuestro joven primo el rey. Y supongo que iremos a San Pedro para hacer una ofrenda y oir misa…
Regreso despues de impartir las ordenes necesarias, sabiendo que se obedecerian de forma expeditiva y sin tropiezos. Todos los que estaban al servicio de Warwick eran disciplinados y fiables, y la mayoria eran devotos de el; pagaba con mas generosidad que ningun lord de Inglaterra y su insignia del Oso y el Baculo Enramado otorgaba una envidiable distincion social al usuario.
– Ned dijo que se alojaria con los franciscanos -comento, reanudando la conversacion-. Tambien te encontraremos alojamiento alli, Johnny. ?No era alli donde se albergaba la ramera francesa? No me extranaria que hubiera envenenado el pozo o, peor aun, los toneles de vino, como regalo de despedida para nuestro primo el rey.
– Creo que se alojaba en Santa Maria -dijo Juan distraidamente, y luego repitio-: Nuestro primo el rey.
– ?Que?
– Nuestro primo el rey -volvio a repetir Juan-. ?Has notado que usaste dos veces esa expresion durante nuestra charla?
– ?Y con eso?
– No se. Pero creo que me sentiria mas comodo si hubieras dicho «el rey, nuestro primo».
Warwick lo miro un instante y se echo a reir.
– ?Por Dios, Johnny, te eche de menos estas seis semanas! ?Sabes lo que mas extrane de ti? ?Esa nube de pesadumbre que siempre arrastras como una manta!
Sin dejar de reir, monto con agilidad y cruzo Micklegate Bar al trote. No miro arriba al atravesar la puerta, ni miro hacia atras. Juan Neville lo observo, sonrio para sus adentros, monto a caballo y siguio a su hermano.
Capitulo 6
El castillo de Bamburgh, en la frontera norte, cayo en manos de los yorkistas el dia de Navidad. El asedio habia durado mas de un mes y en los ultimos dias los lancasterianos cercados tuvieron que comerse a los caballos. Pero asi solo prolongaron su sufrimiento. El final era inevitable. Margarita estaba en Escocia y no envio sus fuerzas en auxilio de Bamburgh. Con el amanecer de la Navidad, el estandarte blanco y dorado del Sol en Esplendor relucia sobre las almenas y Juan Neville, ahora lord Montagu, acepto formalmente la rendicion de Bamburgh en nombre del rey yorkista.
Enrique Beaufort, duque de Somerset, sabia que era hombre muerto. Tenia las horas contadas, y solo debia aguardar a que llegaran a Durham. Eduardo de York lo esperaba. Eduardo habia enfermado una quincena atras y no habia podido comandar personalmente el sitio de Bamburgh. Habia seguido atentamente los combates desde su lecho de convaleciente, pero sus primos Warwick y Juan Neville se habian encargado de dirigir las operaciones militares. Era Juan quien trasladaba a Somerset al sur, a Durham y a la muerte.
Somerset siempre habia sabido que le esperaba si caia en manos yorkistas. En la reyerta entre York y Lancaster, toda misericordia y magnanimidad habian muerto con Edmundo de Rutland en el puente de Wakefield. Somerset sabia que, a ojos yorkistas, sus pecados eran legion: Ludlow, Sandal, San Albano, Towton. Y en los veintiun meses transcurridos desde la cruenta victoria yorkista de Towton, le habia dado a Eduardo mas motivos para desear su muerte. Habia viajado a Francia en un futil intento de obtener respaldo frances para Margarita, habia negociado con los escoceses en representacion de ella, habia capturado Bamburgh en nombre de ella. Margarita no tenia gente mas leal que Somerset y sus hermanos menores, y Juan Neville habia aceptado la rendicion de Somerset con la adusta satisfaccion de abatir una presa tras una persecucion agotadora.
Ahora Somerset comprendia la amarga distincion entre encarar la muerte como una eventualidad y afrontarla como una realidad. No podia culpar a Eduardo de York por hacer lo que el mismo habria hecho de haber tenido la oportunidad. Nunca habia cuestionado su propio coraje, ni lo cuestionaba ahora. Habia desafiado a la muerte tantas veces que estaba seguro de que no deshonraria sus ultimos momentos. Pero solo tenia veintiseis anos, poseia un cuerpo saludable y disciplinado que le habia servido bien y amaba muchas cosas de la vida, aun siendo un rebelde perseguido bajo la Ley de Proscripcion. Camino a Durham, entendio que el temor a la muerte en combate era comparable al temor al hacha del verdugo solo en el sentido en que el miedo a la consuncion era comparable a la lugubre resignacion de alguien que empezaba a toser y escupir sangre.
Durham estaba sesenta y cinco millas al sur de Bamburgh. Alli, en el priorato benedictino de San Cutberto, Eduardo pasaba las Navidades, por segunda vez desde que habia tomado la corona de Inglaterra. Con el estaba su primo Warwick. Tambien estaba su hermano menor, Ricardo, que gozaba de una breve tregua en sus estudios del latin, el frances, las matematicas, el derecho, la musica, los modales y las imprescindibles artes de la guerra y las armas en el castillo de Middleham de Warwick, a cincuenta millas de Durham.
Juan Neville se reunio de inmediato con su primo el rey. Somerset pensaba que lo llevarian a la mazmorra que estaba bajo el dormitorio principal de la enfermeria. Se sorprendio cuando lo condujeron a una pequena camara cerca de la casa capitular. Alli, le informaron, confinaban a los frailes culpables de infracciones menores. El monje parpadeo con desconcierto cuando Somerset se echo a reir.
– ?Infracciones menores! -jadeo-. ?La llamaremos traicion bala-di, entonces?
El monje no entendio la broma, si eso era. Se encogio de hombros y se marcho. Cuando cerraron la puerta, la corriente apago la unica vela. Somerset quedo solo en la oscuridad.
Poco despues llego la convocatoria que Somerset esperaba con resignacion. Siguio a los guardias al alojamiento del prior, entro en el salon abarrotado de cortesanos yorkistas. El gabinete tambien estaba atestado. Recibio befas y empellones mientras los guardias lo escoltaban en medio de una atmosfera mas expectante que furiosa, muy similar al animo festivo de una multitud que se reune para el ahorcamiento publico de un salteador notorio.
Lo empujaron por la puerta del gabinete, se encontro en una amplia camara. Reconocio la camara privada del prior, y tambien reconocio al prior. John Burnaby era un hombre conocido para la familia Beaufort; habia concedido a Somerset una noche de asilo en el priorato cuando Somerset huia hacia Escocia despues de la batalla de Towton. Pero ahora actuaba como si no lo conociera, y sin aparentar mayor verguenza.
Antes de que Somerset pudiera echar un vistazo, sus guardias lo empujaron, haciendolo pasar por una puerta abierta sin la menor gentileza. Tropezo, recobro el equilibrio y miro a su alrededor con asombro.
Estaba en una camara alumbrada por antorchas, tapizada de rojo para ahuyentar la fiebre, caldeada por un enorme hogar y braseros llenos de carbones humeantes. Dos enormes perros loberos y un alano mas pequeno yacian junto al fuego; un halcon peregrino amarrado observaba sin pestanear desde un rincon. Cortaron las amarras de Somerset de un tajo, y cayeron al suelo. Se froto las munecas sin pensarlo e irguio la cabeza.
Los perros lo miraban con bonachona pereza, el conde de Warwick y Juan Neville lo escrutaban friamente. Les sostuvo la mirada y busco al rey yorkista. Eduardo estaba en la cama, totalmente vestido, apoyado en media docena de almohadas de plumas. Tenia un color pronunciado pero no mostraba otros efectos de su enfermedad reciente, y observaba a Somerset con ojos reflexivos.
Nadie hablo. Los guardias retrocedieron hacia la puerta. Solo entonces Somerset reparo en el muchacho que estaba sentado en unos cojines junto a la cama, con otro alano estirado en el suelo. Era un mozo de cabello oscuro que rondaria los diez anos, y Somerset se escandalizo. No podia creer que ejecutaran su sentencia de muerte en la camara de Eduardo de York, en presencia de un nino.
– Ya conoceis a mis primos Neville -dijo secamente Eduardo. Somerset lo miro, sonrojandose de furia